Conmigo misma...


Vivimos como soñamos, solos.
Joseph Conrad


Encerrada en mí misma como si fuera el cuerpo una placenta cósmica, aislada en una cárcel de soledades entre capas de piel que me alejan del amor y de la piedad.

Atrapada en mis sinuosidades como en un laberinto eterno, condenada mil y una vez a recorrerme sin esperanzas hasta que al final se rompan los límites de mi pequeñez y fluya, libre, hacia el encuentro con todos mis recuerdos, con todos mis afectos y así, al fin, conmigo misma y entonces me tomarás la mano y yo tomaré la tuya...





Resumiendo...


Cada vida es una historia,
una hilera de pasados
abrochados a la piel.

Son los pies ensangrentados
de la muerte peregrina
que no olvida ni posterga
cada cita que agendó.

Las palabras escurriendo
por los vidrios empañados
y la esquina de tu casa
que recuerda cada tarde
que la ausencia anocheció.

Intenciones yuxtapuestas
esparcidas por la piel,
bajo arrugas incrustadas
y una gruesa cicatriz.

Es el aire que desplazo
con mi paso y mi ademán.
Es la pena machacada
y la risa sin razón.

Es lo único que tengo
porque es todo lo que soy.

Hasta un nuevo desencuentro...



Con un destello que extravió la luz
por un instante se quebró mi cruz.
Recordé ternuras, retomé coraje
y un rubor intenso me atravesó la piel.

Me incrustabas la mirada
una vez y otra más
(profunda e hiriente,
gloriosa y mortal),
desde el blanco de la puerta,
desde aquel amor en vilo
a diez pasos inmutables.

Lentamente,
poco a poco,
me fue invadiendo
(sin piedad)
aquel frío del olvido,
esa ausencia prolongada,
tu silencio y mi oquedad.

Y fue entonces
que otra vez diste la vuelta
y la ajada y blanca espalda
de tu foto y tu memoria
se escondieron en lo oscuro
de la caja del pasado,
hasta que hable tu recuerdo,
hasta un nuevo desencuentro.

Preguntas...



Estoy aquí, en este lugar impreciso, sin tiempo ni espacio concreto, en medio de una falacia de fechas y de fronteras.

Estoy y me pregunto, pero las respuestas no llegan.

Estoy y soy porque sé que me encuentro en un punto entre la vida y la muerte. En un lugar ubicado a continuación de la nada, cuando sólo era una idea o una ilusión, y antes de ese otro lugar tan temido e ignorado y que es la mayor certeza de la vida: la muerte.

Estoy no sé hasta cuando ni hasta dónde.

¿O será que me estoy haciendo las preguntas equivocadas?
¿Vine de la nada?
¿Qué es la nada? ¿Será la muerte, quizás?
¿Será, tal vez, que no voy de la vida hacia la muerte, sino de una muerte a otra muerte?

Es probable que si existe realmente una respuesta, sólo la pueda encontrar del otro lado de la puerta de la vida. Al final de cuentas, ¿no es más ancha la muerte que la vida? Quizás la vida física sólo sea una experiencia necesaria que aporte a la perfección de la verdadera vida, aquella que queda envuelta en ese término de imaginario trágico que es la muerte y que podría ser el espacio donde al fin me reencuentre con todas las vidas que he vivido o con todas las memorias de todas mis muertes...

Después de todo, la muerte es la antesala (más amplia o más breve) de la renovación. Veo cada día, a cada instante cómo mueren y nacen cosas, seres, situaciones, ideas. Vidas...

Estoy y me pregunto, pero las respuestas no llegan...

Como serpientes...

Hubo un día en que te abracé en el aire y en medio del silencio insensible de la distancia dije un último te quiero.

Y tu alma se fue sin letras, lentamente...

Ahora hieren los días y los meses, pasa aquel tiempo que intuímos como absurdas ilusiones. Pero cómo medir los espacios vacíos si no es en segundos de silencios de nieve, en minutos de dolor, en eternidades de ausencia. Nostalgias que, como insidiosas serpientes cargadas de ponzoña llegan a mí traicioneramente y no encuentro la forma de librarme de ellas. Me rodean y me oprimen. Penetran por mis poros abiertos en llanto y me poseen sin piedad.
Impotente, percibo su andar resbaladizo a través de mi cuerpo. Mil colmillos de acero descargan su veneno en cada víscera y me deshago por dentro. Lenguas de fuego calcinan mis huesos y  como roca fundida arrasan, incontenibles, mis atónitas laderas y mis valles ya estériles.

Quedaron sangrando las letras nunca escritas, las palabras nunca dichas.

Y las serpientes que mato nunca mueren...



Íntimamente...



Alguien me habita y me acompaña desde lo más hondo de mí, siempre entre las penumbras y el silencio. Ese ser oscuro que me niego a conocer, esa desdibujada silueta apenas delineada en negros y grises que deambula insomne a través de mis huesos y de las aguas fluctuantes de sentimientos y de sensaciones profundas...

Murmura mi nombre en un ruego y yo, tan necia y tan cruel, simulo no oir, deseo no ver y temo sentir.
Y ella, en su dolor, se vuelve a desvanecer entre mis sombras a esperar una vez más el milagro de que mis miedos y desidias le permitan un soplo de vida, un minuto de paz, un susurro de amor.

Y así yo, con mi dolor en andas y en la opaca soledad de mi misma, busco recordar las palabras del pasado, los abrazos que he perdido y las risas que fueron quedando dispersas a orillas del camino.



El gato blanco...



Se corporiza el gato blanco
frente a mis ojos de bruma
y me impregna la mirada
de su inmutable dignidad.
Me observo a mí misma
con altiva indiferencia,
con la impaciencia pétrea
de quien habla con silencios.

Desde su nívea pureza
me seduce para ver más.
Más alto y más lejos.
Para buscar en mí misma
los horizontes inventados
detrás de paredes sombrías
colmadas de ojos inciertos,
quebradizos e inertes.
Casi muertos.

Un piano gotea su melodía
como dulce garúa de otoño
mientras me deslizo, liviana,
con las alas de ilusión
de su felina mirada...

Óleo de mujer con sombrero (Silvio Rodríguez)



Una mujer se ha perdido
conocer el delirio y el polvo,
se ha perdido esta bella locura,
su breve cintura debajo de mí.
Se ha perdido mi forma de amar,
se ha perdido mi huella en su mar.

Veo una luz que vacila
y promete dejarnos a oscuras.
Veo un perro ladrando a la luna
con otra figura que recuerda a mí.
Veo más: veo que no me halló.
Veo más: veo que se perdió.

La cobardía es asunto
de los hombres, no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan a amores,
ni a historias, se quedan allí.
Ni el recuerdo los puede salvar,
ni el mejor orador conjugar.

Una mujer innombrable
huye como una gaviota
y yo rápido seco mis botas,
blasfemo una nota y apago el reloj.
Qué me tenga cuidado el amor,
que le puedo cantar su canción.

Una mujer con sombrero,
como un cuadro del viejo Chagall,
corrompiéndose al centro del miedo
y yo, que no soy bueno, me puse a llorar.
Pero entonces lloraba por mí,
y ahora lloro por verla morir.

Silvio Rodríguez

 

Ojalá (Silvio Rodríguez)


Ojalá

Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan
para que no las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo.
Ojalá que la luna pueda salir sin ti.
Ojalá que la tierra no te bese los pasos.

Ojalá se te acabé la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve.
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones:
ojalá que no pueda tocarte ni en canciones

Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz.
Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado.
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti,
a tu viejo gobierno de difuntos y flores.

Silvio Rodríguez

Trashumante...


Soy un claro de luz que ha quedado en el olvido y la huella temblorosa que mis pies abandonaron, erráticos caminantes de ilusiones y de palabras.

Soy la noche que de a poco se desprende de los sueños ya gastados y se apropia con esmero de los sueños no soñados.
Soy el agua dormida de los charcos que añora la sutil opulencia de la nube o el opaco silencio de la bruma.
Soy la cara misteriosa de la luna. La que calla y le sonríe a la oscura frontera de la nada.

Soy, en fin, un alma trashumante que habrá de escaparse alguna noche para volver más sabia una mañana...



Para volar...


Buscó mil formas de volar para llegar a alturas que nadie hubiera alcanzado jamás…

Y pensó mil y una maneras. Y miles más…

Finalmente, un día descubrió que para alcanzar los infinitos sólo hacía falta cerrar los ojos e imaginar…


Sombra de mí...


Vive adherida a mí. Es un ser opaco, sinuoso, amoral. No conoce el bien ni conoce el mal.
Anda por la vida prendida a mis pies, me imita y se burla de mí. Sabe bien que puedo hacer lo que sea o lo que quiera, pero jamás seré capaz de desprenderme de ella. Me limita y siempre se las compone para hacerme quedar en evidencia.
Sin embargo sé que a ella le disgusta la certeza de que depende y dependerá de mí por siempre. Únicamente yo le puedo dar vida...

Es mi compañera permanente, adaptable e indiscreta y lleva una carga muy pesada, que es saber que no podría existir si no hubiera en mí una mínima luz...


Señales...


Busco una señal que me indique tu presencia, que me libre de esta pena, que me diga qué hago aquí...

Escucho el viento y miro al cielo; sigo el viaje de las aves y nada cambia.
Es la rutina de un universo indiferente, insensible a los deseos y a las penas recurrentes, al dolor de lo que fue, a la nostalgia extraña de lo que no ha se ser...

Se deshoja el calendario y las lágrimas corren lentas, las sombras se hacen largas y la ausencia me rodea de barrotes esta vida...



Salgo a caminar...


Puesta a imaginar, creo.
Creo en cielos absolutos,
más negros que lo negro
y un trigal a pura estrella
donde no falte ninguna.

Puesta a saber, deseo
que lo irreal sea tangible
al romper este corset,
con la vista que se eleve
más allá de cualquier muro
y de todos los temores.

Puesta a desear, sé.
Sé que todo habrá de ser
si yo creo que es posible.
Que no existe un sólo tiempo,
un espacio tabicado
ni una única verdad.

Puesta a creer, imagino
una cita impostergable
en un valle,
en la esquina de la noche
o en auroras inventadas.

Y en el beso postergado
seré una y multitud.
Serás yo y seré vos.


Noches de soledades...


Era la noche el críptico refugio
de indiscreciones sin destino,
de los pasos extraviados
en las calles boquiabiertas.

Estaba la noche acongojada
por tanto amor en cautiverio,
amor sin descendencia.
Suicidado.

Ella cruzó de nuevo la ciudad
con el difuso e incierto rumbo
de una lágrima en la mejilla:
hacia el sur de todos los olvidos,
hacia el norte de los recuerdos malheridos
por dos eclipses y siete penas.

Quizás nunca pudo saber
que él siempre la buscó.
Tantos días, cada noche
entre sábanas y almohadas,
en las quietas sombras del silencio
y en la viscosa agonía del insomnio.

Y una noche llegó aquel sueño
(sólo uno y ninguno más)
en que al fin se cobijaron
en el vértice de una esquina
que se habían inventado.

Se miraron a los ojos
para amarse sin pudores
hasta que ese grito cruel
de sus rígidos relojes
destrozaron los cristales.



Nostalgias cotidianas...


Es la piel que te recuerda en mis cotidianas soledades y en los murmullos de los sueños.
Te llama.
Te espera..

Es esa, esta piel, un frágil pétalo o un papel en blanco, una danza de arena que levanta su vuelo leve por sobre las dunas de mi cuerpo mientras tú no estás, mientras no te tengo, mientras duele tu ausencia…


De vida y vuelta...


Me deslizo inexorablemente hacia aquel lejano punto de partida. Ese punto en el centro mismo del universo. Será imposible que no despierte de este extraño sueño de vida ficticia y de las cotidianas pesadillas....

Así seré libre al fin de la mentira hecha verdad, de este estrecho sendero de pedregullo y lágrimas y de los tortuosos laberintos del desamor.

Dormiré en paz en tus brazos maternales, arrullada por la melodía imperceptible de la luna y volaré mil veces en el arco iris de un picaflor.


Parte de mi ausencia...


Hubo un día en que me separé de mi misma, gaviota errada.
Dejé de ser lo que fui alguna vez; desmemoria programada de antiguas ilusiones...

Me fui de mí a buscar lejanías que nunca encontré, horizontes que jamás alcancé.
Necesitaba el amor de corazones viajeros, de las almas vagabundas. De los espíritus presos en mis sueños.

Todo eso estaba en mí hasta que lo dejé escapar sobre las alas de mis gaviotas libres. Libres de mí y de mi esencia, libres del amor que creyeron encontrar en los cielos brumosos del afuera.
Ellas se llevaron lejos pequeños retazos de mi memoria, aunque sé que habrán de volver antes de irme para siempre, cuando me vaya plena de espíritu y con el corazón en paz...


La niña del espejo...


Con el roce
frágil y sensual
de una piel de porcelana
que resucita del olvido
danzando entre mis manos,
descubro que el tiempo
devenido en un bucle
de seda y suspiro,
se mece,
como la brisa,
entre mis manos
y mis costillas.

Cuando el tiempo se adueña
de los recuerdos dormidos
y de reliquias que nos retratan,
renacen las sensaciones, todas,
que estaban quietas en un rincón,
en la penumbra acogedora
donde la niñez se acuna.

Los años deslizan sus dedos
por los labios lejanos
que dejaron sus besos
en el terso borde
de una copa.
Y en cada destello del cristal
y de mis ojos,
intento rescatarlos
de las brumas del polvo
con que el descuido del alma
los ha cubierto.

Y entonces despierto
con la copa en la mano,
los labios resecos
y el polvo en la piel.

La niña sonríe
y me mira a los ojos
a través del espejo.

Sostengo la copa
y la brisa se mece. 

En los diarios de mañana...



Hoy leí en los diarios de mañana
que la muerte está tan viva como siempre
y la sangre sigue siendo buen negocio.

Ví también que aún se queman las palabras
en los cielos refulgentes de la guerra
y escuché cómo se mezclan los lamentos
con la risa nauseabunda del verdugo.

No pretendo borrar esto de mi mente
ni mostrarme como necia indiferente,
pero pienso dedicar algunas horas
a una charla mano a mano con la vida.

Me hace falta una ración de fantasía,
una dosis reforzada de ternura
u otra forma diferente de mentira.



Aquí o allá...


"Somos tanto el espejo como el rostro que vemos en él"

Rumi, poeta del siglo XIII

Después de todo, casi nada de lo que vea allí será toda la verdad. Tampoco nada de lo que ella vea de mí será del todo cierto. Somos dos imágenes, una simple representación de lo que yo imagino que soy y lo que ella supone que somos, y nada más que eso... y todo eso!

Lo que en verdad importa apenas si lo vemos, casi que sólo intuimos un mínimo destello en nuestros ojos, en el centro de la mirada... la mía y la de ella.

Aquí o allá...
De un lado y del otro.

Pero es justamente ahí donde reside el todo.
Es el gran secreto; la verdadera razón de la existencia.

Esa chispa, ese destello es tan infinito que le basta con sólo ser un punto que va de una mirada a la otra. De mi presente de este lado del espejo, al pasado que quedó detrás del cristal.

Es mi espíritu que vibra en el aire para alcanzar mi otra mirada y cerrar el círculo, para estirar mi conciencia hasta los confines inconmensurables de mí misma...


Espejos y espejismos...



De cuando me voy para volver...


Ya me voy
como pájaro vencido por la lluvia,
como río de lecho atormentado,
como brújula sin norte,
como norte sin sur.

Me voy
hecha grito silencioso,
asustada y desvalida
como niña en sombras
de noches sin luna.

Me voy
con la paz del furibundo,
con la ira del sumiso,
con la fe del descreído
y la luz del abrumado.

Me voy
buscando el día
y cerrando heridas,
bebiendo el rocío
de mis mejillas.

Me voy...


Nocturna...


En la melancólica quietud de mis noches es donde encuentro la calma que los días con sus brillos y sus voces se empeñan en desbaratar.
Es mi refugio, la guarida de los sueños por venir y el pequeño infinito de los recuerdos vivos.
Es el instante en que los deseos se expanden y danzan libres y en cada giro en puntas de pie, espantan los miedos y las preguntas que han quedado sin respuesta ni sentido.

E imagino entonces interminables laberintos de sensaciones nuevas y de antiguas voces, de frescos aromas y de sutiles presencias donde me pierdo para luego encontrarme...

Y cuando la última de las sombras se acuesta conmigo, el silencio me habla al oído de pasiones y de desencuentros, de amores y de esperanzas y de toda la vida que aún me queda por vivir...


Punto de fuga (y vuelta)


En la opulenta soledad
de mí misma
encuentro el refugio
y también el desamparo,

y los cepos

y la horca

y la locura.

Y en el límite de todo,
en el climax del espanto...

el orgasmo que libera,
que restaura,
que acaricia,

que me da un poco de paz.

Dolores, consuelos
y la muerte arrepentida.

Es el alma y es la bestia
que trabajan a destajo.


Las arenas del alma...


¿Adónde irán las palabras que dijimos, los silencios compartidos, los besos postergados, los abrazos añorados?

Quiero imaginar que son parte del aire, que vuelan con los gorriones o que vagan blandamente sobre las nubes más blancas.
Tal vez se mecen en trigales dorados o quizás sueñan mis sueños entre las sábanas de mi cama...

Duele la incerteza, la angustia de pensar que ya no hay nada por hacer, que se han perdido para siempre las caricias demoradas y que por el apuro por vivir se deshacen las huellas en las arenas del alma.

La mujer ausente...


Mis pasos no resuenan como antes, no son firmes ni seguros. No dejan huella ni marcan senderos. No sé incluso si están vivos...
Mi voz se pierde entre las sombras de estos cuartos tan vacíos y mis manos están frías y quietas, casi yertas...

Hay silencio en derredor.
Es la quietud de la soledad que va dejando tanta muerte, tanta ausencia repentina, tanto amor desperdiciado...

La muerte se ha robado hasta mi nombre, la dulzura que he sentido, lo más bello y la ternura...

Será mi turno algún día, alguna tarde, alguna vez...
Será la despedida y ya no temo...


Ciclos...


Tantas veces ya he salido,
tantas más he vuelto a entrar.
Sólo soy una partícula
preparándose a viajar
a mi próximo futuro,
al pasado que olvidé.

Soy destello imprescindible
de éste cosmos sin fronteras,
pues sin mí no será igual
la conciencia, el infinito
o el futuro mes de abril.

Soy mujer y he sido hombre,
perro, pan, estrella, hormiga;
un cristal de fina escarcha
en antiguas madrugadas.

Tal vez llegue a ser un ave,
árbol, nube o mucho más:
un suspiro universal.

Te pariré, me parirás;
serás agua, yo raíz.

Llegaremos juntos siendo uno,
siendo un círculo perfecto,
siendo el todo primordial.




Y sin embargo, amor...


Cada noche muere de mí
un milímetro de piel,
una luna menguante,
una hoja de otoño.

Cada letra dibujada
al descuido en mi espejo
es un disparo certero
a mi escuálido almanaque,
un brillo dormido en mis pupilas;
un segundo atormentado
que en mi único reloj
se ha suicidado.

                 Y sin embargo, amor…

Breve historia de muerte y resurrección...


Esa tarde se sintió inmersa en un espeso magma de sensaciones confusas. No entendía las señales que solapadamente le enviaba el cuerpo y la multitud de mitologías que su mente creó y recreó hasta el cansancio. No conectaba con sus íntimos deseos, esos impulsos tantas veces exultantes y tantas otras acallados. Estaba confusa e inquieta. Desordenada, dividida, esparcida, atomizada...

Hubo una tarde tormentosa piel adentro que nunca nadie comprendió, que nunca nadie percibió ni sospechó ni preguntó...

Sin un gesto de más y unos cuántos de menos se hizo silencio en el silencio, se hizo distancia inabarcable. Guardó en su bolso cada dolor y cada sonrisa perdida, los resabios de un amor desconocido, un pañuelo perfumado y el diario íntimo que nunca se animó a empezar. Suspiró leve y volvió la mirada hacia lo que ya era pasado. No quería memorias, sólo quiso desprender de su mirada lo que no volvería a recordar. Quedó una última lágrima en la tierra agrietada y lentamente su sombra y ella se fueron juntas para no volver...

Nunca supe despedirme...



Allí afuera anda, corre y habla; calla, ríe y llora, se disuelve la vida en las esquinas sombrías...
Aquí se aquieta la noche esperando que un día se aleje de mí tanta muerte y el espeso silencio de las voces de antaño.
De a poco se borran las risas pequeñas que guardaban tus fotos ¿o será que mis ojos ya no soportan la helada garúa de estas noches de ausencias?

Hoy no comprendo las voces de siempre que nombran mi nombre, las que olvidan llamarte de nuevo o las que nunca supieron decir otra cosa que no fuera lo obvio de ocasión...

Están los miserables que desbaratan los sueños y los que con sus sueños se fueron lejos. Tan lejos de mí que ya me lastima; fugaz parpadeo de la vida, profundo bostezo de la muerte.

Llegará otra mañana, es lo que dicen.
Llegará para qué, yo me pregunto...

Abriré los ojos y cerraré el alma. Tal vez así tu ausencia no duela tanto y haré de cuenta que sigo viva...

Ni amor en las venas...




un dios
un hombre
un mismo destino
son sombras esquivas
que nublan la vida.

un mes
un día
un poco de nada
es mueca es guiño
o un gesto cansado.

no hay agua en la arena
no hay risa ni pena
ni amor en las venas
ni hay balas perdidas.

no hay verdades completas
ni mentiras a medias
no hay lealtades ni honores
ni justicia ni edén.

el bien
el mal
el dueño del circo
la cruz
la metralla
el trigo cautivo.

un fusil que dispara
es un ticket de caja
la salud la poesía
son un bien de mercado.

alá
jehová
son meras palabras
espejismos del miedo
cristo en celuloide
y momo en el corso.

la bala
un misil
un barril de petróleo
una onza de opio
una mesa sin pan.

no hay dios
no hay hombres
hay héroes de lata
hay sangre barata
hay hambre y hay ratas.

el bien
el mal
el dueño del circo
la cruz
la metralla
el trigo cautivo.

Esto lo escribí espontáneamente. Hacía un buen rato que tarareaba mentalmente la hermosa canción de Tom Jobim, "Aguas de março". Más precisamente en esta versión de él mismo junto a la gran Elis Regina...
Iba escribiendo al ritmo que repiqueteaba en mi cabeza y surgían ideas sobre las guerras y las desgracias de este mundo que nos tocó en suerte...
Faltan los signos de puntuación. Lo hice así para intentar respetar el ritmo de la melodía.

Rastros...


Si ves luz en mi ventana
en las horas indecisas,
en las noches enfermizas
y en la espalda de la luna,
no supongas un desvelo
ni un dolor descontrolado.

No imagines soledades
ni tristezas consecuentes.

Sólo estoy dejando un rastro,
una estela luminosa
que te guíe con dulzura
hasta el centro de mi pecho,
hasta el borde de mis brazos.

Leyes del Mercado: Oferta, demanda y demandados...


¿Qué oferta y qué demanda
habrá hoy por una flor?
¿Cuánto ofrece el mercado
por cien gramos de poesía
o dos fetas transparentes
de igualdad ante la ley?

Hoy en Londres está en baja
la onza troy de la esperanza.

Las tetas secas de una madre
se declaran insolventes
y ya entraron en "defalut".

¿Qué será lo que conmueva
las murallas de Wall Street?

¿Cotizará algún día
una gota de tu sangre?
¿Cuánto vale?
¿Cuánto importa?
Quizá un vaho de petróleo,
dos lágrimas de cocodrilo.
¿Tres monedas en la fuente?

La impudicia cerró en alza.
La indecencia y la avaricia
siguen siendo buen negocio.

"It's okey", todo está en orden
y así el mundo sigue andando
entre guerras y dow jones.

Con el alma satisfecha
y cristiana devoción,
el magnate financiero
(hijo probo, padre ejemplar
y filántropo de ocasión)
le da gracias al Señor
por el pan que hay en su mesa
y sus treinta credit-cards...

Palabras por tu ausencia...


Tras un atisbo de luz,
un abismo de sombras
y esa lágrima que hoy se seca
en un brazo de tu cruz
como daga ardiente hiere,
como rayo quema el pecho.

Y el amor aún te nombra.

Sutil es la distancia
que separa y que silencia.
No son horas ni horizontes
ni memorias que olvidar.

Son palabras nunca dichas
y es la ausencia de miradas.
Son las risas repentinas
que perdimos de reír.

Y mi amor que aún te nombra...




Versos por mi ausencia...


Habrá una mañana desvanecida,
(melancólica bruma)
dos pétalos de flor silvestre
que me aromen las mejillas
y un gorrión adormilado
que cante por mi ausencia
una especie de rezo tierno
abrazado a algún suspiro.

Me iré despacio,
me iré sencillo.
Pasarán mis pasos
como el agua del río
que dice y se va,
que llora y no vuelve.




Vidas de cristal...


Me he ido alguna vez, aunque nunca me haya ido, dejando retazos de mi sombra esparcidos en mil espejos. Sombras latentes detrás de los muros, enmarcadas, demacradas, silenciosas.
Esperan mi regreso cada mañana y ya por las noches se desvanecen de pena y de ausencia.

En la inquietante profundidad de los cristales he dejado migajas de vida y algún impreciso indicio para mi muerte, misteriosa y muda compañera que siempre aguarda agazapada, persistente y voraz.

El día que yo me vaya se irán conmigo todas mis sombras y ninguna luz y los espejos que habité serán el nido de otras almas, de otras penas que olvidar, de las fugaces siluetas de otras vidas por vivir. Tal vez sea yo misma quien vuelva algún día, sin memorias antiguas que temer ni lágrimas secas en las pestañas...

La mujer espejada...


Es así como siempre estás,
en tu silencio antiguo
y con la lejana mirada
del que mira sin ver nada.

Así estoy yo en tu ventana.

Cubierta apenas
con ausencias impalpables,
como Dios, como la espera.
En el fondo ambiguo
de un espejo muerto
y en la espalda de mi espalda.

Te veo en mí a la distancia
como a aquella extraña,
la del rostro oculto
en la cruz de mis entrañas
que se muere por reír
y no ríe por vivir.

Sal de allí
y vuelve a mí
que hay memorias por vivir
y hay historias que escribir,
que hay recuerdos que evocar
y hay amores por parir...

Mariel

Chiquilladas...


Los juegos que siguen vivos en la cercana lejanía.
La picardía sonriendo tras las pestañas.
Los mágicos secretos del silencio compartido.
Las miradas claras y las risas libres...
Lo repentino.
Lo que no necesita de razones, ni las procura.


La "nada" que lo contiene todo...


Suele decirse que la única certeza que tenemos es que nacemos y morimos. Sin embargo, a cada paso la realidad me demuestra que no existe una única verdad, como tampoco una sola realidad (si es que la verdad y la realidad existen).
Tal vez lo que más se acerca a "la verdad" es que ni siquiera nacemos y morimos, sino que trascendemos. El nacimiento y la muerte son estados circunstanciales de un mismo proceso. Un proceso que no tiene ni tiempo ni plazos, sino que es el todo.
Al ser trascendentes, el tiempo deja de existir pues carece de sentido como tal. Creemos que el reloj y el calendario rigen nuestras vidas, sin embargo son sólo instrumentos creados por el ser humano y cuyo único sentido es poder tener un cierto orden en el segmento que transitamos en determinado punto y que denominamos ampulosamente como "la vida".

Es así que el tiempo es simplemente una ilusión conveniente a determinados fines, pero insustentable como idea de supuesta realidad concreta e inamovible. Al ser trascendentes, el tiempo desaparece, se diluye en su propia esencia. Esto es, en la nada.
No hay pasado ni presente ni futuro. En primer lugar porque es algo tan relativo y dual como lo es todo en el universo, en la mente y en lo que denominamos "vida". Siempre se dependerá de la percepción de cada individuo, de cada Ego, de la circunstancia y del punto evolutivo de cada cual. Nunca el pasado será el mismo para dos personas. Tampoco el presente o el futuro.
Por otra parte, la idea de pasado, presente y futuro son absolutamente inasibles. En el mismo instante tenemos siempre tres puntos del "tiempo", siendo el presente el más absurdo de los instantes. Quizás, si eso fuera posible, el más fugaz de todos. Antes de pronunciar la palabra "presente", éste ya es pasado. Se puede decir que la misma cosa sucede con el "pasado" y con el "futuro". Por eso, todo sucede a la vez, inevitablemente. Estoy convencida de esto, aunque resulte poco menos que imposible para mí dar una explicación exacta del fenómeno. Pero sabemos que casi nada puede ser explicado de manera sencilla y clara, hasta para cada uno de nosotros mismos, así y todo creemos tener certezas de casi todas las cosas...

Si somos trascendentes, si trascendemos a la vida y a la muerte, ¿cuál es el pasado, el presente o el futuro? Estamos en un movimiento constante, aún en lo que conocemos como la "muerte" que no es más que un cambio de estado, un paso necesario para seguir nuestro camino. Lo imagino como un círculo. No un círculo vicioso, sino virtuoso. Un camino circular por el que constantemente estamos volviendo a puntos que dejamos atrás, no como involución sino para perfeccionarnos y evolucionar. Recorremos cada punto contenido en el círculo conociéndolo, reconociéndolo y optimizándolo hasta llegar a la perfección. El círculo es, en definitiva, como el número cero, que es "nada" y lo contiene todo...

Aguas primordiales...


Busqué sin encontrar, porque busqué sin saber buscar. Seguí en la bruma los rastros de mi aliento, en los serpenteantes senderos de los deseos ajenos y en las colinas atestadas de sueños inconclusos.

Perseguí quimeras disfrazadas de utopías y dibujé la vida en las hojas del otoño.

Creí encontrar en las miradas de otros ojos lo que los tuyos y los míos supusieron ya no ver.
Sentí la ausencia, imaginé destinos, pospuse milagros y lloré despedidas que nunca llegaron.

Estuve perdida en el centro de mis noches, vestida de dudas y de mis propios fantasmas, desnuda de estrellas, sin guías del alma. Cuando ahogada en mil miedos desesperaba de mi misma, cuando me hundía en la ignorancia de mis íntimos secretos y de todo lo sagrado que se esconde entre los huesos, mis pies descalzos reconocieron la orilla esquiva que separa la noche de la vida...

Intuí entonces la melodía silenciosa de mis pasos...

Comprendí al fin la sutileza del destello vital que late en mí, reflejo fiel de lo que fui alguna vez, ondulante e inquieta partícula del ser.
Desafiante y dulce, arrogante y tierna, fragmentada y única.
Todo estaba allí, danzando para mi. Cada paso pequeño y débil se expandía suavemente hacia la lejanía de mis brumas, para que al fin no fuera tanta la lejanía ni fueran brumas nunca más...

Los misterios profundos del alma se mueven en frágiles círculos, silenciosos y cautos.
Son mis propios secretos que se ocultan entre las mudas piedras del lecho y allí quedan, parpadeantes y oscuros hasta que una luna cómplice les presta al fin un ínfimo murmullo de luz y de sombra.
Adivino sus contornos, su silueta y su espesura. Imagino antiguos horizontes y los siglos de palabras nunca dichas que guardaron para mí; el temor de no saber y ese instinto caprichoso que me incita a desear, a aceptar y a recibir

Aguas primordiales. Aguas eternas que lo contienen todo y que todo lo dan; la vida latente y las almas dormidas. Aguas sagradas de las que un día he de beber para darle un cuerpo nuevo al espíritu que hay en mí.

Misterios y secretos que no he pedido y sin embargo se me han dado.
Privilegios del destino, maravillas del amor...

Un día y mil noches...


La imagen de todo lo que ha de ser,
ya está hecha.
Sólo falta la materia que la llene.

Escritos Sagrados de Hermes


Si algo he aprendido es que nada aprendí todavía. Si es que algo creí vivir, fue tan sólo una ilusión.

La memoria se enciende con cada día y cada amanecer es una vida de recuerdos nuevos. Es un manojo de vivencias desmembradas por las noches, que pretendo reconstruir cada mañana. Porque cada sol amanecido es un atisbo de vida nueva, un latente engaño por vivir.

Mis sueños deambulan entre pasados olvidados y futuros que, en lo concreto de los días, nunca alcanzo a recordar. Es en ese universo intangible de las sombras dormidas que todos los tiempos se hacen uno, porque es ahí donde se desvanecen los relojes y las muertes, pues cada día es un despertar y cada memoria, una vida por vivir. Porque entre una estructura vital y otra está la noche, profundo y oscuro vientre donde se hace imagen lo que he de ser cada mañana.

En este laberinto indescifrable, la vida tiene su noche y posee la muerte su día. Se cruzan aquí y se separan allá para volverse a encontrar, en una danza eterna y sensual. Es el rito perpetuo de memorias y desmemorias, de lo que fui ayer y de lo que soy hoy, imaginando lo que habré de ser mañana...

Porque la vida no es el corazón que late; es el alma y sus memorias...

La rueda sin nombre...


En el quieto punto del mundo que gira,
no era carne, ni estaba sin ella;
ni procedía de ni iba hacia...
en el quieto punto, allí está la danza, 
pero ni detenida ni en movimiento.

T.S.Elliot

Como el frío engranaje del reloj, la rueda sin nombre ha dado su salto. Un giro diminuto que mueve el universo. Un espasmo de vida y otro de muerte se deslizan por la fina frontera del círculo y sin piedad, el extraño destino desbarata una por una las tiernas ondas que en su inocencia imaginaron alcanzar orillas lejanas, horizontes tangenciales. Pero el ulular de la vida que parecía vencida, retorna a su centro a renovarse en las fuentes de las aguas eternas. Y ha de volver, como vuelve el sol transformado en luna y como retorna la luna en polvo de estrellas...

Y gira el círculo en su centro, como en danza cansina; así como fluye la sangre y se aleja, para luego volver.
Así la muerte pasa, desmembrando ilusiones de un día y sueños de una noche.
Así la vida vuelve, remembrando y despertando...

Pero un día quedamos pendiendo de un hilo, atados de manos y a merced de los dioses. Es entonces que en los cielos encendidos de luciérnagas, danzan su danza los amores perdidos, las glorias pasadas y los atardecidos rubores.
Y cuando todas las palabras parecen dichas, un antiguo gránulo de vida se estremece en el húmedo corazón del círculo para que nuevas ondas intenten alcanzar los horizontes tangenciales...

Es que en la aparente quietud de cualquier infinito, se mueve la vida simulando estar quieta.
Una vez más, como el frío engranaje del reloj, la rueda sin nombre ha dado otro salto...

de laberintos e injusticias...


Sigilosamente se instala en mí el triste y desgarrador ejercicio de comenzar a buscarte en los laberintos difusos de la memoria. Necesito corporizar mis recuerdos tuyos, tus recuerdos míos. Quisiera que me abrazaras una vez más, que te rieras de mis tonterías, que me contaras tus historias fantásticas que sabías que me apasionaban.

Tu voz...
Necesito tu voz!
Desearía escucharla y no la encuentro como antes en el murmullo del viento acariciando las hojas del viejo árbol ni en el silencio oprimente de la casa vacía de alegrías...

Me asomo a la ventana y espero que llegues a la puerta con tu sonrisa clara, con tu vieja timidez disimulada y sin embargo...

Tan sólo me queda, como aguijón en el alma, la última mirada de aquel último día de esa última despedida inundada de tristeza porque sabías que no habría ninguna más.
Lo sabías y yo también. Ahora lo sé...
Esa tu mirada penetrante y dulce a la vez fue aquel día un relámpago de dolor, un llanto sin lágrimas, un infinito adiós que siempre será presente, que nunca olvidaré ni me dejará descansar.

Me queda sólo este llanto amargo y en cada lágrima que corre apurada atravesando mejillas y resbalando impunemente por mis labios temblorosos, se escapa una fracción del alma para no volver.

Todo esto es muy injusto, dijiste casi al final y mi corazón se desgarró en silencio...

Parte del aire...


Paredes sencillas
de viejos ladrillos.

Maderas sumisas,
quejosas, desnudas.

Y sin embargo aquí
nada yace y nada duerme.

Cierro fuerte los ojos,
abro el alma y veo
que el silencio puede hablar,
que los aromas me acarician
y me besan los abrazos.

Sobrevuelo los añejos pasillos,
laberintos de la infancia.
Y las gastadas baldosas,
rayuelas de tiza y cielo.

No todo es tan sólo
materia dormida.

Aquí siguen morando
quienes son parte del aire.

Ellos vendrán en mí
en profundo suspiro
cuando gire mi llave
por última vez...

Como gorriones...


Cada día me voy un poco. Así como se va el viento que se lleva los silencios sin un mapa dibujado ni destinos ya predichos...

Me voy yendo despacito a encontrarte alguna vez entre tu cielo y el mío. Seremos entonces hermanos del aire. Como dos brisas aladas, aves eternas desandando horizontes. Gorriones sin patrias ni fronteras, sin jaulas de huesos ni carnes con heridas. Sin dolores, sin tristezas ni lamentos de ausencia...


Y nada más...


Has vuelto ahora
a ser parte de todas las partes,
a ser esencia de la esencia,
a ser la historia de mi historia.

El dolor te dio más luz,
te dio las alas
y todo el cielo,
y hasta incluso los abismos
que se abren a mis pies.

No serás más el tibio sol
de las mañanas
ni el implacable
del ardiente mediodía.
Tampoco ya serás
la melancólica estrella
de la tarde anochecida.

Serás luz.

Serás la luz
que modele mi sombra
y evidencie mis huellas.
La que me muestre el camino;
la que ilumine las noches
de las miradas más tristes.

Desde ahora no eres más
ni mi ahora ni mi aquí.
Eres todo en todas partes.
La sabia y discreta brisa,
una mariposa de amor,
esta luna distante
y el murmullo del mar.

Yo sé bien que estás aquí,
que estás en todo
y estás en mí,
mas no puedo ocultar
que me muero de dolor,
que me ahogo en este llanto
y no puedo respirar,
que mi alma está quebrada
y esparcida en mil astillas.

La impotencia de saber
que hoy no valen los deseos,
que no hay rezos ni oraciones
ni milagros por hacer.
Sólo queda maldecir
a esta hora
y a este cielo.
A esta historia,
a la realidad mezquina
y a la hipocresía de esta danza
de minutos y segundos.

Y si aún después de todo
existiera un Dios piadoso
que me pueda escuchar,
de rodillas le suplico
que te cuente de mi amor
y que aunque esta vida sea
sólo un sueño y nada más,
sólo quiero despertar
y saber que estás aquí.

O tal vez rogarte al fin
que me des un día más.

Sólo un día y nada más...


Sedimentos...


Me verás un día
esperando en un rincón.
Bajo una piedra, tal vez.

Sobre tu almohada.

Yo en cambio
puedo verte siempre.
Sin que lo sepas,

aunque lo sabes.

Y en una noche cualquiera
volveremos a estar
renaciendo juntos
en lo profundo del mar

sobre tu almohada.

Vivir sin arte...


Que las sociedades se pueden enfermar es innegable. En la actualidad podemos encontrar muchos ejemplos de sociedades enfermas, pero sólo me referiré a la que me toca pertenecer, la que conozco mejor y a la que tengo el derecho y hasta la obligación juzgar o criticar desde mi personal manera de sentir las cosas.

No pretendo hacer un análisis sociológico profundo ni político ni psicológico. Sólo es una aproximación desde mi propia y limitada óptica y sensibilidad, por consiguiente es también arbitraria y discutible...

Aquí una simple y breve enumeración de detalles que alcanzo a percibir o que creo percibir.

La invisibilidad a que son condenados los más pobres y los desposeídos…
La negación del otro, del diferente…
La xenofobia…
El racismo explícito, implícito o latente…
La ostentación impúdica (diría que hasta pornográfica) de la burguesía…
La falta de solidaridad, desde lo más pequeño a lo más grande…
La pésima atención a los clientes en los comercios y en las empresas de servicios públicos...
La desidia y la falta de tolerancia y respeto en el trato diario (en el tránsito o en las redes sociales, por citar sólo un par de ejemplos)
La prepotencia de los más fuertes sobre los más débiles, sobre los que tienen la razón o sobre los que opinan diferente.
El acto de evidente comportamiento antisocial de arrojar papeles y todo tipo de basura en las veredas y en las calles, o como los dueños de perros que permiten que estos hagan sus necesidades en cualquier parte (preferentemente en la vereda del vecino)
La vanalidad y el mal gusto en la televisión sólo procurando recibir la bendición del Dios Rating…
La mentira, la falsedad, la falacia y el engaño permanente en todos los grandes medios de comunicación...
Y una larguísima lista de etcéteras varios…
     
No es nada más la imagen de una sociedad y una dirigencia enfermas como tampoco son sólo síntomas de la degradación de los valores éticos, morales y de convivencia mínimos (algo que parece una antigüedad, de la época paleozoica cuánto menos). La insolidaridad, la arrogancia, el desinterés, la desidia, la desprolijidad y la obsesión por el lucro a como dé lugar es la aceptación de la mediocridad. Es el abandono del deseo de hacer de nuestras vidas una pequeña obra de arte cotidiana…

Somos, en definitiva, una sociedad que está volviendo a caer en una espiral de degradación de valores fundamentales. Que está comenzando a permitir que esos valores se degraden de manera alarmante.
Vamos, en definitiva, en camino a convertirnos en una sociedad mediocre, aunque nos duela admitirlo.

Podríamos decir que estamos en peligro de caer en un proceso de abandono paulatino y constante de lo estético, del hecho artístico en nuestra cotidianeidad. Es decir, en peligro de perder la capacidad de intentar acercarnos con cada pequeño acto de nuestra vida a la belleza y a la armonía individual y colectiva.
Eso es, en definitiva, vivir sin arte...

Las cartas de la abuela... (1)


Hacía años que la pequeña portezuela ubicada en el cielorraso del pasillo y que comunicaba con el altillo no había sido tocada por nadie. Desde aquel mes de abril en que mamá decidió guardar allí todas las escasas pertenencias de la abuela María, que había fallecido apaciblemente en su cama unas pocas noches antes.

Recurrentemente, como si alguna lejana voz me llamara, mi mirada se dirigía hacia esa diminuta abertura casi cuadrada, siempre obturada y  rodeada por una austera moldura de madera. Tanto tiempo hacía que no se había abierto que imaginaba que estaba sellada de alguna manera o que tendría algún misterioso sistema de cerradura que no alcanzaba a descubrir desde abajo. Sin embargo aquel día que me animé a acercar la escalera con mis temores y curiosidades a cuestas, extendí los brazos hasta tocar la cobertura de madera pintada igual que el resto del cielorraso y con sólo hacer una leve presión, noté que se movía. Al hacerlo, un puñadito de polvo se deslizó hacia abajo y brilló en mil estrellas al atravesar un rayo de luz de sol que se colaba por la ventana abierta del comedor.

La portezuela cedió hacia mi derecha casi sin producir ningún sonido, como si el tiempo no hubiera transcurrido para sus mínimas bisagras. La penumbra no ocultaba del todo el maderamen del techo de tejas ni el polvo acumulado sobre algunas cajas apiladas un poco desordenadamente en los alrededores de abertura. Me sujeté del borde y subí un par de escalones más hasta que quedé con medio cuerpo asomado al altillo. El ambiente era cálido. Se respiraba un aire antiguo y los sonidos del exterior parecían dormidos.
Subí otro escalón de la escalera y estirándome pude introducirme en el altillo. Miré a mi alrededor y confirmé que solamente había cajas de cartón. Estaban cubiertas por una fina capa de polvo y selladas con cinta de embalar. Todas salvo la más alejada. Era de dimensiones algo menores, parecía estar abierta en su parte superior y cubierta apenas por una tela que quizás hubiese sido blanca alguna vez.  Me dirigí hacia donde estaba esquivando casi instintivamente un par de cajas apiladas y otras tres que se encontraban delante. Todas tenían algún rótulo indicando lo que contenían, salvo aquella...

Instalada ahora en el recuerdo, se me ocurre que cuando al fin estuve parada delante de ese misterio que esperaba por mí para ser revelado, la respiración se hizo apenas un aleteo de mariposas. Quedé como paralizada, con la mirada anclada en los pliegues tan marcados por el polvo dormido sobre la tela amarillenta. Me arrodillé sobre el piso rugoso del altillo y me dediqué a observar en silencio, como intentando adivinar qué era lo que allí se escondía, qué secretos habría guardado mi abuela para mí en esa caja, porque a esas alturas no tenía ninguna duda de que, de alguna manera, ella había hecho algo para que un día yo me acercara hasta allí. No por nada durante años alcé la vista hacia la portezuela clausurada del altillo, como si una diminuta voz me llamara incesantemente...

Con la punta de los dedos retiré suavemente la tela y en actitud respetuosa la dejé con cuidado sobre el piso. Incliné el cuerpo para asomarme al interior de la caja. Ví varios libros perfectamente acomodados. Los años los habían ajado, pero emanaban una dignidad sin tiempo. Era como si en medio de aquella penumbra de pronto un halo de colores tenues y dulces iluminara mis manos mientras acariciaba las tapas para despejar el polvo del olvido. El corazón latía fuerte y los párpados se negaban a pestañear mientras sacaba los primeros libros. Apenas los miré brevemente pues intuía que había cosas más importantes para ver en ese momento. Debajo de ellos apareció un álbum de fotos que entraba muy justo en la superficie de la caja. Lo saqué y pasé con cuidado mis manos ya sucias por sobre la superficie de cuero marrón. Al abrirlo apareció la historia entera de la abuela en imágenes. Pude adivinarla a ella en la figura de una niña muy pequeña, con vestidos amplios y hasta los tobillos, de cabellos oscuros y algo rizados, ojos dulces y mirada profunda. A medida que daba vuelta las páginas, esa niña se iba transformando en mujer sin perder nunca aquel aire de inocencia pero que cada vez transmitía con mayor fuerza una sensación de gran aplomo y sabiduría...

Cerré el álbum de fotografías y con cuidado lo dejé a un costado.
Volví a mirar dentro de la caja y ya en el fondo pude ver dos cuadernos y dos cajas de madera lustrada, de igual tamaño pero con algunos símbolos diferentes que me resultaban extraños y a la vez intrigantes y atrayentes...
Tomé ambas cajas a la vez. Tenían una tapa fijada con un pequeño gancho. Las abrí y en cada una había pilas similares de lo que parecían láminas de cartulina. Cartas, en realidad.
Se las veía un poco gastadas, como si hubieran sido usadas durante mucho tiempo o con mucha frecuencia. Eran de colores diferentes y con diseños también distintos. Para poder extraerlas tuve que dar vuelta las cajas porque entraban muy justas. Nunca antes había visto imágenes como esas. Evidentemente eran cartas, pero muy extrañas para mis 15 años de aquel entonces.
Pasé largo rato contemplando una por una las láminas de uno y otro mazo hasta que finalmente decidí guardarlas de nuevo en sus cajas. Ya las miraría luego con más detenimiento. Volví a la caja de cartón y extraje los dos cuadernos que quedaban. Uno forrado con una tela roja y el otro con una de color negro. Cuando abrí el primero se deslizó una hoja suelta que terminó en el piso. La levanté para leer lo que había escrito allí y apenas puse mis ojos sobre el texto quedé atónita...

"Mi querida Mariel, al fin has llegado hasta aquí. Hacía tiempo que te esperaba. Si estás leyendo estas palabras es porque estás preparada para aprender algunos secretos, grandes y pequeños, que con el tiempo sabrás valorar y utilizar con sabiduría. Lo que deseo enseñarte lo aprendí de otras mujeres, todas ellas muy sabias y generosas. Toma estas enseñanzas con respeto y responsabilidad, pero sobre todo con profundo amor.
Ahora mismo tienes en tus manos dos tesoros. Son dos mazos diferentes de cartas del Tarot que fueron mías durante muchos años. Ellas te enseñarán mucho más de lo que imaginas. Te serán muy útiles para ver cosas que pocas personas pueden ver, no porque no tengan las capacidades para hacerlo, sino porque simplemente han olvidado lo que guardan en su memoria más antigua. 
En estas notas que te he escrito se encuentra todo lo que yo soy capaz de enseñarte, pero también sé muy bien que vos podrás sumarle nuevas visiones y significados que enriquecerán este arte y sobre todo, a vos misma. Elige uno de los mazos, el que más te guste y dedícate a él con el corazón. El Tarot te responderá de igual manera. Bienvenida!"

Cuando terminé de leer la nota de la abuela permanecí inmóvil con el papel entre las manos y casi sin respirar. Comprendí que esa era la razón por la que todos estos años sentía que algo me atraía hacia el altillo, algo me estaba llamando de maneras incomprensibles. ¿Era la abuela o sería el Tarot?
Tal vez ambos que conformaban un todo...

Guardé todo en la caja lo más ordenadamente que pude salvo los cuadernos y las dos cajitas de madera. Salí del altillo, cerré la portezuela y con mis tesoros apretados contra el pecho fui a mi cuarto para comenzar a vivir la fascinante aventura del Tarot con la amorosa guía de mi sabia abuela María...

(continúa)

Laberintos...



Hubo un día en que eché a andar.
Me fuí tranquila. Sin hablar, sin pensar, sin mirar...

A veces dudo si me fui del todo. Será que siento aún aquel peso en mis espaldas. Las penas que son propias y las extrañas, las culpas que me caben y las que alguien carga en otro morral.

Es grande el peso pero quiero andar hasta encontrar algún cruce que me haga pensar, que me llame a sentir, que me obligue a soñar.
Que me invite a seguir...



Lejanías...


Me quedé una tarde mirando distancias. Sin ver, sin ser, sin fe...

La luz invadió la ventana y me habló de ausencias y era la calle un espejo de soledades, un desfile de siluetas de bruma, sigilosas y mudas. Indiferentes como nubes cruzando la vereda que iban desapareciendo en las ochavas lejanas o eran devoradas por impersonales transportes urbanos.

Alguna voz pequeña y breve trepó por el muro y se aferró al dintel desprevenido de mi ventana y sin pedir permiso, anidó muy tenue en mis cabellos revueltos.

Tal vez fuera tu voz en un suspiro de nostalgia.
Quizás mi corazón, sediento de refugio por tanto andar...

Prisionera de la libertad...


Caminó en silencio para huir de los silencios.
Se fue despacio para apurar la despedida…
Olvidó el equipaje para recordar la libertad…

Bajó la mirada para ir más alto
y a l fin cerró sus ojos para ver más lejos...