Imaginándote...


Estarás allí, en algún lugar sin coordenadas ni rosa de los vientos, en un espacio desconocido para mí o que tal vez guarde en mi memoria antigua pero que aquí abajo tengo olvidado.

O podrías estar encendiendo estrellas que sean eternas, desactivando la mentira de los relojes o conversando con viejos amigos y con espíritus que aún esperan.

Y mientras tanto aquí,
en lo oscuro de mi cuarto anochecido
ronda sarcástica la muerte.

Cómo se sentirá
no volver a sentir,
qué aroma tendrá
la última bocanada,
el último suspiro,
el instante más solitario,
el del destello final,
el de la agónica mirada.

Una mañana...


Mi cabeza da vueltas por infinitos mundos vacíos. Salgo a flotar por los  infiernos de la nada hasta volver al mismo punto de partida, como encerrada en un gigantesco laberinto que no existe, pero que se siente opresor, asfixiante. Perverso.

En algún momento de lucidez compruebo con angustia que allí donde debería crecer la vida, crece la muerte.

Camino por la casa los mismos pasillos quietos, las mismas sombras. Miro sin ver lo mismo una vez y otras mil. Nada se mueve, nada está vivo, todo me demuestra ausencia y desinterés, desgano, soledad. Abandono.

El silencio de los míos golpea el alma con puño de hierro y ya ni los espejos me hablan.

De algún lado surge un gusano hambriento, sigiloso como el aire, que deglute ilusiones y esperanzas. El silencio lo apaña, la quietud lo alienta, la abulia lo alimenta y yo estoy sin fuerzas para enfrentarlo.

Pero una mañana me levantaré...