Volveré...


Una noche deberé partir,
o una mañana cualquiera.
Pero habré de volver
con la memoria intacta
atesorada en el alma.

Elegiré un día de luminosa frescura
para disfrutar del reencuentro
con los caminos ondulantes
bañados por la claridad sensual
de un otoño amanecido.

Volveré mil veces y una más
como deseo atormentado,
cargada de sensaciones
y oliendo a néctares y a lluvia.

¡Estaré volviendo tantas veces!
Cada día del eterno calendario,
como lo hace el viento
desde el fondo más oscuro
del pasado y del futuro.

Como rocío, perpetuo y fresco,
para humedecer las bocas,
las pétreas manos
y la carne firme.

Volveré siempre igual
y de aquí en más,
como pantera sangrante,
herida y voraz,
acechando amores.

Al llegar buscaré la luz.
Me quedaré muy quieta
ante la luna y el sol
para ser  simplemente
una silueta breve
dibujada al trasluz
entre los velos sutiles
de una brisa otoñal.

Siempre estaré volviendo
como un deseo atormentado
desde el fondo más oscuro
del pasado y del futuro.

Volveré como rocío,
humedeciendo bocas,
reviviendo flores,
renaciendo amores.


Equilibrio inestable...


Cuando todo alrededor permanece inmóvil es porque algo se está moviendo en lo profundo del inconsciente.
Si en mi mente se instala una quietud aplastante, sé que en algún rincón del alma se está gestando una tormenta.
Cuando parece que mis pies echan raíces imagino que mi alma está viajando por los incontables estratos de la conciencia universal.

Cuando el aire alrededor y los espectros que habitan en mí están como dormidos, todo es muy simple y armonioso. Nada es confuso, nada es opaco. Las sombras se tornan claras y transparentes. Puede que sea sólo un instante diminuto, pero esa pequeña porción de paz me devuelve el equilibrio, que aunque inestable, preserva mi frágil cordura y me permite sostenerme en pie.