Ausencias...


Duele el peso de las ausencias igual que duele la cruz cuando del Cristo sólo quedan en el madero las mudas cicatrices de los clavos.
Duelen las ausencias vestidas de presencia perpetua, cuando no hay razones ni ilusiones que consuelen ni palabras que las abarquen. Cuando siento que la vida no es más que el triste testimonio de lo que fue, de lo que la muerte se empeña en arrebatarme.

Juro que vi el rostro oscuro y cruel de la muerte. Una noche pasó apurada ante mis ojos anunciando lutos, penas y vacío. La presentí también en las últimas miradas de miedo y de desolación que me negué a entender o aquella tarde en que inútilmente me quedé esperando una última palabra hasta que un garfio helado me arañó la espalda.

Podría decir que ya no le temo pues poco me queda si se ha llevado lo mejor de mí. Sólo le pido no más penas ni dolores nuevos. Que me lleve cuando esté dormida y mientras en sueños abrazo a los ausentes.

En tanto, el corazón se desgaja como flor amarga que sangra en silencio lágrimas de rocío.


Memorias de la bruma...


Como bruma llegaste hasta mi almohada en una bocanada de aire antiguo, deslizándote entre lejanas lágrimas de amor angustiado que ya creía secas y olvidadas.

Regresaste desde algún futuro incierto del pasado, abrazando recuerdos de pasión y de dolor que no sé si fueron algún día o son todavía.

Palpé a ciegas aquel amor en la oscuridad de mi silencio, te saboreó mi cuerpo dolido y te abracé entre las piernas en un estéril intento por evitar que escaparas otra vez de mis poros abiertos y de la tibieza recobrada de la almohada.
En el centro de mi muro inasible de roca y algodones se abrió el cerrojo de una puerta sin goznes ni llave. Tal vez fuera la puerta del alma, quizá la de un delirio onírico sin otro propósito que reabrir heridas y atizar las cenizas de una pena...