Testigo...


Por momentos las ventanas de mi casa parecen convertirse en espejos empañados que reflejan o traslucen un mundo enfermo y hambriento. Puedo ver un cielo trágico que apenas asoma y sobrevuela amenazante por encima de las cabezas de los que caminan sin saber en realidad hacia dónde, transitando sigilosamente por la vida y la inconsciencia.

Desde lejos, como testigo privilegiada y angustiada, percibo la abulia y la desesperación de hoy y la resignación de mañana. 

Lo que aún no alcanzo a comprender es si se trata de una ilusión o de un mal sueño;  de un presentimiento enfermizo o de un presagio macabro. Lo único que tengo por cierto es que esta tierra casi agonizante se encamina a convertirse en un páramo transitado por los fantasmas de los que fueron, de los que aún somos y de los que no podrán ser, porque nada de lo que existe permanecerá ni nada de lo que vaya a existir perdurará. Tal vez sólo resista aquello que los sentidos no captan y que podrían ser lo eterno, el amoroso combustible del universo.

Pero por estos días lo que me desconsuela es no saber adónde se habrán ido los gorriones de mi infancia.


¿Qué será de los sueños?

 

Mis sueños van sin rumbo cierto, como caminantes sin destino, como entes de la nada, como palabras que insinúa el silencio, deambulando por los recuerdos de lo no vivido hasta que al fin se ahoga mi voz entre las voces de lo eterno.

¿Qué será de los sueños, de las ilusiones, los proyectos, los deseos y de la inclaudicable fortaleza de los sentimientos y de las emociones de los que ya no están? ¿Será que todo se disuelve en la nada o quedarán flotando en algún rincón de las almas de quienes los amaron? ¿Se desvanecerán en el aire, se desmembrarán o volverán con la vivacidad y el colorido de un colibrí o en la mansedumbre imperturbable de una paloma?

No consigo alcanzar la profundidad, el grado de conciencia que me revele esos secretos, esas joyas de las almas. 

Tal vez algún día se me presenten como luz incandescente o quizás queden perdidas en el olvido y no escapen jamás de lo más recóndito del inconsciente. O podría ser, tal vez, que sueño los sueños de todos y no lo sé porque al abrir los ojos ya no los recuerdo.

O quién sabe, podría ser que las mías sean las ideas y los pensamientos que a ustedes les quedaron inconclusos y que yo no alcanzo a interpretar.

Todo aquello que se llevó el silencio de la muerte en algún lado estará guardado, esperando para resurgir o volviéndose polvo de estrellas que algún día esparcirá el viento. O se transmutará en vapor, para elevarse y sobrevolar mi vida hasta que me toque el momento de aportar a alguien más mi pequeño bagaje de sueños, de ilusiones, de proyectos y de deseos inconclusos.


Soy...

 

Porque soy estrella lejana, brillo con luz débil atravesando brumas.

Porque soy ave de paso, vuelo hacia el horizonte y mi destino es incierto.

Porque no soy más que un espectro, vivo a lo largo de mis sueños y muero al despertar.

Porque mi esencia es el inconsciente, transito pasados y futuros sin distinguirlos buscando respuestas.

Porque soy noche sin luna, me deslizo entre las estrellas y me ahogo entre las sombras.

Porque soy encrucijada, cada camino que elijo me aleja más de los paisajes que nunca veré.


Por todo esto soy lo que soy, pero sobre todo soy lo que nunca seré.



Mundo Rayuela...

Me llegan recuerdos de los tiempos en que el mundo era una rayuela y para alcanzar el cielo sólo bastaba una piedrita y unos pocos saltos breves. De cuando ese mundo era el patio y era el fondo, rebozante de frutales y con aquella morera generosa, donde trepábamos para las charlas de amigas viendo el todo desde las alturas. 

Era mamá plantando gajos de gramillón en el jardín y flores y plantas en los canteros. 

Era mi hermano peloteando con papá. 

Era la estalactita que se formaba en la pileta del patio cuando goteaba la canilla en los días más fríos de aquel invierno. 

Eran los lunes de guardapolvo blanco de tablitas y moño, planchado e impecable.

Un mundo con sonidos y colores que ya apenas puedo rescatar alguna vez, o nunca más. 

Extraño las interminables bandadas de mariposas, los simpáticos y atrevidos gorriones, las luciérnagas surcando la oscuridad y hasta el sonido a veces atronador de las chicharras en los días más calurosos o de mil grillos anunciando la lluvia refrescante.

Me llegan recuerdos de un mundo simple, entendible, amable. Perdido.


Hacia el olvido...

 

Cuando ya camine lento tal vez vislumbre alguna consciencia de que éste viaje no es el único y que tampoco será el último. que es y será una travesía sin fin, solitaria y silenciosa en una barca pequeña sin timón, porque no lo necesita...

Voy andando y desandando caminos que creía conocer y que a cada paso dado descubro que me son extraños. No sé hacia dónde me llevan, no sé cómo llegué hasta aquí ni tampoco de dónde vengo. Si alguna vez tuve un rumbo, hace tiempo lo perdí. 

Por lo que siento y presiento, camino en círculos por estrechos pasillos de mi propio laberinto.

Tantos pasos he dado que perdí la cuenta, pero en los sueños sí los tengo presentes y los puedo recordar. Los lugares, las caras y los gestos, las sonrisas y las lágrimas. Las idas, las ausencias y los reencuentros que tuvimos y los que no pudieron ser. Las despedidas esperanzadas, las esperas sin fin y el dolor del olvido forzado. Todos los pasados se hacen presente para luego volver a lo que fueron, incluso mis sueños.

Porque soy esclava de mis recuerdos, soy ama de mis pesares.

Luego pienso que nada de esto existe, que la vida y la realidad son sólo una visión onírica. Pero qué son los sueños sino retazos de esa realidad intangible, esa que no alcanzo a ver pero que es más sustanciosa y verdadera que la que está hecha de carne y de concreto...

Cada vez con mayor frecuencia resuenan voces, se mueven sombras, percibo gestos que me recuerdan de dónde vengo y sin tener conciencia plena, me indican claramente hacia dónde voy: hacia el olvido. 

Es inevitable que me encamine hacia allí y es en ese instante de claridad que me doy cuenta de lo imprescindible que es decir a tiempo lo que es necesario decir, acariciar, besar, amar. Expresar lo que guarda el corazón antes de que la noche se termine de cerrar y el intento de remediarlo sea una quimera. 



Metamorfosis...


Qué cosa es el dolor
sino esta lluvia,
éste pájaro herido.
Un ramillete ensombrecido
de corazones apretados.

Una flor deshojada,
éste viento desgarrado
y mis lágrimas quebradas
cayendo como plomo.

De qué sirve el alma dolorida
sino para gritar la pena,
para lamer mis llagas
y tu corazón transido.

Para alcanzar a los ausentes
en el punto centro
de la memoria
y en el cénit mismo...

de la alegría.

Mariel

NOTA: Esta poesía la escribí el 9 de noviembre de 2010, unos doce días después de la muerte de Néstor.

Cuando nos recordemos...

 


En un tiempo lejano nos perdimos el uno al otro. En ese instante el latido de las profundidades se adormeció. Tu voz se hizo eco lejano, como un viento helado que cristalizó mis ojos, mi mirada, y hasta la sangre detuvo su andar.

Y entonces lloré. Lloré lágrimas de incertidumbre y de desconsuelo. Una garúa perpetua que convirtió mis huesos en barro.

Cuando nos desmoronamos, cuando nos olvidamos el uno del otro abandonamos el jardín sagrado, sin esperanzas y sin ilusiones. Aquel día condenamos nuestros corazones a la oscuridad. El universo nos maltrató y nuestros corazones se silenciaron.

Olvidamos quiénes éramos. Olvidamos que seremos uno. 

Cuando nos recordemos el uno al otro ocurrirá el reencuentro y después, en un lugar atemporal, volveremos al principio.





El muro...


Bocas que muerden bocas
y dos cuerpos contra un muro
que gimen
que lamen alientos
ambos contra el muro.
Contra el muro son un cuerpo.

Cuerpos amurados
cuerpos clandestinos.
Sólo uno,
un solo cuerpo
el tuyo con el mío.

Mi cuerpo abrazado mordido
ardido y amado.
Violada la cáscara del dulce pecado
se enciende y se crispa
se quema se muere renace y estalla.
Un muro y un cuerpo
el tuyo y el mío.

Dos lenguas de fuego
que sangran y lamen
tu cuerpo
mi boca
tu muro
y el mío.

Manos
que suben y abarcan
que aprietan que lamen
que muerden y besan
que rasgan y bajan.

Sexos
que anuncian mil lluvias
que encienden mis soles
e invocan tus truenos.

Cuerpos que llueven
bocas que abarcan
manos que muerden
muros que truenan.

De a dos los deseos
ardidos quemados alzados
y un eco en mi boca
tu cuerpo en el mío
tus manos de lluvia
y mi cuerpo mordido.

Tu cuerpo
en mi cuerpo.
Tu cuerpo y el mío
y en el mío tu cuerpo...
En mi cuerpo
en mi boca
en mis manos
tu cuerpo.
Y en el mío,
tu lluvia.

Tu boca
y el muro.
Mi boca que bebe
tus besos que llueven.

Mariel

Lo eterno...

(...)
Desde una noche ciega
desde olvido
desde horas cerradas
en lo solo
sin lágrimas ni amor
te estoy llamando
como a la muerte
amor
como a la muerte.

(Idea Vilariño)


Cuanto dolor esta memoria sangrante, esta daga del recuerdo, esta oscuridad en mi pecho.

Queda tan lejana tu sonrisa, la mirada clara, los abrazos que estremecen la piel. Sensaciones nítidas, perfectas, reales. Sensaciones y emociones para las que no existe un calendario que me fuerce a olvidar.

Desde aquel día es imposible evitar sentir que mis manos son el reloj y que tu ternura es la arena que se escurre entre mis dedos.


Para la noche...


Tras la frontera
de la piel y la razón,
sigue vivo lo vivido.

De tu patio verde
emigraron las palomas
y la ochava me olvidó.

Fueron las manos del tiempo
que saquearon los recuerdos,
pero queda tu perfume
más acá de la frontera
de la noche y de mi piel.

Mariel

En mi laberinto...


“Si miras mucho tiempo dentro del abismo, el abismo también mirará dentro tuyo” 
(F. Nietzsche)

Hubo un día y hubo una hora en que emergí del vientre tibio, del laberinto sangrante de mi madre.
Ese mismo día y a esa misma hora entré en mi propio laberinto, ese del que sé que nunca más podré escapar.

Camino a ciegas por los altos murallones que parecen ocultarse detrás de su propia sombra y ante cada nueva encrucijada, dudo y desespero.
Avanzo y retrocedo buscando una salida, una respuesta o un poco de verdad, pero sólo percibo el eco de mi voz escondido entre el silencio de piedra.

Deambulo como autómata por los estrechos pasillos de paredes ásperas hasta llegar a un rincón sin salida y así, enseguida, retrocedo tambaleante, rozando la piedra fría que me desgarra la ropa, me desangra el cuerpo, me destroza el alma. Es que vuelvo sobre mis pasos y retorno a los pasados que lastiman una y otra vez.

No estoy segura si busco una salida o es que en realidad intento confirmar lo que imagino que encierra el centro mismo del laberinto.
Quizás lo único que en el fondo sé es que allí no habrá ningún Minotauro esperándome, sino un espejo. Sólo un espejo, tan pequeño como lo que quede de mí...



Espejo empañado...


Aunque no sé si volver es lo que querría, me gusta creer en la posibilidad de un regreso después de la partida, aún sin saber bien para qué ni cuales serían los motivos que me alentarían a iniciar un nuevo camino, o a forzar un nuevo intento por encontrar la paz.

Con frecuencia los recuerdos me rescatan de la oscuridad del alma para humedecer los labios con apenas unas breves partículas de oxígeno, pero enseguida me arrastran hasta el fondo más profundo de mí misma, donde habita la soledad y desde donde brota una lágrima que cae implacable y se diluye en el océano de todos los dolores. En esas aguas turbias veo mi cara pobremente insinuada, como un reflejo que teme a la luz y que se esconde detrás de un espejo empañado.

Es entonces cuando a traición me asaltan las memorias más antiguas del vacío, del precipicio interminable del olvido y del desamor.


Carta al hermano dormido...


Hermano querido:

Perdoname si te distraigo un momento, pero hace mucho que  necesito escribirte esta carta. No sé si alguna vez la podrás leer aunque tengo la certeza íntima de que así será. De todas formas estoy segura de que siempre supiste todo lo que te estoy por decir porque estas palabras, más que palabras serán la mera graficación de sentimientos permanentes y como vos y yo sabemos, los sentimientos son eternos y viajan de indescifrables maneras destruyendo cualquier frontera y lo hacen por siempre y para siempre y en todas las direcciones, adentrándose más y más en ese infinito que inútilmente siempre quise mensurar y ni siquiera imagino.

Pensaba hoy en nuestras largas e incansables charlas, algunas veces profundas y en ocasiones simples y cotidianas, pero siempre hermosas. Nada me enriqueció más que la luminosidad de tus palabras y el arte que dibujaban tus manos en el aire enmarcando la voz. ¿Te acordás que una vez te dije que al ver tus manos mientras hablabas recordé aquella foto de Picasso, esa en la que él, en la oscuridad, dibujaba la paloma de la paz con la luz de una linterna? Porque tus manos, como tus palabras, siempre fueron luz y crearon cosas, abarcaron momentos, describieron ambientes, expresaban sensaciones. Tus manos eran arte. Tanto es así que nunca pude adivinar si las maravillas que desplegaste toda la vida en pinturas y esculturas o en tu trabajo de tantos años eran la representación concreta de la inagotable magia de tu imaginación y creatividad, o si eran tus manos las únicas artífices de todo aquello, que se movían independientes de tu voluntad. Pero no, no me hagas caso: Esto es sólo una de mis tantas tonterías que seguramente te hubieran hecho reír y que merecerían aquella mirada entre tímida, tierna, divertida y piadosa que disfruté tantas veces. Esa mirada de la que sólo me queda una piel de tibieza en el alma y un instante congelado en el corazón de una foto, aquella imagen que cada vez que miro antes de apagar la luz me parece que tus ojos se detienen a contemplar los míos ya cansados. Entonces me quedo en el centro del cuarto para contarte mis cosas, para decirte que te quiero y que siempre te espero. Pero es ahí que siento que muero de ausencias...

Porque esta falta de vos, tu no presencia en este aquí y en este ahora impreciso y cruel, es un vacío en el cuerpo, es un rayo helado y repentino que petrifica las lágrimas apenas asoman al borde rústico del desfiladero de mis ojos. Y entonces ante mí surge con su rigurosidad este precipicio sin fin y sin principio del insomnio.

Si supieras lo oscuras y reptantes que son mis noches y lo mortecinos y crepusculares que se transformaron mis días, porque con cada minuto que se nos escapó siento que cargo con un siglo más de esta soledad de vos, con cada rayo de sol perdido en esta noche repentina, son multitud las primaveras destempladas que se avalanzan sobre mis hombros y con cada parpadeo cristalizado en la lágrima del tiempo, son miles los fotogramas de tus mundos fantásticos que escaparon de las cuencas de mis ojos, del meollo de las vísceras y del corazón de mis huesos.

Se agrieta mi piel por un grito que surge desde muy adentro, por la necesidad imperiosa de gritar que te extraño, pero vociferarlo es absolutamente insignificante para expresar cómo tu ausencia arrasa mi corazón. Te extraña el rincón de la cocina, al lado de la breve cortina donde te sentabas para charlar y compartir un café; te extraña mi ventana que era la primera en descubrirte allá abajo mientras esperabas a que yo corriera a abrir la puerta; te extraña la casa y el aire que respiro. Es la vida que te extraña y a mí me muerde la pena por dentro...
Tu recuerdo me asalta repentino, imprevisible y a causa de cosas o situaciones que parecen de asombro, pero cuando lo medito un poco me doy cuenta de que no es raro porque hoy sos parte del aire y la brisa te expande más allá de todo horizonte y de toda comprensión.
Salgo al jardín y allí están las mismas flores, el mismo colibrí de siempre, el mismo sol y como cada día está el barrio adormecido más allá de la vereda. Pero entonces el viento llega para susurrarme al oído y despeinar mis cabellos e imagino recuperar un poco de la ternura de tu beso en la mejilla. O cuando llueve, escucho caer el agua con la esperanza de que me traiga de regreso, de adivinar en ella y en su repiqueteo melancólico, la melodía de tu voz. Pero al final resulta ser un puñetazo en el pecho pues no consigo recrear la musicalidad, el tono preciso, las inflexiones sutiles de tu voz y al fin termino llorando de impotencia y desconsuelo. Me quedo entonces sentada en la cocina, al lado de la ventana y frente al rincón que quedó vacío y opaco a la espera de una señal, de una palabra insonora, de una estrella fugaz…

Y ahora te pido que me perdones, pero ya no puedo seguir por hoy. Podría contarte tantas cosas, pero no sé si encontaría las palabras así como tampoco sé si tendría algún sentido pues en realidad sólo cuentan los sentimientos... y de eso ya sabés todo. Sólo me queda el consuelo de que en definitiva, vos y yo somos parte del todo y cada partícula nuestra es una parte de cada ser, de cada cosa, de toda gota y de cada estrella. Somos lo explícito y lo implícito. Lo concreto y lo intangible...

Duerme en paz, querido hermano mío...
Sueña los sueños que yo no he podido y recorre con ellos los infinitos caminos del amor y de la luz...

Mariel


El tiempo sin tiempo...


Como mínima luciérnaga emergiendo tímida desde el fondo oscuro y denso del cosmos infinito, así empezó este tiempo sin tiempo mío. Minúsculo destello de luz transmutado en pasajera desorientada e indefensa que mira por la ventanilla de la vida sin comprender ni el paisaje ni el sentido ni su último destino.

Una insignificante estrella fugaz que fulgura por un segundo en el cielo profundo de la eternidad. Un alma encarnada que apenas comienza a entender que sólo percibe pasados, que todo lo que cree conocer es lo que ha aprendido tiempo atrás. Mente equivocada y febril que supone imaginar lo que es inimaginable y que construye futuros proyectando los errores maquillados de sus propios pasados.

Absurda cazadora de presentes inasibles, escurridizos e imposibles. Presentes que se escapan con el vértigo con que los futuros huyen de la percepción y de las ilusiones y que desde mi ventanilla sólo puedo ver como uno tras otro van quedando atrás, lejanos y perdidos en nuevos pasados.

La materialidad de mi cuerpo, los sentidos falibles, la mente entrenada para reconocer lo que supongo concreto y tangible, el ego construído a los golpes y a ciegas, los sentimientos condicionados por la realidad de lo irreal. Todo, en definitiva, será pasado. Seré pasado para esta ficción nacida de la ilusión de lo temporal, pero cuando regrese al infinito profundo del tiempo sin tiempo, seré presente perpetuo.



En silencio...


Un día se fue en silencio y sin mirar atrás de su casa poblada de vacíos.

Caminó las veredas antiguas de gesto gastado de aquel barrio atestado de soledades.
No había caminantes ni se adivinaban espíritus o brisas que insinuaran vidas latentes.
Hasta le pareció que incluso los gorriones habían preferido otros jardines soleados u otros cielos en flor.

Sólo el eco de sus propios tacones cansados la acompañaron en su andar dolido.



Imaginándote...


Estarás allí, en algún lugar sin coordenadas ni rosa de los vientos, en un espacio desconocido para mí o que tal vez guarde en mi memoria antigua pero que aquí abajo tengo olvidado.

O podrías estar encendiendo estrellas que sean eternas, desactivando la mentira de los relojes o conversando con viejos amigos y con espíritus que aún esperan.

Y mientras tanto aquí,
en lo oscuro de mi cuarto anochecido
ronda sarcástica la muerte.

Cómo se sentirá
no volver a sentir,
qué aroma tendrá
la última bocanada,
el último suspiro,
el instante más solitario,
el del destello final,
el de la agónica mirada.

Una mañana...


Mi cabeza da vueltas por infinitos mundos vacíos. Salgo a flotar por los  infiernos de la nada hasta volver al mismo punto de partida, como encerrada en un gigantesco laberinto que no existe, pero que se siente opresor, asfixiante. Perverso.

En algún momento de lucidez compruebo con angustia que allí donde debería crecer la vida, crece la muerte.

Camino por la casa los mismos pasillos quietos, las mismas sombras. Miro sin ver lo mismo una vez y otras mil. Nada se mueve, nada está vivo, todo me demuestra ausencia y desinterés, desgano, soledad. Abandono.

El silencio de los míos golpea el alma con puño de hierro y ya ni los espejos me hablan.

De algún lado surge un gusano hambriento, sigiloso como el aire, que deglute ilusiones y esperanzas. El silencio lo apaña, la quietud lo alienta, la abulia lo alimenta y yo estoy sin fuerzas para enfrentarlo.

Pero una mañana me levantaré...




Volveré...


Una noche deberé partir,
o una mañana cualquiera.
Pero habré de volver
con la memoria intacta
atesorada en el alma.

Elegiré un día de luminosa frescura
para disfrutar del reencuentro
con los caminos ondulantes
bañados por la claridad sensual
de un otoño amanecido.

Volveré mil veces y una más
como deseo atormentado,
cargada de sensaciones
y oliendo a néctares y a lluvia.

¡Estaré volviendo tantas veces!
Cada día del eterno calendario,
como lo hace el viento
desde el fondo más oscuro
del pasado y del futuro.

Como rocío, perpetuo y fresco,
para humedecer las bocas,
las pétreas manos
y la carne firme.

Volveré siempre igual
y de aquí en más,
como pantera sangrante,
herida y voraz,
acechando amores.

Al llegar buscaré la luz.
Me quedaré muy quieta
ante la luna y el sol
para ser  simplemente
una silueta breve
dibujada al trasluz
entre los velos sutiles
de una brisa otoñal.

Siempre estaré volviendo
como un deseo atormentado
desde el fondo más oscuro
del pasado y del futuro.

Volveré como rocío,
humedeciendo bocas,
reviviendo flores,
renaciendo amores.


Equilibrio inestable...


Cuando todo alrededor permanece inmóvil es porque algo se está moviendo en lo profundo del inconsciente.
Si en mi mente se instala una quietud aplastante, sé que en algún rincón del alma se está gestando una tormenta.
Cuando parece que mis pies echan raíces imagino que mi alma está viajando por los incontables estratos de la conciencia universal.

Cuando el aire alrededor y los espectros que habitan en mí están como dormidos, todo es muy simple y armonioso. Nada es confuso, nada es opaco. Las sombras se tornan claras y transparentes. Puede que sea sólo un instante diminuto, pero esa pequeña porción de paz me devuelve el equilibrio, que aunque inestable, preserva mi frágil cordura y me permite sostenerme en pie.


Portales...


Portales. El mundo está inundado de portales. El universo. Los universos, todos, son un inconmensurable reservorio de portales.
La mente misma, por supuesto, tiene infinidad de ellos que al abrirlos nos conducen a encrucijadas que conectan la cordura con la locura, la genialidad con la estupidez, las afinidades con el rechazo, el deseo de vivir con el de la autodestrucción y así indefinidamente.

La vida tiene sus portales, así como la muerte.

Portales, puertas, pasajes, pasadizos, cuevas frías y oscuras, sótanos con olor a humedad, altillos que el tiempo olvidó o celdas de la colmena de la mente que esperan ser habitadas, ¿qué importa cómo denominar los infinitos recovecos de lo que existe y de lo que existirá, de lo que es y de lo que ya no es, de lo que nunca jamás podré entender?

Quisiera conocer en mi vida cada rincón posible, cada flor, cada espina y cicatriz y así, cuando sea el momento, dejar la mochila atrás y andar liviana de carga pero no de experiencias; sin pesares ni remordimientos.

Me transformo todos los días. De mis ruinas nocturnas me reconstruyo en la mañana. Dolorida, tambaleante, desconcertada y con más dudas que el día anterior, pero es mi nuevo punto de partida. Mi comienzo de la vida. Cada vez más atardecida, más cansada y asustada, pero comienzo al fin.

Y en el principio de cada nueva vida me espera un portal desconocido al que no puedo resistir, que me niego a ignorar y que necesito atravesar aún sabiendo que jamás lo haré de nuevo porque aunque lo intente, una vez que esté del otro lado ya no habrá regreso posible.

Sin embargo parecerá que todo sigue igual, aunque yo misma ya no sea la misma. Cada mañana, cada noche, todos los días. Por siempre...


Tres gemas...


El último viaje no será el último y tampoco el único. Será una travesía sin fin, solitaria y silenciosa en una barca pequeña y sin timón. No lo necesita porque este mar es inagotable e inabarcable.
Un mar sin sol, sin luna, sin lluvia. Sin vida propia, pero viviente. Colmado de vidas ajenas que se asoman y se sumergen, que aparecen y desaparecen...

Pero ahora, hoy, voy por un camino que conozco y que a la vez me es extraño. No sé hacia dónde me lleva ni cómo llegué hasta aquí; tampoco de dónde vengo. Si alguna vez tuve un rumbo, hace tiempo lo perdí. Creo que camino en círculos, por los estrechos pasillos de mi propio laberinto.
Tantos pasos he dado que ya no los sé contar, pero en los sueños los tengo presentes y los recuerdo. Los lugares, las caras, las sonrisas y las lágrimas. Las idas, las ausencias y los reencuentros que tuvimos y los que no pudieron ser. Las despedidas esperanzadas, las esperas sin fin y el dolor de los olvidos forzados. Todos los pasados se hacen presente para luego volver a lo que fue, incluso también mis sueños.
Los mismos errores e idénticos aciertos, que no son producto de mi mejor o peor actuación, de mis virtudes o defectos sino de circunstancias y lugares, de pasados o de presentes circunstanciales.
Me reencuentro con personas que nunca conocí o que no recuerdo en absoluto y sin querer me distancio de quienes siglos atrás compartieron mi vida con afecto y con pasión. Estoy segura de que algún día los volveré a encontrar, cruzando fronteras y encrucijadas dibujadas en el aire, porque todo esto no se trata de otra cosa que de una danza sin fin, una música que no cesa y los cuerpos que vuelven a girar, una vez y otra, con la cadencia de la melodía.

Sin embargo no sé hacia dónde voy ni por qué razón. Tal vez esté buscando las tres gemas que le dan sentido al alma, tres gemas perdidas en los archivos olvidados de éste corazón.
Mientras tanto cantaré una canción que jamás habré escuchado, pero que de alguna manera reconoceré mía. Una melodía que jamás conocerán ni los dioses ni los demonios.

Y al final, mi lápida dirá: "Ya no está aquí. Se fue al reencuentro de sus tres gemas"


Tres rosas secas...


Siento que cada día es una preparación, que acondiciono pensamientos y miradas, descarto quimeras disfrazadas de ilusiones y me trazo metas mínimas, tan insignificantes que se me ocurre que son mentiras piadosas que me empeño en creer.
Guardo en la mochila un diario personal que aún permanece en blanco, con tres rosas secas entre sus páginas, alguna sonrisa recuperada por la memoria o por el azar y las voces que hoy no recuerdo, pero que reconoceré por la noche.

De la muerte sólo conozco su implacable constancia, el aire que desplaza su presencia y los resultados palpables de su obra.

A veces pienso cuan largo será el camino hacia su encuentro. O cuan breve.
Si será oscuro o luminoso; si tendrá dirección hacia algún nuevo horizonte o si será un viaje hacia el vacío de la pura nada.
No lo sé. Quizás nunca lo sepa, ni siquiera cuando lo transite.
De lo que estoy segura es que será un sendero solitario que desandaré con miedos e incertezas, con angustias o con el alivio de dejar atrás dolores y pesares.

Escucharé susurros acercándose tiernamente, alguna calidez que atempere el frío o una brisa fresca que dulcifique el ardor de las almas en llamas.
Tal vez todo sea parte de un mismo sueño, de un sueño que se sueña una y otra vez. Y otra más...

De ser un laberinto, desearía que fuera de azhares y de azaleas, de rosas y de margaritas. Flotar entre sus aromas y sentir la tierna caricia de sus pétalos frescos.

Entonces me miro al espejo y me pregunto si soy yo...
Y si llego a comprender que ese reflejo me pertenece, trato de discernir de qué lado estoy...