Portales...


Portales. El mundo está inundado de portales. El universo. Los universos, todos, son un inconmensurable reservorio de portales.
La mente misma, por supuesto, tiene infinidad de ellos que al abrirlos nos conducen a encrucijadas que conectan la cordura con la locura, la genialidad con la estupidez, las afinidades con el rechazo, el deseo de vivir con el de la autodestrucción y así indefinidamente.

La vida tiene sus portales, así como la muerte.

Portales, puertas, pasajes, pasadizos, cuevas frías y oscuras, sótanos con olor a humedad, altillos que el tiempo olvidó o celdas de la colmena de la mente que esperan ser habitadas, ¿qué importa cómo denominar los infinitos recovecos de lo que existe y de lo que existirá, de lo que es y de lo que ya no es, de lo que nunca jamás podré entender?

Quisiera conocer en mi vida cada rincón posible, cada flor, cada espina y cicatriz y así, cuando sea el momento, dejar la mochila atrás y andar liviana de carga pero no de experiencias; sin pesares ni remordimientos.

Me transformo todos los días. De mis ruinas nocturnas me reconstruyo en la mañana. Dolorida, tambaleante, desconcertada y con más dudas que el día anterior, pero es mi nuevo punto de partida. Mi comienzo de la vida. Cada vez más atardecida, más cansada y asustada, pero comienzo al fin.

Y en el principio de cada nueva vida me espera un portal desconocido al que no puedo resistir, que me niego a ignorar y que necesito atravesar aún sabiendo que jamás lo haré de nuevo porque aunque lo intente, una vez que esté del otro lado ya no habrá regreso posible.

Sin embargo parecerá que todo sigue igual, aunque yo misma ya no sea la misma. Cada mañana, cada noche, todos los días. Por siempre...


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