El silencio y la nada...


Se contonea el aire
como hembra inalcanzable.
Se desliza mínimo
por pausados acordes
de un vals moribundo.

Los ruidos lejanos caminan descalzos, besan la tierra sin perturbar los sueños que sofocan mi llanto.
Duermen los pájaros porque el cielo está ausente y la luna está echada en la gris azotea.

El silencio contempla
con oscuro mutismo
la rutina inmutable
de un segundo fugaz,
despojado de piel,
de voces y de luz.

En esas ausencias de vida y de aromas, me alcanza la nada con su abrazo de espanto y ahogada en su aliento, lloro a carcajadas.

Una estrella se lame
viejas amarguras,
la perpetua condena
de las almas cansadas.
La tuya y la mía.



De tiza y cartón...


A veces la tarde
parece la muerte
vaciando su hastío
muy dentro del alma.

A veces el tiempo
es sólo un descenso
al fondo del pozo
de los desencantos.

A veces la vida
no más que una cara
de tiza y cartón
y risa pintada.


En tu laberinto...


Fue el tuyo un constante andar y desandar por los interminables pasillos de laberintos y de misterios; un entrar y un salir de tus propias dimensiones y de tus tiempos sin tiempo, fatigando el dolor en intentos de ahogar mil gritos de angustia y de pasión por los engañosos pasadizos de las emociones y de los misterios del destino.

Apenas pude asomarme de perfil y a través de una breve hendija del tiempo a tu desconcertante salón de los espejos. Te encontré y te desencontré muchas tardes y demasiados años. Algunas veces sólo llegué a entrever tu sombra adherida a los muros grises de tantos senderos y de cada recoveco.

Cada vez que imaginé alcanzarte, otro pasillo se abría. Y luego otro, y otro más...

Hace siglos que perdí tu rastro, pero aquí afuera la vida y la muerte permanecen inmutables. Pronto será de noche y más tarde volverá el sol; algún niño vaciará el vientre de su madre al tiempo que una estrella lejana habrá de morir; el domingo la multitud concurrirá al fútbol y alguien conocerá el amor de su vida mientras las guerras siguen en su apogeo de muerte sin sentido.

Entre tanto yo seguiré transitando otros senderos inconclusos porque hoy creo haber entendido que en realidad nunca pretendiste encontrar una salida. No querías escapar de allí sino que buscabas el centro, el meollo, el tercer ojo de tu propio laberinto. La esencia misma de la conciencia universal.

El principio y el final de todas las cosas y de todos los misterios: El Misterio mismo.

Y estoy segura de que al fin lo has comprendido, porque siempre estuvo dentro tuyo...