Vísperas de nada...


Un ácido corre y corroe.
Quema y degrada, corriendo.
Y un hilo de sangre.

El silencio cubre todo,
ahoga el llanto y me adormece.

Un pesado y viejo hastío
anticipa la furia
y la potencia.

Por fuera la nada que aquieta.
Por dentro un hervor que agita.

En la piel se marcan las huellas.
No puede contenerlo todo
y las llagas se ahondan.

Y el ácido quema. Calcina.
Se contraen lo huesos.
Oprimen.

Los ojos muertos brillan, vidriosos.
Los ojos muertos y allá la vida.
La vida muerta, sin ojos.

El limbo...



Es la tarde y el domingo se desliza
por la escueta tangente de las almas
y de las horas ya muertas y enterradas.
Es tan sólo otro domingo que acentúa
esta abulia que de a poco me domina,
este tedio que renace como el Fénix
en el vértice más incierto de mi vida.

Con el último espasmo de cordura
quiero apearme de este día que se fuga.
Las veredas de mi barrio desmayado
se reencarnan como mundos delirados
que no cantan y tampoco ríen
porque lloran sus tristezas de la siesta
en la ochava más gris y más oscura
de este ignoto laberinto de los tiempos.



La Señora...


Me ronda sigilosa y no me toca. Me golpea su presencia. Me descarna, me va vaciando de amores y de lágrimas, pero no me toca.

Me quema ese aliento, cuando su alarido resuena desde el silencio inmemorial hasta que mis huesos vibran y se resquebrajan. Pero no me toca.

Siento sus pasos en derredor. Su presencia invisible y trágica me espanta y me devora las vísceras más sensibles de los afectos, pero no me toca.

Demuele con esmero este pequeño universo de los sentimientos, ese que pude tejer con paciencia y devoción día tras día, caricia tras caricia, beso a beso. Pero no me toca.

Percibo el aire que desplaza su manto oscuro y la se me eriza piel porque sé que pronto me demostrará el poder que tienen sus sombras. Pero no me toca.

A veces se me anuncia en un sueño. En una ensoñación abarrotada de extraños simbolismos, con el vuelo extraño y antinatural de algún pájaro perdido u oculta tras la negra máscara de la tragedia. Pero no me toca.

Siento su mirada en la nuca; obsesiva, insensible, metódica. Pero no me toca.

Me demuestra paciencia y la inclaudicable voluntad de permanecer cerca de mí y de hacerme saber de esa sed insaciable de dolor que la define. Pero no me toca.

Aún no me toca...