Me ronda sigilosa y no me toca. Me golpea su presencia. Me descarna, me va vaciando de amores y de lágrimas, pero no me toca.
Me quema ese aliento, cuando su alarido resuena desde el silencio inmemorial hasta que mis huesos vibran y se resquebrajan. Pero no me toca.
Siento sus pasos en derredor. Su presencia invisible y trágica me espanta y me devora las vísceras más sensibles de los afectos, pero no me toca.
Demuele con esmero este pequeño universo de los sentimientos, ese que pude tejer con paciencia y devoción día tras día, caricia tras caricia, beso a beso. Pero no me toca.
Percibo el aire que desplaza su manto oscuro y la se me eriza piel porque sé que pronto me demostrará el poder que tienen sus sombras. Pero no me toca.
A veces se me anuncia en un sueño. En una ensoñación abarrotada de extraños simbolismos, con el vuelo extraño y antinatural de algún pájaro perdido u oculta tras la negra máscara de la tragedia. Pero no me toca.
Siento su mirada en la nuca; obsesiva, insensible, metódica. Pero no me toca.
Me demuestra paciencia y la inclaudicable voluntad de permanecer cerca de mí y de hacerme saber de esa sed insaciable de dolor que la define. Pero no me toca.
Aún no me toca...