Viñetas...

 

Era una noche serena, fría e incierta cuando abrí la ventana para recibir el abrazo del silencio, de la paz y del rocío.

Las estrellas parecían llamarme y sin saber cómo ni por qué, desplegué mis brazos y eché a volar. O tal vez soñaba que iba montada en la bicicleta de mamá recorriendo los rincones del pasado para volver a aprenderlo todo.

De pronto me sentí viajando entre nubes blancas sobre el mar, sobre las olas y la arena acompañada de alegres gaviotas que parecían danzar y me hacían atravesar las fronteras de los años, de mil calendarios poblados de fantasías.

En un pestañeo aparecí por sobre los tejados del barrio, el de la infancia, el del principio de mi principio. Me sorprendió una luz intensa, como un relámpago veraniego que iluminaba la casa de la niñez y la adolescencia. Tan real fue aquello que estoy convencida de haber sentido el aroma de los azahares, del damasco y del césped recién cortado y hasta llegó a mi boca el sabor de las moras maduras.

Aquel fue el refugio de sueños y de futuros borrosos pero fascinantes. Pero ya no hay nadie que me tome de la mano con calidez, que me hable con dulzura, que acompañe mis pasos inseguros, que me haga sentir protegida.

Ahora comprendo que todo fue solamente una tierna ilusión (quizás también lo fue mi infancia) y que allí, en lo que creí ver y sentir, quedaron amores, abrazos y el calor humano que poco a poco me fueron dejando sola.