Tacones porteños...


"Extraño el taconeo de una mujer en las calles de Buenos Aires", me dijo un día. Sintió que la nostalgia era elástica y que se estiraba al compás de los engranajes oxidados de un calendario inhumano. Una nostalgia que lasceraba y abría surcos en el alma con la implacable precisión de una daga, un filo cercenando sueños empedrados y estos cielos que siempre se le ofrecieron más azules pero que de a poco parecían borrárseles de la memoria de aquellos años ya muy lejanos, aquellos tiempos a los que quizás pudo ir deshojando lenta y trabajosamente de los significados profundos que se mantenían velados a medias hasta para él mismo.

Ahora que el viento se te hizo noche y ya no podés volver a escuchar el taconeo de tus recuerdos, las veredas y los empedrados sólo traducen un murmullo ininteligible de pasos desangelados. Un idioma sin tiempo, sin palabras ni destino; una jeringonza susurrada como en un suspiro desfalleciente.
Nadie supo más qué fue de aquellas melodías de mujer. Sospecho que en un intento de permanecer aunque te fueras, las habrás guardado en un bolsillito del alma.  Aunque creo que es más probable que las hayas soltado a volar a lomo de los vientos cósmicos y hoy que la sal y los misterios profundos te cobijan, las estrellas estarán caminando para vos por todas las galaxias porteñas, con andar luminoso y con sus tacos altos...


Gotas de frío...


Cae la lluvia con la lentitud de la desesperanza.
Casi es una garúa y cada una de sus gotas de frío son penas que se agolpan detrás del murmullo de los dolores enquistados y en ese humedal de sentimientos, la noche está definitivamente hundida en el silencio de lo que ya no es. Quiera o no, se vienen a mí los fantasmas de aquellos ayeres que se rehusan a descansar.

Llueve apenas y duele...

Repiquetea en los tejados y en el jardín desflorado de este invierno. Es un canto parsimonioso e insistente, una monótona melodía que atraviesa  muros y cristales para humedecer mi melancolía y para que la calma sea una ilusión que altera la aburrida convención del tiempo y sus relojes estructuradamente humanos y así, mis párpados se niegan a olvidar que están cerrados. Detrás de las cortinas intermitentes, mis ojos insisten en ver lo que alguna vez vieron. Insisten en instigar las memorias monolíticas y las que creía perdidas.

Afuera alguien apura el paso pero no es quien yo espero...