Cae la lluvia con la lentitud de la desesperanza.
Casi es una garúa y cada una de sus gotas de frío son penas que se agolpan detrás del murmullo de los dolores enquistados y en ese humedal de sentimientos, la noche está definitivamente hundida en el silencio de lo que ya no es. Quiera o no, se vienen a mí los fantasmas de aquellos ayeres que se rehusan a descansar.
Llueve apenas y duele...
Repiquetea en los tejados y en el jardín desflorado de este invierno. Es un canto parsimonioso e insistente, una monótona melodía que atraviesa muros y cristales para humedecer mi melancolía y para que la calma sea una ilusión que altera la aburrida convención del tiempo y sus relojes estructuradamente humanos y así, mis párpados se niegan a olvidar que están cerrados. Detrás de las cortinas intermitentes, mis ojos insisten en ver lo que alguna vez vieron. Insisten en instigar las memorias monolíticas y las que creía perdidas.
Afuera alguien apura el paso pero no es quien yo espero...