Soy...

 

Porque soy estrella lejana, brillo con luz débil atravesando brumas.

Porque soy ave de paso, vuelo hacia el horizonte y mi destino es incierto.

Porque no soy más que un espectro, vivo a lo largo de mis sueños y muero al despertar.

Porque mi esencia es el inconsciente, transito pasados y futuros sin distinguirlos buscando respuestas.

Porque soy noche sin luna, me deslizo entre las estrellas y me ahogo entre las sombras.

Porque soy encrucijada, cada camino que elijo me aleja más de los paisajes que nunca veré.


Por todo esto soy lo que soy, pero sobre todo soy lo que nunca seré.



Mundo Rayuela...

Me llegan recuerdos de los tiempos en que el mundo era una rayuela y para alcanzar el cielo sólo bastaba una piedrita y unos pocos saltos breves. De cuando ese mundo era el patio y era el fondo, rebozante de frutales y con aquella morera generosa, donde trepábamos para las charlas de amigas viendo el todo desde las alturas. 

Era mamá plantando gajos de gramillón en el jardín y flores y plantas en los canteros. 

Era mi hermano peloteando con papá. 

Era la estalactita que se formaba en la pileta del patio cuando goteaba la canilla en los días más fríos de aquel invierno. 

Eran los lunes de guardapolvo blanco de tablitas y moño, planchado e impecable.

Un mundo con sonidos y colores que ya apenas puedo rescatar alguna vez, o nunca más. 

Extraño las interminables bandadas de mariposas, los simpáticos y atrevidos gorriones, las luciérnagas surcando la oscuridad y hasta el sonido a veces atronador de las chicharras en los días más calurosos o de mil grillos anunciando la lluvia refrescante.

Me llegan recuerdos de un mundo simple, entendible, amable. Perdido.


Hacia el olvido...

 

Cuando ya camine lento tal vez vislumbre alguna consciencia de que éste viaje no es el único y que tampoco será el último. que es y será una travesía sin fin, solitaria y silenciosa en una barca pequeña sin timón, porque no lo necesita...

Voy andando y desandando caminos que creía conocer y que a cada paso dado descubro que me son extraños. No sé hacia dónde me llevan, no sé cómo llegué hasta aquí ni tampoco de dónde vengo. Si alguna vez tuve un rumbo, hace tiempo lo perdí. 

Por lo que siento y presiento, camino en círculos por estrechos pasillos de mi propio laberinto.

Tantos pasos he dado que perdí la cuenta, pero en los sueños sí los tengo presentes y los puedo recordar. Los lugares, las caras y los gestos, las sonrisas y las lágrimas. Las idas, las ausencias y los reencuentros que tuvimos y los que no pudieron ser. Las despedidas esperanzadas, las esperas sin fin y el dolor del olvido forzado. Todos los pasados se hacen presente para luego volver a lo que fueron, incluso mis sueños.

Porque soy esclava de mis recuerdos, soy ama de mis pesares.

Luego pienso que nada de esto existe, que la vida y la realidad son sólo una visión onírica. Pero qué son los sueños sino retazos de esa realidad intangible, esa que no alcanzo a ver pero que es más sustanciosa y verdadera que la que está hecha de carne y de concreto...

Cada vez con mayor frecuencia resuenan voces, se mueven sombras, percibo gestos que me recuerdan de dónde vengo y sin tener conciencia plena, me indican claramente hacia dónde voy: hacia el olvido. 

Es inevitable que me encamine hacia allí y es en ese instante de claridad que me doy cuenta de lo imprescindible que es decir a tiempo lo que es necesario decir, acariciar, besar, amar. Expresar lo que guarda el corazón antes de que la noche se termine de cerrar y el intento de remediarlo sea una quimera.