Hasta que mis palabras callen...


Amanecí vacía.
Tan llena
de la pura nada
y de mis abismos.

Pareciera que,
en mis adentros,
la nada se vuelve todo
y el todo, la nada.

Es como sentir
que entre los huesos
la vida y la muerte
son la misma cosa
y se pasean juntas.

Con la inocente inconsciencia de la hormiga, incapaz de percibir su fragilidad y pequeñez, transito por el delgado corredor que separa y que une la luz aparente y la oscuridad incomprobable, ese sendero ínfimo y peligroso como el filo de la espada que se forja a fuerza de fuego y de martillo.

Y así seguiré hasta que mis palabras callen y empiecen a borrarse del papel, hasta que finalmente esté cansada de estar cansada...



Cayendo...


Como hoja de otoño cayó la lágrima. Se fundió blanda y resignada en el espejo líquido de mi vida y así, sus formas distorsionadas mutaron en círculos que languidecieron en los límites inciertos del corazón, en la difusa rivera del alma.

Soy un laberinto dentro de otros laberintos, que se ensanchan y que se encogen rítmicamente, como si latieran, multiplicando las incertidumbres en el viscoso reflejo de la existencia.

Igual que una fría gota de deshielo cayó la última lágrima entre las grietas de esta tierra sedienta de dolores ajenos, mientras intenta disimular los propios.

Transito como autómata por la casa, por el barrio y por la vida. Nada parece tener un sentido o un propósito. Las cosas pequeñas me distraen, las más simples, las cotidianas. En el mientras tanto las horas pasan inadvertidas y rutinarias, casi procaces, hasta que algo que irrumpe desde un punto indefinido agita el aire y el silencio. Un algo que llega en secreto y me retumba por dentro. Es un despertar exaltado cargado de miedos y de dolores apretujados. Un pequeño agujero en la enmarañada cotidianeidad por donde me penetra sin piedad aquello que dejó de ser, pero que siempre regresa más cierto y más tangible que el concreto y el acero de esta ciudad y de este corazón.

Vértice...


No entiendo de qué va la vida cuando un puñal en el pecho me recuerda que los ausentes ya nunca volverán, que las palabras no dichas quedarán mudas en los recovecos de mi conciencia atormentada o que los abrazos que intento en el vacío de nada valen ahora, ni nunca valdrán.

De que irá la vida si los besos que podría ofrecer, todavía no los he dado y las palabras que necesitaría decir están ahogadas entre mis penas antiguas, mis incertezas eternas y mis silencios avergonzados.

Sólo sé que cuando las voces se van perdiendo y no se pueden recordar significa que he llegado a conocer uno de los vértices de la soledad.


Lo que los ojos no ven...


¿Cuánto horror hay más allá del horror?
¿Cuánto dolor detrás de lo percibido cada día, cada noche y en cada palabra?
¿Cuánta más vida y cuánta más muerte subyacen bajo de la superficie o al otro lado de mi breve mirada?
Las voces que me rodean se hacen inentendibles, guturales, como murmullos inhumanos. Son voces de seres sin rostro u ocultos tras las máscaras de sus propias alienaciones, penurias y miserias.
Donde hubo vida descubro ruinas y donde hay vida escucho lamentos fantasmales.
Hay una sombra. Más que una sombra, un ente sombrío que se cierne sobre la inocencia de las gentes, que las atrapa con sus manos gelatinosas, las pervierte y al fin las desecha.
Pareciera que nadie es capaz hacer nada. Tampoco yo, que me encierro en mi guarida de huesos, músculos y tendones doloridos intentando sentir el dolor verdadero.
Un dolor personal que me aleje por un instante del espanto colectivo.
Entretanto las luces de la ciudad parecen distraídas, ajenas, distantes. Parpadean más rápido que mi corazón y que mis pensamientos. Me encandilan, me entorpecen los sentidos, me engañan y me desgastan.
Otras sombras como yo pasan a mi lado y yo misma soy una otra sombra que pasa a través de ellos.
En alguna calle un maniquí roto y desmembrado se desangra con lágrimas de resina y de sal al pie de los edificios de hielo semi ocultos tras interminables cortinas de hule que danzan sus danzas macabras; indiferentes, ajenos, impíos. Distorsionan el verdadero rostro del engaño, de la mentira insidiosa, de la impiedad.
Es el horror más allá del horror.
El dolor de cada día, de cada noche y de cada palabra.
La muerte empujando a la vida hacia los subsuelos de cemento, hacia las espeluznantes catacumbas de la verdad.


Respuestas...


Porque hay veces que sobran las palabras.
Porque a veces las palabras no alcanzan.
Porque sé que a veces me faltan las preguntas.
Porque nunca las preguntas sobran.
Porque valen más las preguntas que las respuestas.
Porque hay preguntas sin respuestas.
Porque no hay respuestas sin preguntas.
Porque todo tiene un por qué.
Porque no siempre conocemos el por qué.
Porque no siempre sabemos las preguntas.
Porque la duda vale más que la certeza.
Porque la certeza nace de una duda y muere en otra duda.
Porque hay días que amanecen anochecidos.
Porque el destino no está escrito, ni en el cielo ni en el alma.
Porque el destino, si está escrito, niega la libertad.
Porque el olvido se hace llaga o termina en cicatriz.
Porque un momento es eterno.
Porque el tiempo es una paradoja.
Porque el tiempo es memoria proyectada y esparcida.
Porque el presente es un punto.
Porque pasado y futuro en este punto no existen.
Porque todo existe porque existo.
Porque la muerte no es quietud.
Porque la vida se nutre de la muerte.
Porque la muerte comienza con la vida.
Porque la vida está llena de vacíos.
Porque los vacíos se llenan con vida.
Porque nadie se explica de qué va la vida.
Porque imaginar que la muerte es oscura es que la vida nos parece luz.
Porque la luz necesita de la sombra.
Porque el universo es poesía.
Porque el silencio es la música interior.
Porque la poesía son los silencios en armonía.
Porque aprendí a reír de tanto llorar.
Porque los ausentes no dejan de volver.
Porque antes de cada final hubo un comienzo.
Porque antes de cada comienzo hubo un final.
Porque en cada partícula están la nada y el todo.

Porque no existe el porque sí...


Tiempo entrópico...


No hay camino cierto por el que transcurre el tiempo, sólo una encrucijada tras otra, desvíos, pasillos sin salida, pasajes sin entrada.
El tiempo, si es que existe, sería entonces un laberinto o un desfiladero que se cierra en sí mismo y que nos obliga a volver atrás y empezar una y otra vez.

Quizás, incluso, existan laberintos o pasillos que en algún momento son paralelos, para luego alejarse en dirección contraria y después de incontables vueltas y curvas, terminen encontrándose de nuevo en alguna de las múltiples encrucijadas.

Como una pila de papeles que el viento arrastra hacia adelante y cada hoja se va deteniendo en la misma dirección, pero en lugares diferentes... hasta que otro viento las vuelve a mover para depositarlas en una nueva dirección una y mil veces, hasta que lo único que queda es un desorden incomprensible. En algún momento dos o más hojas de papel podrán volver a cruzarse o hasta puede ocurrir que luego de viajar sin un sentido aparente a merced de los vientos que les toque, vuelvan a reunirse todas en una pila, en un orden aleatorio o incluso exacto. Las probabilidades están, aunque sean ínfimas.

Así me da la impresión que se mueve el tiempo en nuestras mentes. De atrás hacia adelante, hacia arriba, hacia abajo, de un costado a otro o arremolinándose como el agua que se escurre por el embudo de la memoria...

Incertidumbre...


Qué son estos pies
sino raíces maltrechas,
gastadas, resecas.
O qué de estos brazos,
mis alas sin alma,
mi alma sin alas.

No soy árbol de otoño
ni ave que emigra.
Tiempo encarnado
tampoco he de ser.

Aspiro con ansias,
con fuerza
y con miedo
el aire dormido
de tantos ausentes.

Hoy grito en silencio
dolores e iras.
Me queman las risas,
me mata el olvido.


Charito se durmió...


Charito es un copo de nieve,
un trozo de cielo escondido.
Un coro de luz cuando llueve,
un lloro en mi cuenta del debe.
Buenos Aires amor baldío,
de besos de concreto y frío,
endulza tu palabra helada
que Charito está cansada,
sin sol, sin fe. Sin paz y sin bríos.

Se durmió como si tal cosa,
las manitas haciendo almohada
y el cruel agobio de frazada.
Baila un sueño de mariposa
por nubes de azúcar y rosas.
Sin hambre ni frío. Sin penas.
Ni una lágrima la encadena
a un mundo de labios marchitos.
Me has dejado sola, Charito,
con mi alma colmada de hienas.

(*) Escrita el 6 de junio de 2004, cuando aún quedaban cientos de chicos durmiendo y muriendo en las calles (como volvemos a ver hoy)


La cuna vacía...


No puedo distinguir las luces de ayer. Las sombras se me adelantaron y se replican incansables; implacablemente.
Y mientras intento desbrozar los recuerdos, el silencio se mece como una cuna vacía, sin niño y sin arrullos. Una cuna que en el frío de su soledad tiene la virtud extraña de reflejar el dolor más intenso o las esperanzas más tiernas.

Hasta que al fin, entre memorias desperdigadas y maltrechas, me alcanza la noche para hacer que descubra que me ha quedado la mirada muda y perdida en el silencio y la voz a oscuras, absorbida por las sombras.

Entonces lloro...


Déjà vu...


Esta partícula del universo sigue girando sin sentido y las tercas agujas del reloj insisten en que el tiempo avanza sin cesar hacia algún lugar. Pero al fin de cuentas no es más que una triste ilusión porque todo seguirá igual, como si nada pasara. Como si cambiara algo para que nada cambie.

Volverá la lluvia, otra lluvia, y regresará el sol, aunque nunca el mismo. Se renovarán los almanaques, las guerras gozarán de buena salud, la historia se reescribirá a los tropezones y cuando se haga domingo, la tele venderá su fútbol. El virus de la maldad se seguirá expandiendo y la humanidad cotizará en baja en las pizarras de mañana.

Y así es como los muertos seguirán muertos, mientras que los vivos continuaremos vagando por nuestros íntimos laberintos, viviendo la propia muerte como en un eterno déjà vu...

La casa...


La casa es hoy un espacio imposible de definir, de una vastedad y de una quietud inconmensurables apenas perturbadas por los recuerdos que  cruzan por mi mente como huidizos espectros.
Los muros se tragaron todas las palabras y ahora se muestran más altos, más anchos y más fríos. Las noches se anticipan y las luces no alcanzan para delinear el corazón.
Recorro los pasillos sin saber adónde voy, como enclaustrada en un laberinto que no tiene salida ni entrada a la esperanza. No hay voces. Nada respira y la vida parece una quimera. Sólo adivino el eco de mis pasos que no me acompañan, sino que se alejan de mí como huyendo con sigilo.

Alcanzo a sentarme antes de llorar y la oscuridad me abruma...


Como una despedida...


Cada mañana me reencuentro con el espectro en el que un día me habré de convertir y, cuando llega la noche, siento los huesos que se deshacen partícula a partícula. Huesos que al final de las palabras serán cenizas, talco y barro.

Se le escapa el aire y yo me ahogo; se le cierran los ojos y yo enceguezco; se le escurren las fuerzas y me siento inerme.

Soy el reflejo fiel, el espejismo vivo de su pasado muerto y ella, sin quererlo, el espejo astillado de mi futuro.

Se quiere ir porque se niega a seguir y yo ya no tengo energía para prestar.

El aire es denso y hace frío...

Nocturnidades...


El empedrado pulido y húmedo de la calle desierta bosteza destellos blandos a medida que los dejo atrás. Parecen luciérnagas que se muestran fugazmente y al instante escapan para refugiarse en la oscuridad.
Una farola colonial juega con cada piedra muerta dándoles vidas efímeras que pone a los pies de cada caminante nocturno un inesperado cielo estrellado y parpadeante. Una mini galaxia de adoquines incrustada entre casas demacradas y antiguas, o envejecidas a fuerza del humo de las desidias. Y como guardianas de lo oculto, las rejas despintadas que encierran, que oprimen, que separan.

Más allá, por la última ochava, un espectro cruza envuelto en un silencio profundo y ajeno. Es una mujer ausente que va a paso lento y con su cabeza cubierta. Una María de Magdala que esconde el rostro disimulando penas y culpas, o el llanto del dolor.
La veo que desaparece como sombra entre las sombras mientras avanzo sin avanzar y dudo de mis ojos, pero más de mi cordura. Tal vez esa mujer sea esta mujer, el opaco arco iris de mí misma que se despliega entre las infinitas y diminutas gotas de la garúa, como mi fantasmagórico holograma.


A la espera...


Estoy a la espera de algo que sacuda este letargo de los días grises, de esta larga hilera de miedos concentrados y de la negrura de las noches por venir.
A la espera del alegre tintineo de mil campanas anunciando calideces y aromas nuevos, de un rayo de luz que deje al aire mil colores inventados para mí, capaces de borrar la palidez de este corazón.

Y entre espera y espera
me quiero convencer,
trato de creer
que ya no habrá ausencias
que puedan ser eternas.

Me pongo de pie y abro las ventanas de impar en par. A veces creo haber perdido la razón y quiero asegurarme de que el cielo sigue allí, tan azul y tan arriba; que la brisa todavía sabe acariciar y que el sol persiste en su lucha por revivir lo que por dentro parece muerto.

Estoy a la espera
de decidirme a andar.

Su presencia...


Me di cuenta o lo intuí
por la densidad del miedo,
por las sombras en el pecho,
por mi intento de negarlo.
Era una presencia
difusamente retratada,
reflejada,
incrustada e hiriente
como cristales en los ojos
(que no eran mis ojos,
aunque también lo eran)
Fue primero un espejo negro,
profundo y desesperado.
Más tarde
un otro triste, resignado
y con certeza, desolado.

Hasta es posible que haya escuchado un siseo o que sintiera el roce de una brisa helada sobre la piel.
Puede que sea mi imaginación o una remembranza que luce deformada por el tiempo entremezclado con dolor.

Como sea,
reconocí sus huellas
y descifré el mensaje.
(pero me negué a entender)

Por autocompasión,
por cobardía...

Ella
me hizo notar la angustia
de saberla cerca
y decidida.
Me hizo palpar
la cruel impotencia
del vaho inapelable
de su respiración.

No sé de sus facciones
ni de su modo de andar.
No sé si ríe burlona
o si es que alguna vez
se permite la piedad.
Si camina lento,
si tiene forma humana.

No sé nada con certeza
pero aprendí a conocerla
(demasiado)
porque conocí su sombra
en los rostros arrasados
de los que siempre amé...


Una lógica secreta...


Los recuerdos se acumulan en algún estante del alma, siempre mezclados y expuestos a medias. Un amasijo de rostros y de abrazos, de risas y de llantos, de encuentros y desencuentros, de amores y desamores. De afectos que ya no están, pero que están. Es un desorden que nunca entenderé, pero sé que su caótico y caprichoso barullo guarda una lógica secreta.

Como en las vitrinas y los estantes de un anticuario, van juntando el polvo con que la distancia de los anocheceres acumulados sobre mis hombros intentan deslucirlos.

De tiempo en tiempo alguna brisa piadosa toma la forma de una melodía, de un tango tristón y melancólico y sopla sus nostalgias sobre ellos y así, me los devuelve a la memoria como un suspiro de bandoneón.


Paralelas...


Siempre existe una vida paralela. O una calle, una puerta, un amor, una flor, un universo que corren juntos pero que no saben cómo tocarse. O no se animan.
Es la risa sarcástica de lo que imagino como realidad. Una hendedura que divide lo real de lo imaginario, lo verdadero de lo falso, lo supuesto de lo concreto.

La mía es una vida en miniatura; una meticulosa miniaturización de mí misma. Será tal vez una manera de protegerme, de formar mi propio escudo de seda y de acero.

O quizás se trate, simplemente, de los desabridos ocres de mi cobardía...


Un disparo...


Veinticinco años son demasiados para algunas cosas, y para éste tipo de trabajo sin dudas lo eran. Su alto profesionalismo lo había mantenido a salvo de sorpresas desagradables, pero sentía que los años le estaban palmeando el hombro, como advirtiéndole que ya era suficiente. El pulso no era el mismo de antes y le preocupaba. Un lujo que no se podía permitir.
Pero allí estaba y debía cumplir con lo pactado, como siempre y por útlima vez.

Comprobó que todo estuviera en órden con el arma. Ajustó la mira telescópica y esperó inmóvil a que transcurrieran los tres minutos que faltaban para que sonara el timbre en el colegio que tenía treinta metros más abajo y justo frente a él. El tercer recreo era el más prolongado y le permitiría encontrar el momento justo para el disparo. Uno sólo, como acostumbraba. Limpio y certero.

Un joven de 16 años. No era la primera vez.. Tres años antes, en la ciudad de Córdoba, fue una chica de 17. La hija de un político que no había cumplido con lo prometido a algunos oscuros hombres de negocios.

Con el arma en posición, terminaba de ajustar la mira mientras un fino hilo de transpiración bajaba bordeando el ojo derecho. Nunca le había pasado. Tal vez porque en definitiva era cierto que ya los años empezaban a sentirse, aunque algo le decía que no era por eso. Había algo que le molestaba de aquel joven al que estuvo estudiando durante los últimos cinco días. Pequeños detalles que le resultaban demasiado familiares, aunque indefectiblemente terminaba convenciéndose de lo absurdo de sus pensamientos. Tal vez lo único en común fuera que a la misma edad, su padre desapareció de su vida para siempre. O tal vez fue él quien desapareció de la vida de su padre. Nunca lo tuvo claro.

El recreo acababa de comenzar y el muchacho, un minuto después, se ubicaba en el rincón del patio donde habitualmente se reunía con cuatro o cinco compañeros. Sólo era cuestión de esperar el instante preciso, esa fracción de segundo en que todo fuera perfecto.
Esperó sin pestañear, mientras la gota de transpiración se balanceaba en el borde de la mandíbula.
La cruz de la mira telescópica estaba exactamente entre ceja y ceja cuando el chico dejó congelada una sonrisa y alzó la vista en un súbito gesto, tal vez de sorpresa. Las miradas se cruzaron a través del visor, mientras del silenciador se escapaba un susurro.

Un sólo disparo. Limpio y certero.
En la autopsia recuperaron el proyectil. Desde el principio sabían que había sido un trabajo sumamente profesional y que esa prueba no serviría de mucho para ubicar al asesino.

Al día siguiente, en una azotea ubicada a treinta metros de altura y justo frente al patio de la escuela, encontraron el cadáver de un hombre con un orificio de bala en la frente. A su lado, un fusil con mira telescópica y una sola cápsula servida.
En la autopsia determinaron que no existía orificio de salida, pero tampoco un proyectil.


Noche estrellada...


Cambiante y lejana
como las aguas profundas,
como gemido de viejos vientos
que escapan y se revuelven
en los secretos de lo eterno.
Como el denso misterio
de las almas solitarias.

Por sobre oscuros empedrados
sobrevuelan los espectros
de la incomprensión que hiere,
de los desamorados,
de los tristes y olvidados
y de las sombras hambrientas.

Cuando todo parece dormido
nada es lo que parece.
El dolor juega sus juegos
en cada esquina, en toda ochava
y en cada lágrima de rocío.

Se mezclan mil lamentos,
un ruego,
un desconsuelo
y un amor que nació muerto.

Noche de frío
que se expande
y que se escapa.

Pesadillas que abruman.
Olvido y soledad.

Un silencio que grita...


Filosofía barata y relojes de goma...

De pronto me pareció encontrar una cierta analogía entre la noción que tenemos del tiempo y los vientos. Imaginé que el tiempo se mueve más o menos como el aire, como los vientos que son masas de aire atraídas hacia las zonas donde la presión atmosférica está lo suficientemente baja como para necesitar llenar el espacio físico "vacío" con un volumen de aire suficiente como para restablecer el equilibrio.
De este modo, el aire se mueve en todas direcciones, inclusive al mismo tiempo (según sus alturas se mueven en diferentes direcciones) y dependiendo de lo que se necesite.
Se me ocurre que el tiempo podría obedecer o pareciera obedecer a una lógica similar.
El aire se mueve por razones físicas y cuando lo hace, produce efectos pequeños o grandes en la naturaleza, en las cosas y en nosotros. Esto es objetivo. En cambio el tiempo se rige por variables psicológicas y por lo tanto, personales y únicas. También produce efectos de distinto tipo en la naturaleza, en las cosas y en nosotros, pero no deja de ser una variable subjetiva (y por subjetiva, intangible). Pero también se mueve. Como sucede con el aire, el tiempo no es algo estático ni es lineal. Creemos que es lineal porque sólo somos capaces de imaginarlo por el movimiento de las agujas del reloj, un mecanismo ajeno al tiempo mismo (suponiéndolo un "objeto" real) pero gravitante en nuestro consciente y subconsciente.

El aire y el supuesto tiempo son muy antiguos y también son impalpables, invisibles, escurridizos e impredecibles. En distintas capas atmosféricas o en diferentes dimensiones de la conciencia, el aire y el tiempo se pueden mover al mismo tiempo hacia un lado o hacia otro. Incluso en innumerables direcciones a la vez.
En lo consciente, el tiempo nos parece moverse siempre "hacia adelante", pero en el subconsciente se mueve en cualquier dirección y aleatoriamente.

La comparación entre ambos fenómenos sólo tiene el propósito de ejemplificar para mí misma la idea sobre el tiempo con algo que sí es conocido, que sí es verificable empíricamente. Lo demás es simple especulación personal para intentar explicarme este fenómeno, que es mucho más inasible aún que el aire...

Pueden existir en éste o en otros universos infinidad de planetas con aire similar al nuestro, indispensable para que exista vida al menos como la conocemos. Sin embargo los movimientos de ese aire dependerán de la distribución de los continentes, del tamaño de los mares, etc. Pero los vientos ocurrirían, imagino, de manera más o menos igual que aquí.
Pero si allí existieran seres inteligentes, tendrían con seguridad otra escala para medir el tiempo, ya que no es una variable física.
Esos seres deberían ajustar sus mecanismos de medición dependiendo del tamaño del planeta (tardaría más tiempo o menos en rotar que la Tierra). Lo mismo para calcular la duración de cada año, ya que dependería de cuánto tiempo (perdón por la palabra) le demoraría dar la vuelta completa alrededor de su sol.

En definitiva tanto nosotros como esos posibles seres inteligentes de cualquier otro planeta, usamos la variable "tiempo" y lo medimos de acuerdo a los parámetros físicos de cada planeta. Es decir, el tiempo como tal no es único y mucho menos uniforme. Un metro será un metro en cualquier lugar del universo, en cambio un minuto no será igual a lo que nosotros conocemos en la Tierra.

Como dije antes, el tiempo es un fenómeno absolutamente subjetivo y por lo tanto, personal e irrepetible. Habita entre las infinitas capas del subconsciente humano, por eso su paso no sólo no es lineal moviéndose en una sola dirección sino que es absolutamente anárquico y hasta impredecible para cada persona, aunque el reloj y el calendario me quieran convencer de lo contrario...


Mi dragón de hielo...


Con cada voz apagada e irrecuperable quedé estancada aquí, danzando en la oscura viscosidad del silencio.
Parada en un lodazal espeso, la luz es una quimera y el cielo ha descendido tanto que simula un manto de pegajoso alquitrán que va absorbiendo mis pasos y me roba la energía.

Y aquí abajo acecha un dragón de hielo...

No tengo un tiempo para llorar porque ya estoy cansada del tiempo y sus falacias. No existen futuros para imaginar ni presentes que palpar y los pasados cada día se asemejan más a una ilusión, a un espejismo que crean mis deseos, que fabrica mi necesidad, que acentúan éste hastío y éste frío.

Me gusta pensar que mis ausentes me susurran con el viento, que me miran desde las sombras que casi no distingo, que me besan con aromas de jazmines nuevos, que me abrazan en la tibieza del atardecer.

Escapo de mí misma, o eso imagino, porque siempre que creo subir, estoy bajando y las veces que me parece salir, estoy entrando.
Y aquí, en las catacumbas del abandono, veo a los que nunca son vistos, a los que están ahogados de desesperanza, a los que un día habrá que la justicia abrace.

Mi alma es hoy un aquelarre de dolores desbordados, de gritos inaudibles y de penas en parte propias, en parte ajenas.
La sal de mis lágrimas egoístas terminarán en el mar de los llantos compartidos, el de las penas más antiguas, el de las injusticias sin sentido.

Estoy hoy en un lugar sin nombre, sumergida en las profundidades insondables de mí misma. Un laberinto sin paredes ni pasillos, sin entrada ni salida, tan extenso y yerto que resulta inabarcable para la comprensión humana.
Asomaré (asomaremos) la cabeza por sobre el horizonte sólo para ver otro horizonte más lejano donde habrá un nuevo laberinto sin entrada ni salida.

Habitamos y padecemos cada laberinto, uno por vez. Seres solitarios atascados en un infinito suceder de pasillos y de puertas cerradas a los que llegamos sin saberlo y sin pedirlo desde el vientre materno, al que nunca más podremos volver.

Lo único que sé ahora es que soy palabra...
y seré silencio.


Del revés...


Se me astillan los ojos de amargura
y se hielan mis palabras nunca dichas.
Es el mundo y sus dolores,
es la vida que machaca.
Es la orilla del desierto
que he cruzado alguna vez
y que temo repetir.

Los peldaños que he trepado
con esfuerzo y con esmero
me han traído, traicioneros,
a éste pozo de fantasmas.

Está oscuro y hace frío
y me aturde un silencio inhumano.
Abro puertas canceladas por muros
y ventanas que muestran los adentros.

Es un pueblo que se ha empeñado
en albergar las soledades,
atestado de palabras mudas
que deambulan como ánimas,
como muertos no nacidos.

Todo es muy extraño
y a la vez tan familiar.

Musas...


En este rincón intangible donde el todo y la nada se confunden, de tanto en tanto dejo palabras grabadas en el aire. Son miedos y son dudas; tristezas, dolores e impiedades.
No hay alegrías ni atisbo alguno de felicidad, porque si las hubiera jamás mi nimia huella estaría aquí y nadie nunca podría haber encontrado lo que es imposible que exista.
Si un día la felicidad fuera tan plena y prepotente en mí, todas estas palabras ardidas y grises morirían por siempre en el limbo del olvido. Pero si de algo estoy cierta es de lo quimérico de esta posibilidad, por eso mis palabras (aún las vacías o las gastadas) seguirán latiendo aquí, como aletargada garúa sobre los tejados...


Olvido...


Qué será de aquel destello penetrante y de tanta ternura contenida que en éste páramo desangelado se perdieron para siempre...
Si hubiera un día olvidado de todo calendario o una noche desterrada de la vida, serían al fin cada día y toda noche. Esos días y esas noches que no saben de tibiezas ni de abrazos ni del arrullo de las voces que se han desvanecido.

Ese día olvidado duele y existe, y es el olvido mismo...


Lo incierto...


Desde algún lugar de la nada llegan pensamientos dispersos y oscuros; imágenes que desgarran el corazón y que la memoria no reconoce como propias. Sueños, alucinaciones, fantasías indescifrables. Lugares inconcebibles; palabras; símbolos que nunca antes había visto pero que reconozco. Tal vez sean rastros ancestrales de mitos grabados en el subconsciente más profundo, de orígenes extraños e insondables, imposibles de imaginar.
Signos de un pasado que parece muerto y olvidado. Símbolos que subyacen ocultos o que quedaron extraviados en los laberintos de la mente.
Le temo a la posibilidad de reconocerme en ellos. No quiero saber de sus significados ni de los por qué de su aparición, pero me atraen como si fueran un imán poderoso y entonces me sumerjo en las aguas turbias de la desesperación.
En este día todo es duda y confusión.Nada es lo que es ni será como antes fue.
¿Y si la rosa no es tan bella como pensaba o si los cielos no son el reflejo de infinita libertad que supuse?
¿Y si nada de lo que concebí tiene sentido? ¿Si la nada es el todo y sufro por lo que no existe ni existió jamás?
¿Y qué si lo que me tuvo engañada todo este tiempo fue la luz y no la oscuridad?

Resuena el silencio en mi cabeza con el estruendo apagado de todos los miedos adosados a los huesos. Imagino páramos y desiertos, arideces que se expanden por las estrías cavernosas de la realidad, donde mueren las palabras y desfallecen las ilusiones...