Presencia...


Una foto tuya sobre mi mesa,
un instante que sobrevive
más allá de todos los recuerdos
y más acá de todos los olvidos.

Después de la lágrima más triste.

Una mirada tan intensa y dulce
sobrevolando besos y amores
que atraviesa los tenues horizontes
de las almas y de los tiempos.

Y tu voz que susurra,
que abarca,
que besa,
que es...


La mano que aprieta...


Esta que me domina es una opresión indefinible; una tristeza inabarcable pero que todo lo abarca; que no está en ningún lugar y está en todas partes; que no se puede identificar ni valorar, sopesar, mensurar o palpar. Es un peso inasible, una mano agarrotada que aprieta implacable y que obliga a mi cuerpo a exhalar hasta la última gota de aire y de esperanza.
Es la nostalgia perpetua del paraíso perdido, de la utopía aniquilada, del amor universal como quimera patentizada. Es el dolor del alma desgajada por la macabra muerte.
Es la revelación de la felicidad como un mito patético basado en la cruel mentira de la esperanza prefabricada con conceptos vacíos e hipocresías de salón. Tan absoluto es esto que termina siendo en definitiva la demostración de que la tristeza también es una vil mentira. Felicidad y tristeza no son más que la manifestación de la dualidad del alma humana y del universo mismo. El bien y el mal, la luz y la sombra, hombre y mujer, vida y muerte. Una se complementa con la otra, se anulan o mutuamente se potencian haciendo girar la rueda de la vida a su capricho.

Y yo a su merced...