Soñé sueños (otros sueños)



Soñé sueños más bellos
que este paso de ballet,
que esta calma y ésta sed.
Y así podría ser
si no hiriera tan adentro
la nostalgia por sentir,
por oler (y por soñar).

Me creería que es más tierna
la ilusión del infinito
si debajo de mis pies
el asfalto me absorbiera
o si el césped de una plaza
me abrazara, diminuto.

Es que acabo de soltar
mi suspiro más profundo
y ya extraño las palabras,
la caricia inesperada,
otro beso, algún color
y otros sueños por soñar.

Mariel

Joaquín Sabina: "19 dias y 500 noches"

Uno de los mejores temas de Joaquín, si es que fuera posible calificar alguno como el mejor. Todos son extraordinarios para mí...
 

Lo nuestro duróLo que duran dos peces de hielo
En un güisqui on the rocks,
En vez de fingir,
O, estrellarme una copa de celos,
Le dio por reír.
De pronto me vi,
Como un perro de nadie,
Ladrando, a las puertas del cielo.
Me dejó un neceser con agravios,
La miel en los labios
Y escarcha en el pelo.
Tenían razón
Mis amantes
En eso de que, antes,
El malo era yo,
Con una excepción:
Esta vez,
Yo quería quererla querer
Y ella no.
Así que se fue,
Me dejó el corazón
En los huesos
Y yo de rodillas.
Desde el taxi,
Y, haciendo un exceso,
Me tiró dos besos...
Uno por mejilla.
Y regresé
A la maldición
Del cajón sin su ropa,
A la perdición
De los bares de copas,
A las cenicientas
De saldo y esquina,
Y, por esas ventas
Del fino laina,
Pagando las cuentas
De gente sin alma
Que pierde la calma
Con la cocaína,
Volviéndome loco,
Derrochando
La bolsa y la vida
La fui, poco a poco,
Dando por perdida.
Y eso que yo,
Paro no agobiar con
Flores a maría,
Para no asediarla
Con mi antología
De sábanas frías
Y alcobas vacías,
Para no comprarla
Con bisutería,
Ni ser el fantoche
Que va, en romería,
Con la cofradía
Del santo reproche,
Tanto la quería,
Que, tardé, en aprender
A olvidarla, diecinueve días
Y quinientas noches.
Dijo hola y adiós,
Y, el portazo, sonó
Como un signo de interrogación,
Sospecho que, así,
Se vengaba, a través del olvido,
Cupido de mi.
No pido perdón,
¿para qué? si me va a perdonar
Porque ya no le importa...
Siempre tuvo la frente muy alta,
La lengua muy larga
Y la falda muy corta.
Me abandonó,
Como se abandonan
Los zapatos viejos,
Destrozó el cristal
De mis gafas de lejos,
Sacó del espejo
Su vivo retrato,

Y, fui, tan torero,
Por los callejones
Del juego y el vino,
Que, ayer, el portero,
Me echó del casino
De torrelodones.
Qué pena tan grande,
Negaría el santo sacramento,
En el mismo momento
Que ella me lo mande.
Y eso que yo,
Paro no agobiar con
Flores a maría,
Para no asediarla
Con mi antología
De sábanas frías
Y alcobas vacías,
Para no comprarla
Con bisutería,
Ni ser el fantoche
Que va, en romería,
Con la cofradía
Del santo reproche,

Tanto la quería,
Que, tardé, en aprender
A olvidarla, diecinueve días
Y quinientas noches.
Y regresé...etc.

Pas de deux...


Majestuosa danza de la que somos simples pasajeros. De la que no participamos más que intuitivamente. Testigos mínimos, asomados tras los visillos de la realidad.
Aprendimos que allí está toda esa maravilla y sin embargo no la palpamos porque ni nos acordamos que existe. Tan ensimismados en lo pequeño que tenemos delante de nuestros ojos irritados por las pantallas y los horrores reales e imaginarios. Tan ajenos a lo grande por concentrarnos en lo pequeño...
Y somos nosotros mismos quienes lo hacemos tan terrorífico a veces, siendo un enorme reservorio de maravillas…
O mejor, la maravilla misma!
Un sincronizado ballet cósmico. Una danza gigantezca y mágica, continua y envolvente. Con ella nos deslizamos a su ritmo y capricho y sin siquiera darnos por enterados...

Y de todo nos perdemos por sumergirnos en nuestros mundos de egoísmos, hedonista y egocéntrico, colmado de pequeñeces y mezquindades.

Perseguimos la ilusión de “ser alguien” y no de simplemente ser…

El artista que llevamos dentro...


Todo lo que nos rodea no es otra cosa que una creación nuestra. El universo mismo lo es, porque somos parte indisoluble de ese todo y porque todo está indisolublemente unido a nosotros. No sólo somos iguales los unos a los otros, en tanto humanos, sino que no nos diferenciamos en absolutamente nada de una piedra, de un ratón o de un ladrillo. Lo único que "eventualmente" puede distanciarnos apenas un poco de lo material, de "las cosas", es que tenemos algún grado más de conciencia (al menos momentáneamente). Pero al fin de cuentas, TODO es conciencia. Por lo tanto vuelvo al principio y digo que somos parte indisoluble del todo y todo está indisolublemente unido a nosotros.
Y cuando digo que hasta el universo entero no es otra cosa que una creación nuestra, quiero decir que existe porque le damos un sentido, porque llenamos todo de conciencia y sentimientos. La conciencia y los sentimientos son la materia prima básica y elemental del universo, es el código por medio del cual podemos comunicarnos entre nosotros y con cualquier otra cosa existente en cualquier rincón universal. Pero resulta que parece que hemos olvidado esto. Los pueblos más antiguos lo sabían y lo hemos olvidado. Nos dedicamos a llenar nuestras vidas con cosas y creemos que eso nos hará felices. Nos rodeamos de aparatos y de herramientas de todo tipo, de medicamentos y de comida basura. Nos vestimos a la moda o vemos masivamente alguna serie de televisión... y pensamos que eso es la vida.

Sin saberlo, todos somos artistas. Todos hacemos constantemente una obra de arte (buena, mala o regular), miles de obras de arte y ni siquiera lo sospechamos.
Somos nosotros quienes creamos la realidad que nos rodea. La realidad más próxima, como la más distante...
Nada es feo o bello por sí mismo ni lo es para todo el mundo. Eso significa que a cada cosa, a cada pequeña o gran cosa la cargamos de sentimientos y de sensaciones. Por ejemplo, vemos bella a la Torre Eiffel. No dudo que tiene su belleza intrínseca. Por su simetría, por su esbeltez, por su entramado, etc... Pero apenas vemos su imagen, aunque sea insinuada, inmediatamente nos invade un sentimiento determinado que nos dice que es más hermosa de lo que podría ser si no estuviera en París y si no se hubiera cargado su imagen con las sensaciones poéticas y las emociones que despertó en millones de otras personas a lo largo de su historia. Eso sólo ya la hace una obra de arte. Y es una obra de arte colectiva, donde cada uno de nosotros ha contribuido con su aporte. Y es una obra de arte que no termina nunca, porque segundo a segundo se van añadiendo nuevos sentimientos y sensaciones a su alrededor y la transforman y enriquecen. Y ocurre lo mismo con cualquier ínfima cosa de este mundo y de este universo empezando, desde luego, por nosotros mismos. Nuestros cuerpos, pero sobre todo nuestras conciencias, son el lienzo donde a cada instante estamos sumando una pincelada. Estamos haciendo nuestra propia obra de arte. Mejor o peor, pero lo que somos es nuestra propia obra. Y lo que vivimos y vemos y lo que nos pasa, es nuestra obra. Nuestros pensamientos y sentimientos construyen, inexorablemente, nuestra realidad. Y por extensión necesaria, la realidad de nuestro entorno, de nuestra familia, de nuestra ciudad, de nuestro país, de nuestro planeta y finalmente, del universo mismo.

Aún ninguno de nosotros es capaz de imaginar siquiera el poder que tenemos en nuestras manos, a nuestro alcance. Y no sé si alguna vez seremos capaces de comprenderlo o imaginarlo.

Sólo debemos tener en cuenta que lo que pensamos (bien o mal), somos. Lo que sentimos (bueno o malo), nos es devuelto. Lo que deseamos (bueno o malo), nos es dado... Por eso es vital que cuidemos nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros deseos. Los debemos depurar y sanar si de verdad nos queremos, si realmente amamos a quienes nos rodean y si con total sinceridad y humildad estamos convencidos de que si nos lo proponemos, la verdadera paz y armonía humana son posibles.

Miradas...


En mi mirada está la luz y están las sombras; los brillos del amor; las penumbras del olvido...
En el esquivo reflejo del cristal tus ojos me miran a través de los míos.
Tu mirada se apodera de la mía y sin tocarme, me posees...


Mi lugar en el mundo...


Hay un lugar en este mundo que me contiene, que a veces me acaricia y me da refugio y otras me produce zozobra y acrecienta miedos e inseguridades.
Un espacio virtual e intangible que siento a tiempo completo. Como si tuviera volumen, peso e incluso color, olor y sabor.
Por momentos es demasiado estrecho. Un calabozo cuyas paredes se desplazan reduciendo el aire y la luz. Otras es tan inmenso que no encuentro la manera de llenarlo, de habitarlo. Sin embargo, es el lugar al que siempre vuelvo porque es el que más conozco, a pesar de que ignoro casi todo de él. Y vuelvo aunque jamás me haya ido y aún cuando muchas veces deseé abandonarlo para siempre.

Es ese espacio tan íntimo y personal como insinúa la hermosa pintura de Katie Swaland. Ese recinto colmado de arrogancias y de gestos humildes; de belleza y fealdad; de ángeles y demonios; de nuevos desafíos y de viejas resignaciones; de verdades y  mentiras; de sueños y pesadillas; de amores y desamores.

Un rincón del universo tan remoto y tan cercano. El único sitio donde puedo pisar con cierta seguridad aunque a veces sienta que estoy parada sobre las resbaladizas y absorbentes viscosidades de una ciénaga.

Soy yo misma. Mi interioridad, mi intimidad. Mi parte secreta y cómplice.
Mi alma. Tan fuerte y tan débil, tan grande y tan pequeña...



Fantasías (o los mundos paralelos)


Ver que mi cuerpo
se despoja tranquilo
de sus huesos de caucho,
de la piel y del espino.
Reconocerlo sincero,
purificado a lo lejos,
desplegado a lo alto.

Ver que rueda sin penas
por senderos estrechos,
por la playa vacía
(vírgen y yerta
por el miedo a sus miedos).
Danzar con la gracia
de un junco en el agua,
con certeza en el alma
de que dentro del pecho,
copulan las ansias
y las tímidas flamas.

Restregarme los ojos
y que brote una gota.
Una lágrima nueva
que me calme la sed,
que me llene la boca,
que me llueva por dentro.

Y así, ya más pura,
más leve y sincera,
ingenua y real,
dar vuelta la cara
y mirar desde lejos
el cuerpo que dejo
y ya nunca volver.

En el punto del alma
donde no moran miedos
ni dudas ni angustias,
girar en redondo
y mi orgullo erguido
entregarlo a otros brazos.

Mariel

Evolución y política...


Hoy me preguntaba por qué es tan importante la política y de manera casi espontánea me llegó la respuesta que al menos a mí me parece más acertada o próxima a la verdad.
Es simple según creo: La política es importante porque la humanidad aún no ha evolucionado lo suficiente como para prescindir de ella...

Está absolutamente lejano el día en que el ser humano pueda eliminar definitivamente de su memoria genética el miedo, el sentimiento más primitivo que rige todas nuestras acciones y actitudes. Origen y razón de todos nuestros conflictos y enfrentamientos y hasta de las ansias de poder y dominación y por ende, también de las guerras. Ese día dejará de tener sentido la política pues las relaciones humanas se darán en un plano que hoy no podemos siquiera imaginar...




Relatos históricos falsos en los Estados Unidos


La narrativa histórica falsa de los Estados Unidos puede resumirse enumerando unos pocos hechos clave, explicando cómo se racionalizaron y el objetivo de esas racionalizaciones. El hecho fundamental fue la matanza y el despojo de todo un pueblo (o un conjunto de pueblos) con la finalidad de conseguir territorio para los europeos (y sus esclavos negros), hazaña que se logró también por medio de tratados que no se cumplieron. Los amerindios aprendieron demasiado tarde que no debían firmar jamás un tratado con un hombre blanco. Para los hombres blancos, los tratados eran meros acuerdos transitorios que podían revocarse apenas fuera ventajoso hacerlo.
En semejante contexto, es comprensible que se haya elevado la figura de Cristóbal Colón al rango de descubridor de América. En primer lugar, Colón no descubrió nada: cuando llegó, ya había en el continente unos cien millones de personas. En segundo lugar, habían arribado a América barcos de otros orígenes: de África, la Polinesia, Fenicia e, incluso, de otros países europeos. No obstante, Colón fue el primero que combinó la exploración con un plan explícito para subyugar a los americanos y apropiarse de su riqueza y su trabajo. Desde luego, no se le rinde homenaje por esa hazaña.
Su primer viaje de 1492 sólo le permitió echar un vistazo alrededor, pero es el que se conserva en la memoria colectiva. La llegada de sus tres frágiles barquitos –la Niña, la Pinta y la Santa María– tuvo una resonancia pacífica: la de “descubrir” una tierra totalmente nueva. En el segundo viaje (1493), Colón vino más preparado: trajo diecisiete naves, mil doscientos hombres por lo menos, cañones, ballestas, armas de fuego; caballería y perros entrenados para perseguir hombres. Sin embargo, ese segundo viaje ha desaparecido de la memoria histórica. Fue el viaje fundamental, pero nadie lo menciona.
En La Española, Colón y sus hombres impusieron de inmediato exigencias a los pobladores autóctonos: que les proporcionaran alimentos, oro, algodón hilado y acceso a las mujeres. Los indios se vieron obligados a trabajar para extraer oro en las minas, cultivar la tierra para los españoles e incluso servirles de bestias de carga para transportarlos de un lugar a otro cuando no había cabalgaduras disponibles. Los delitos menores cometidos por indígenas se castigaban con la mutilación: se les cortaba una oreja, la nariz, las manos. Como no encontró oro, Colón comenzó a capturar indios para esclavizarlos y traficar con ellos, y volvió a España con quinientos indígenas (que casi la mitad murieron en la travesía), además de dejar quinientos esclavos en América. Instauró un régimen de terror sádico: los recién nacidos se entregaban a los perros como alimento o se los estrellaba contra las rocas frente a las desesperadas madres; solamente en La Española mataron a veinte mil nativos, cifra que se incrementó luego con los muertos de otras islas. A menudo, los indios respondían a los horrores que estaban padeciendo con suicidios en masa y practicando el infanticidio. Pero voy a abreviar: apenas veinticinco años después, cuando Colón y sus herederos inmediatos terminaron con La Española, la población indígena inicial –estimada en cinco millones de personas– se había reducido a menos de cincuenta mil. Fue una historia que se repitió en América del Norte, América Central y América del Sur, con la salvedad de que en las zonas tropicales del continente no se podía exterminar a toda la población, y menos aún a los que vivían en lo profundo de la selva. No fue la invención de barcos ni de medios de navegación lo que hizo posible esa conquista y el consiguiente holocausto; esos hechos fueron posibles gracias al invento de grandes cañones que podían instalarse en barcos sólidos, apoyados por un conjunto de cañones más livianos y armas de menor calibre. La nueva ola de colonización y genocidio fue el producto de una nueva tecnología bélica llevada a través de los mares.
La cuestión radica en que la creación retrospectiva del relato sobre la “fundación de las Américas” minimiza los detalles sórdidos de las matanzas, la esclavitud, la explotación sexual y la degradación que caracterizaron sus comienzos, y exalta en cambio las hazañas de exploración y descubrimiento. De ese modo, negamos los móviles de la apropiación territorial y su realidad misma. El beneficio de esa actitud es la autoglorificación y la perpetuación del mismo tipo de conducta; su costo se siente a más largo plazo y depende en parte de la reacción de los sobrevivientes.
El holocausto se repitió a lo largo y a lo ancho de las tres Américas. El genocidio más prolongado del mundo fue producto, en parte, de enfermedades para las cuales los habitantes autóctonos tenían una resistencia reducida o nula y, en parte también, de crueles matanzas: mujeres, niños y ancianos de una población tras otra cayeron bajo la espada. Si bien ya no hay matanzas en los Estados Unidos porque los amerindios fueron totalmente aniquilados y solamente quedan unos pocos en las “reservas”, el exterminio de los pueblos indígenas continúa sin pausa en América Central y América del Sur. En Guatemala, una nueva ola de ataques coincidió con un golpe de Estado apoyado por los Estados Unidos en 1953. Durante los cincuenta años que siguieron, una guerra anticomunista generalizada mató a cientos de miles de amerindios. En el curso del holocausto producido por los españoles en el siglo XVI e inmediatamente después, los pueblos autóctonos quedaron diezmados (el número de amerindios se redujo a 5% o menos de la población original) por las enfermedades y los procedimientos genocidas practicados en gran escala.
Una diferencia importante entre lo que luego habría de ser los Estados Unidos y las regiones que están al norte y al sur, es que ese país está constituido por tierras óptimas de la zona templada, que no están sometidas a los fríos árticos ni a la sobrecogedora competencia biológica de los trópicos, producida sobre todo por formas de vida antagónicas que generan enfermedades para los seres humanos y los cultivos. Por consiguiente, la eliminación de los pueblos originales en el territorio de los Estados Unidos generó enormes oportunidades de crecimiento acelerado para el nuevo y poderoso sistema industrial europeo. El robo de casi la mitad del territorio mexicano aumentó enormemente el espacio explotable.
¿Cuál era la lógica de ese genocidio? El destino manifiesto. Sencillísimo. Un concepto racial y religioso: había quienes estaban destinados por Dios para hacer exactamente lo que hacían. Como en el proverbio, “No hay razón como la del bastón”, pero con un tono más exaltado. ¿Y cuál es la conclusión de esa lógica? Sigue haciendo lo que haces. En la actualidad, los intelectuales que racionalizan los atropellos de los Estados Unidos con la misma filosofía suelen hablar de la “excepcionalidad de los Estados Unidos”: de algún modo, estamos eximidos de las leyes que rigen la historia y la realidad. Somos un caso excepcional y por ello se nos permite –no, mejor: se nos exige– actuar en consecuencia. Desde hace más de doscientos años nos vemos como el nuevo pueblo elegido de la Biblia.
¿Cuántos estadounidenses saben que los venerados Padres Fundadores de su nación recomendaron explícitamente la erradicación de los amerindios –el genocidio– por cualquier medio: el terror, el hambre, el alcoholismo, la inoculación de la viruela y las matanzas lisas y llanas?
Palabras del presidente George Washington (en momentos de guerra declarada): “El objetivo inmediato es la destrucción total y la devastación de sus poblados. Sería indispensable arrasar sus cultivos e impedir que los renueven”.
Palabras del presidente Thomas Jefferson: “Con su inesperada defección y las ferocidades cometidas, esta desdichada raza, a la que hemos intentado salvar y civilizar por todos los medios, ha justificado su exterminio y aguarda ahora nuestra decisión sobre su destino”.
Palabras del presidente Andrew Jackson: “No tienen inteligencia, laboriosidad ni hábitos morales, e incluso carecen del deseo de mejorar, condición esencial para cualquier modificación de su estado. Instalados en medio de una raza distinta y superior, sin poder apreciar las causas de su inferioridad ni procurar controlarlas, deberán ceder necesariamente a la fuerza de las circunstancias y desparecer dentro de poco”.
Palabras de John Marshall, presidente de la Corte Suprema de Estados Unidos: “Las tribus de indios que habitaban el país eran salvajes. El descubrimiento de América por parte de los europeos confirió el derecho exclusivo de determinar la extinción de los títulos de ocupación de los indios, ya fuera por adquisición o por conquista”.
Palabras del presidente William Henry Harrison: “¿Es que una de las regiones más bellas del globo tendrá que permanecer en estado de naturaleza, como guarida de unos pocos y desdichados salvajes, cuando parece destinada por el Creador a alimentar una gran población y ser la sede de la civilización?”.
Palabras del presidente Theodore Roosevelt: “El colono y el pionero tenían a la justicia de su lado; no era posible que este gran continente no fuera más que el coto de caza de unos miserables salvajes”.
En todos estos textos, nadie parece darse cuenta del vínculo existente entre el racismo, la pretensión de un designio divino y las demandas para que se “extirpara” a pueblos enteros... para provecho del pueblo al que pertenecían los que así hablaban.
Control por medio de guerras circunscriptas y “apoderados” locales. La mayoría de los ciudadanos estadounidenses no tiene idea de que su país ha entrado en guerra con mucha frecuencia, es decir, ha invadido a otros países con sus tropas. Para los países vecinos, esas visitas forman parte de los acontecimientos habituales. Durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial, mientras estaba comprometido en una guerra de importancia contra Alemania y sus aliados de Europa, Estados Unidos se las arregló para invadir la República Dominicana, Haití, Cuba, Panamá y México (varias veces) al tiempo que mantenía tropas permanentes en Nicaragua. Sin duda, es una hazaña. El argumento habitual para justificar esos hechos de armas era la inestabilidad que amenazaba a los ciudadanos y las propiedades de los Estados Unidos, pero la función real de todas esas acciones era subvertir las democracias de esos países para favorecer los intereses comerciales norteamericanos. Se reemplazaban presidentes, se disolvían los parlamentos y se aprobaban con premura nuevas constituciones tendenciosas por medio de plebiscitos amañados.
Después de la Primera Guerra Mundial, la doctrina Monroe –según la cual los Estados Unidos deben dominar sin rivales el Nuevo Mundo– fue aplicada en Guatemala, El Salvador, Colombia, Nicaragua, Cuba, Brasil, Argentina, Chile y Panamá por medio de invasiones, milicias autóctonas y subversión interna (en el caso de Cuba fueron solamente intentos). En su mayor parte, esas invasiones allanaron el terreno para el acceso al poder de diversos dictadores al servicio de los intereses de los Estados Unidos: Batista, Trujillo, Duvalier y Somoza. Franklin Roosevelt, por ejemplo, pronunció una frase célebre sobre Somoza: “Será un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Desde luego ese tipo de individuos son mucho más útiles (a corto plazo) que alguien que defiende sus propios intereses. El largo plazo es harina de otro costal. El golpe de Estado contra el nacionalista iraní Mossadegh en 1953, que puso en su lugar a un títere, el sha, pudo aportar beneficios económicos transitorios a los Estados Unidos pero, sin duda, contribuyó a producir una catástrofe de largo plazo.
Durante el siglo XX, los Estados Unidos invadieron trece veces a Nicaragua antes de arrojar sobre ese país a los criminales “contras” cuando los nicaragüenses votaron por fin por el socialismo. Ese país ocupa el segundo lugar en pobreza en toda América: solamente lo supera Haití, que también disfrutó de frecuentes invasiones estadounidenses (e, incluso, una ocupación que duró veinte años). La aventura brasileña es un ejemplo típico. En 1965, un golpe militar apoyado por los Estados Unidos derribó a un gobierno elegido democráticamente de tendencia socialista muy moderada. Se instauró el reinado del terror y se allanó así el camino para acontecimientos similares en la Argentina y Chile, que en total produjeron cientos de miles de muertos. Quien era a la sazón embajador de los Estados Unidos en Brasil resumió los hechos según la mejor tradición de los relatos históricos falsos: el golpe era “la victoria más importante de la libertad a mediados del siglo XX”. Las “fuerzas democráticas” que habían llegado así al poder “generarían un clima mucho más favorable para las inversiones privadas”. Así se mantiene y se adorna un relato histórico falso. Comenzamos con la idea de que tenemos derecho a intervenir en los asuntos internos de nuestros vecinos –mejor dicho, que es nuestro deber hacerlo– porque así defenderemos la libertad, la democracia y (lo que es más importante aún) generaremos más oportunidades de inversión para nosotros. Y luego nos imaginamos que todo ello beneficiará a los brasileños rápidamente. De hecho, sólo ahora que las dictaduras militares han desaparecido y que disfruta de un gobierno plenamente democrático (de ligera tendencia socialista), Brasil ha avanzado económicamente en el mundo, mucho más que los Estados Unidos.
En tiempos mucho más cercanos, George W. Bush anunció que los Estados Unidos harían la guerra a Irak y el Congreso le respondió que quería pruebas de que ese país significaba una amenaza. La CIA aportó esas pruebas y el Congreso aprobó la guerra. Sospecho que la mayoría de mis conciudadanos recuerdan hoy las cosas de este modo: la CIA aportó pruebas de que Irak era una amenaza y, según esos datos, Bush y el Congreso decidieron lanzarse a la guerra. Si estoy en lo cierto, nos hallamos ante una nueva narración histórica falsa que transforma una guerra de agresión en una guerra defensiva.
Uno de los costos de nuestra afición por intervenir en los asuntos internacionales y por hacer la guerra es el crecimiento del complejo militar-industrial, contra el cual nos advirtió el presidente Dwight Eisenhower hace cincuenta años aunque, en realidad, la primera vez que mencionó el tema habló del complejo militar-industrial-parlamentario. Su apetito parece insaciable: los Estados Unidos gastan tanto para la guerra (para la “defensa”) como todo el resto del mundo en conjunto. Por otra parte, muchas de las industrias exportadoras de nuestro país son también militares: aviones de combate, helicópteros, rifles, balas. Armamos a todos a todo nivel, desde las pandillas criminales de nuestro propio hemisferio hasta estados enteros de todo el mundo. El colapso de la Unión Soviética nos dio un respiro, pero en la actualidad el gasto en armamentos de los Estados Unidos es mayor que nunca en términos relativos. Simultáneamente, se va creando un sistema de inteligencia gigantesco y sumamente caro.
Tengamos en cuenta que la Unión Soviética era un contrapeso para la rapacidad capitalista. Una vez que desapareció, sobrevinieron veinte años de guerras estadounidenses intensas, se produjo una acelerada redistribución de la riqueza hacía los sectores que ya eran ricos (tendencia que había comenzado algunos años antes) y los más acaudalados llevaron a cabo un verdadero latrocinio financiero que nos ha arrastrado casi a un desastre económico.

Robert Trivers

Fuente: Miradas al Sur

De papel...


Así somos...

Hermosos y libres como picaflor.
Frágiles y maleables como un papel.
Y nos entregamos sin reparos al abrigo de la mano amada...


Sensaciones...


Sensaciones...

Las sensaciones son como mi sangre. Espejismos sutiles, fantasías a flor de piel...
La realidad que hago mía es un juego permanente entre sentidos y sensaciones. Una suerte de espejo irreal e intangible, un juego de ilusionistas, un destello luminoso aromado de azahares. Un cristal mágico que existe sólo para mí; que sólo habla para mí. Un cristal que me dice lo que soy con más precisión que el espejo de la sala, que nada más sabe imitar un cuerpo y un gesto.

Una caricia, un beso, una mirada. Una palabra al pasar.
El roce del vestido agitado por tu mano o por la leve brisa de tu respiración.
El aroma dulzón de un pensamiento de amor.

Esa soy yo.
Sensaciones...

Mira como soy.
Sensaciones...

Mira lo que soy.

Sensaciones...

Bendiciones y blasfemias...


Con la historia en una mano,
la ilusión en la bragueta
y el futuro en la heladera.

Con la voz hecha graffiti,
los silencios maniatados
y una idea en la picota.

Con la monja haciendo esquina,
los travestis con sotana
y el rabino en calzoncillos.

Con el hambre patentado,
con la sed en damajuanas
y la Biblia empetrolada.

Con gentíos solitarios,
con la luz de las tinieblas
y palomas en la pira.

Con amores sin herencia
y mordazas de palabras,
va la vida, blasfemando.
Va la muerte, bendiciendo.

Mariel
............................................

Esta poesía la escribí en 2003 a raíz de la invasión de Irak. Por la prepotencia de los poderosos y con la rabia que me produjo la indiferencia de los diferentes estratos sociales del mundo entero, la desidia y el silencio infame del periodismo, la complicidad de organismos internacionales, religiones y países. Todo lo cual terminó avalando y dando soporte a la matanza indiscriminada y a la rapiña que el que quiere saber, sabe...
Hoy estamos ante la posibilidad real de asistir a otra tragedia, matanza o atrocidad semejante a aquella de Irak. Y lo que es peor, no será seguramente la última...
Por eso es que recordé esta poesía que me parece, humildemente, que no ha perdido actualidad en absoluto, a pesar de sus diez años de antigüedad...

NO A LA GUERRA!!

El miedo en las alas...


El camino personal suele ser muy solitario. Hasta por momentos se nos parece pavorosamente solitario…
Sin embargo, siempre llega un momento en que debemos darnos a conocer y se nos hace imprescindible buscar la compañía de los afectos para aliviar la carga, para liberar las fuerzas que durante años o siglos hemos concentrado en la boca del estómago.

El tiempo de tomar aire ha llegado para mí pero los miedos me retienen, me atenazan la mente y el corazón. Me mantienen las manos atadas y los pies en el lodo...

Y quiero volar…