Siento que cada día es una preparación, que acondiciono pensamientos y miradas, descarto quimeras disfrazadas de ilusiones y me trazo metas mínimas, tan insignificantes que se me ocurre que son mentiras piadosas que me empeño en creer.
Guardo en la mochila un diario personal que aún permanece en blanco, con tres rosas secas entre sus páginas, alguna sonrisa recuperada por la memoria o por el azar y las voces que hoy no recuerdo, pero que reconoceré por la noche.
De la muerte sólo conozco su implacable constancia, el aire que desplaza su presencia y los resultados palpables de su obra.
A veces pienso cuan largo será el camino hacia su encuentro. O cuan breve.
Si será oscuro o luminoso; si tendrá dirección hacia algún nuevo horizonte o si será un viaje hacia el vacío de la pura nada.
No lo sé. Quizás nunca lo sepa, ni siquiera cuando lo transite.
De lo que estoy segura es que será un sendero solitario que desandaré con miedos e incertezas, con angustias o con el alivio de dejar atrás dolores y pesares.
Escucharé susurros acercándose tiernamente, alguna calidez que atempere el frío o una brisa fresca que dulcifique el ardor de las almas en llamas.
Tal vez todo sea parte de un mismo sueño, de un sueño que se sueña una y otra vez. Y otra más...
De ser un laberinto, desearía que fuera de azhares y de azaleas, de rosas y de margaritas. Flotar entre sus aromas y sentir la tierna caricia de sus pétalos frescos.
Entonces me miro al espejo y me pregunto si soy yo...
Y si llego a comprender que ese reflejo me pertenece, trato de discernir de qué lado estoy...
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