Un día se fue en silencio y sin mirar atrás de su casa poblada de vacíos.
Caminó las veredas antiguas de gesto gastado de aquel barrio atestado de soledades.
No había caminantes ni se adivinaban espíritus o brisas que insinuaran vidas latentes.
Hasta le pareció que incluso los gorriones habían preferido otros jardines soleados u otros cielos en flor.
Sólo el eco de sus propios tacones cansados la acompañaron en su andar dolido.
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