Cuando ya camine lento tal vez vislumbre alguna consciencia de que éste viaje no es el único y que tampoco será el último. que es y será una travesía sin fin, solitaria y silenciosa en una barca pequeña sin timón, porque no lo necesita...
Voy andando y desandando caminos que creía conocer y que a cada paso dado descubro que me son extraños. No sé hacia dónde me llevan, no sé cómo llegué hasta aquí ni tampoco de dónde vengo. Si alguna vez tuve un rumbo, hace tiempo lo perdí.
Por lo que siento y presiento, camino en círculos por estrechos pasillos de mi propio laberinto.
Tantos pasos he dado que perdí la cuenta, pero en los sueños sí los tengo presentes y los puedo recordar. Los lugares, las caras y los gestos, las sonrisas y las lágrimas. Las idas, las ausencias y los reencuentros que tuvimos y los que no pudieron ser. Las despedidas esperanzadas, las esperas sin fin y el dolor del olvido forzado. Todos los pasados se hacen presente para luego volver a lo que fueron, incluso mis sueños.
Porque soy esclava de mis recuerdos, soy ama de mis pesares.
Luego pienso que nada de esto existe, que la vida y la realidad son sólo una visión onírica. Pero qué son los sueños sino retazos de esa realidad intangible, esa que no alcanzo a ver pero que es más sustanciosa y verdadera que la que está hecha de carne y de concreto...
Cada vez con mayor frecuencia resuenan voces, se mueven sombras, percibo gestos que me recuerdan de dónde vengo y sin tener conciencia plena, me indican claramente hacia dónde voy: hacia el olvido.
Es inevitable que me encamine hacia allí y es en ese instante de claridad que me doy cuenta de lo imprescindible que es decir a tiempo lo que es necesario decir, acariciar, besar, amar. Expresar lo que guarda el corazón antes de que la noche se termine de cerrar y el intento de remediarlo sea una quimera.
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