Ausencias...


Duele el peso de las ausencias igual que duele la cruz cuando del Cristo sólo quedan en el madero las mudas cicatrices de los clavos.
Duelen las ausencias vestidas de presencia perpetua, cuando no hay razones ni ilusiones que consuelen ni palabras que las abarquen. Cuando siento que la vida no es más que el triste testimonio de lo que fue, de lo que la muerte se empeña en arrebatarme.

Juro que vi el rostro oscuro y cruel de la muerte. Una noche pasó apurada ante mis ojos anunciando lutos, penas y vacío. La presentí también en las últimas miradas de miedo y de desolación que me negué a entender o aquella tarde en que inútilmente me quedé esperando una última palabra hasta que un garfio helado me arañó la espalda.

Podría decir que ya no le temo pues poco me queda si se ha llevado lo mejor de mí. Sólo le pido no más penas ni dolores nuevos. Que me lleve cuando esté dormida y mientras en sueños abrazo a los ausentes.

En tanto, el corazón se desgaja como flor amarga que sangra en silencio lágrimas de rocío.