Has vuelto ahora
a ser parte de todas las partes,
a ser esencia de la esencia,
a ser la historia de mi historia.
El dolor te dio más luz,
te dio las alas
y todo el cielo,
y hasta incluso los abismos
que se abren a mis pies.
No serás más el tibio sol
de las mañanas
ni el implacable
del ardiente mediodía.
Tampoco ya serás
la melancólica estrella
de la tarde anochecida.
Serás luz.
Serás la luz
que modele mi sombra
y evidencie mis huellas.
La que me muestre el camino;
la que ilumine las noches
de las miradas más tristes.
Desde ahora no eres más
ni mi ahora ni mi aquí.
Eres todo en todas partes.
La sabia y discreta brisa,
una mariposa de amor,
esta luna distante
y el murmullo del mar.
Yo sé bien que estás aquí,
que estás en todo
y estás en mí,
mas no puedo ocultar
que me muero de dolor,
que me ahogo en este llanto
y no puedo respirar,
que mi alma está quebrada
y esparcida en mil astillas.
La impotencia de saber
que hoy no valen los deseos,
que no hay rezos ni oraciones
ni milagros por hacer.
Sólo queda maldecir
a esta hora
y a este cielo.
A esta historia,
a la realidad mezquina
y a la hipocresía de esta danza
de minutos y segundos.
Y si aún después de todo
existiera un Dios piadoso
que me pueda escuchar,
de rodillas le suplico
que te cuente de mi amor
y que aunque esta vida sea
sólo un sueño y nada más,
sólo quiero despertar
y saber que estás aquí.
O tal vez rogarte al fin
que me des un día más.
Sólo un día y nada más...