de viejos ladrillos.
Maderas sumisas,
quejosas, desnudas.
Y sin embargo aquí
nada yace y nada duerme.
Cierro fuerte los ojos,
abro el alma y veo
que el silencio puede hablar,
que los aromas me acarician
y me besan los abrazos.
Sobrevuelo los añejos pasillos,
laberintos de la infancia.
Y las gastadas baldosas,
rayuelas de tiza y cielo.
No todo es tan sólo
materia dormida.
Aquí siguen morando
quienes son parte del aire.
Ellos vendrán en mí
en profundo suspiro
cuando gire mi llave
por última vez...