de laberintos e injusticias...


Sigilosamente se instala en mí el triste y desgarrador ejercicio de comenzar a buscarte en los laberintos difusos de la memoria. Necesito corporizar mis recuerdos tuyos, tus recuerdos míos. Quisiera que me abrazaras una vez más, que te rieras de mis tonterías, que me contaras tus historias fantásticas que sabías que me apasionaban.

Tu voz...
Necesito tu voz!
Desearía escucharla y no la encuentro como antes en el murmullo del viento acariciando las hojas del viejo árbol ni en el silencio oprimente de la casa vacía de alegrías...

Me asomo a la ventana y espero que llegues a la puerta con tu sonrisa clara, con tu vieja timidez disimulada y sin embargo...

Tan sólo me queda, como aguijón en el alma, la última mirada de aquel último día de esa última despedida inundada de tristeza porque sabías que no habría ninguna más.
Lo sabías y yo también. Ahora lo sé...
Esa tu mirada penetrante y dulce a la vez fue aquel día un relámpago de dolor, un llanto sin lágrimas, un infinito adiós que siempre será presente, que nunca olvidaré ni me dejará descansar.

Me queda sólo este llanto amargo y en cada lágrima que corre apurada atravesando mejillas y resbalando impunemente por mis labios temblorosos, se escapa una fracción del alma para no volver.

Todo esto es muy injusto, dijiste casi al final y mi corazón se desgarró en silencio...