Me quedé una tarde mirando distancias. Sin ver, sin ser, sin fe...
La luz invadió la ventana y me habló de ausencias y era la calle un espejo de soledades, un desfile de siluetas de bruma, sigilosas y mudas. Indiferentes como nubes cruzando la vereda que iban desapareciendo en las ochavas lejanas o eran devoradas por impersonales transportes urbanos.
Alguna voz pequeña y breve trepó por el muro y se aferró al dintel desprevenido de mi ventana y sin pedir permiso, anidó muy tenue en mis cabellos revueltos.
Tal vez fuera tu voz en un suspiro de nostalgia.
Quizás mi corazón, sediento de refugio por tanto andar...