Con el roce
frágil y sensual
de una piel de porcelana
que resucita del olvido
danzando entre mis manos,
descubro que el tiempo
devenido en un bucle
de seda y suspiro,
se mece,
como la brisa,
entre mis manos
y mis costillas.
Cuando el tiempo se adueña
de los recuerdos dormidos
y de reliquias que nos retratan,
renacen las sensaciones, todas,
que estaban quietas en un rincón,
en la penumbra acogedora
donde la niñez se acuna.
Los años deslizan sus dedos
por los labios lejanos
que dejaron sus besos
en el terso borde
de una copa.
Y en cada destello del cristal
y de mis ojos,
intento rescatarlos
de las brumas del polvo
con que el descuido del alma
los ha cubierto.
Y entonces despierto
con la copa en la mano,
los labios resecos
y el polvo en la piel.
La niña sonríe
y me mira a los ojos
a través del espejo.
Sostengo la copa
y la brisa se mece.