Se corporiza el gato blanco
frente a mis ojos de bruma
y me impregna la mirada
de su inmutable dignidad.
Me observo a mí misma
con altiva indiferencia,
con la impaciencia pétrea
de quien habla con silencios.
Desde su nívea pureza
me seduce para ver más.
Más alto y más lejos.
Para buscar en mí misma
los horizontes inventados
detrás de paredes sombrías
colmadas de ojos inciertos,
quebradizos e inertes.
Casi muertos.
Un piano gotea su melodía
como dulce garúa de otoño
mientras me deslizo, liviana,
con las alas de ilusión
de su felina mirada...