Hubo un día en que te abracé en el aire y en medio del silencio insensible de la distancia dije un último te quiero.
Y tu alma se fue sin letras, lentamente...
Ahora hieren los días y los meses, pasa aquel tiempo que intuímos como absurdas ilusiones. Pero cómo medir los espacios vacíos si no es en segundos de silencios de nieve, en minutos de dolor, en eternidades de ausencia. Nostalgias que, como insidiosas serpientes cargadas de ponzoña llegan a mí traicioneramente y no encuentro la forma de librarme de ellas. Me rodean y me oprimen. Penetran por mis poros abiertos en llanto y me poseen sin piedad.
Impotente, percibo su andar resbaladizo a través de mi cuerpo. Mil colmillos de acero descargan su veneno en cada víscera y me deshago por dentro. Lenguas de fuego calcinan mis huesos y como roca fundida arrasan, incontenibles, mis atónitas laderas y mis valles ya estériles.
Quedaron sangrando las letras nunca escritas, las palabras nunca dichas.
Y las serpientes que mato nunca mueren...
Y tu alma se fue sin letras, lentamente...
Ahora hieren los días y los meses, pasa aquel tiempo que intuímos como absurdas ilusiones. Pero cómo medir los espacios vacíos si no es en segundos de silencios de nieve, en minutos de dolor, en eternidades de ausencia. Nostalgias que, como insidiosas serpientes cargadas de ponzoña llegan a mí traicioneramente y no encuentro la forma de librarme de ellas. Me rodean y me oprimen. Penetran por mis poros abiertos en llanto y me poseen sin piedad.
Impotente, percibo su andar resbaladizo a través de mi cuerpo. Mil colmillos de acero descargan su veneno en cada víscera y me deshago por dentro. Lenguas de fuego calcinan mis huesos y como roca fundida arrasan, incontenibles, mis atónitas laderas y mis valles ya estériles.
Quedaron sangrando las letras nunca escritas, las palabras nunca dichas.
Y las serpientes que mato nunca mueren...