Que las sociedades se pueden enfermar es innegable. En la actualidad podemos encontrar muchos ejemplos de sociedades enfermas, pero sólo me referiré a la que me toca pertenecer, la que conozco mejor y a la que tengo el derecho y hasta la obligación juzgar o criticar desde mi personal manera de sentir las cosas.
No pretendo hacer un análisis sociológico profundo ni político ni psicológico. Sólo es una aproximación desde mi propia y limitada óptica y sensibilidad, por consiguiente es también arbitraria y discutible...
Aquí una simple y breve enumeración de detalles que alcanzo a percibir o que creo percibir.
La invisibilidad a que son condenados los más pobres y los desposeídos…
La negación del otro, del diferente…
La xenofobia…
El racismo explícito, implícito o latente…
La ostentación impúdica (diría que hasta pornográfica) de la burguesía…
La falta de solidaridad, desde lo más pequeño a lo más grande…
La pésima atención a los clientes en los comercios y en las empresas de servicios públicos...
La desidia y la falta de tolerancia y respeto en el trato diario (en el tránsito o en las redes sociales, por citar sólo un par de ejemplos)
La prepotencia de los más fuertes sobre los más débiles, sobre los que tienen la razón o sobre los que opinan diferente.
El acto de evidente comportamiento antisocial de arrojar papeles y todo tipo de basura en las veredas y en las calles, o como los dueños de perros que permiten que estos hagan sus necesidades en cualquier parte (preferentemente en la vereda del vecino)
La vanalidad y el mal gusto en la televisión sólo procurando recibir la bendición del Dios Rating…
La mentira, la falsedad, la falacia y el engaño permanente en todos los grandes medios de comunicación...
Y una larguísima lista de etcéteras varios…
No es nada más la imagen de una sociedad y una dirigencia enfermas como tampoco son sólo síntomas de la degradación de los valores éticos, morales y de convivencia mínimos (algo que parece una antigüedad, de la época paleozoica cuánto menos). La insolidaridad, la arrogancia, el desinterés, la desidia, la desprolijidad y la obsesión por el lucro a como dé lugar es la aceptación de la mediocridad. Es el abandono del deseo de hacer de nuestras vidas una pequeña obra de arte cotidiana…
Somos, en definitiva, una sociedad que está volviendo a caer en una espiral de degradación de valores fundamentales. Que está comenzando a permitir que esos valores se degraden de manera alarmante.
Vamos, en definitiva, en camino a convertirnos en una sociedad mediocre, aunque nos duela admitirlo.
Podríamos decir que estamos en peligro de caer en un proceso de abandono paulatino y constante de lo estético, del hecho artístico en nuestra cotidianeidad. Es decir, en peligro de perder la capacidad de intentar acercarnos con cada pequeño acto de nuestra vida a la belleza y a la armonía individual y colectiva.
Eso es, en definitiva, vivir sin arte...