del calendario
en que las luces
vistieron sus sombras,
se yergue una arista filosa,
una tajante quietud del verbo
y de las muecas de la vida.
Un centímetro de horizonte,
la tabla en el mar
y el ínfimo respiro
antes del adiós,
languidecen como arrugas
en los rostros seculares
de minutos y segundos.
De los días.
Es un vértice del tiempo
en el barrio y en la casa.
En la vida.
Y en ese nudo apretado
todo parece dormir.
Cada rincón de la casa
se henche de esperas.
El peso del silencio
lastima la espalda
y cuenta al oído
que cada cosa me pide
una palabra de alerta
o un gesto que delate
que hay vida por vivir.
Papeles acallados
por un manto de polvo
y pequeños desconsuelos.
Futuros hilvanados
en una noche o dos
que quedaron como huella
en algunos ceniceros.
Es un punto del calendario,
un vértice del tiempo,
un nudo en la garganta.
en que las luces
vistieron sus sombras,
se yergue una arista filosa,
una tajante quietud del verbo
y de las muecas de la vida.
Un centímetro de horizonte,
la tabla en el mar
y el ínfimo respiro
antes del adiós,
languidecen como arrugas
en los rostros seculares
de minutos y segundos.
De los días.
Es un vértice del tiempo
en el barrio y en la casa.
En la vida.
Y en ese nudo apretado
todo parece dormir.
Cada rincón de la casa
se henche de esperas.
El peso del silencio
lastima la espalda
y cuenta al oído
que cada cosa me pide
una palabra de alerta
o un gesto que delate
que hay vida por vivir.
Papeles acallados
por un manto de polvo
y pequeños desconsuelos.
Futuros hilvanados
en una noche o dos
que quedaron como huella
en algunos ceniceros.
Es un punto del calendario,
un vértice del tiempo,
un nudo en la garganta.
Mariel
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