Llueven las horas
de una en una
y de tanto en tanto.
Llueven
con el ritmo cansino de la garúa,
que pesa y quema
como plomo fundido
en el crisol ajado de mi pecho.
Paradoja extraña
la de la vida
y los momentos.
Ella escapa a mis abrazos,
que se pierden en el aire.
Ellos intentan
explicar lo inexplicable,
me quieren convencer
de que el hastío no es hastío,
sino un rellano en mi escalera.
Mariel
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