Sutilezas...


No habrá luz que deshaga las sombras y no existe la sombra que oculte la luz. Tampoco vida que escape a la muerte, ni muerte que niegue la vida.
Todo es parte de lo mismo. Se trata tan sólo de encandilados y de ciegos, de cuerpos doloridos y de almas ausentes.

Si lloro la muerte es porque lloro la vida y si escapo a las sombras es porque temo a la luz.
No hay colores sin luz ni sutilezas sin sombras.
No hay vida sin nostalgia ni muerte sin esperanza.

Nada pido, nada exijo ni suplico. Sólo tengo la esperanza de encontrar el equilibrio que me salve de mí misma. La luz de un candil y las sombras que juegan sus juegos. Una vida sin más muertes y una muerte con más vida.


Reflejos...


Como un rayo ácido de luz y de detalles me llegaron recuerdos perdidos en el arcón del dolor y una tormenta de sensaciones se agitó mucho más adentro de mi piel. Culpas autoinfringidas, de esas que después de años interminables comprendí que no tenía sentido preservar. Simples excusas que me ayudaban a explicar lo inexplicable, a comprender lo incomprensible. Aquello que la vulgaridad define como "la vida".

Cuando veo mi reflejo en los cristales no me hablan de futuro, sino de pasados lastimados, fulgurantes y desangrados. De las lágrimas solitarias.

¿Cómo te contarán tus reflejos de hoy?
Es probable que no los busques ni los notes, que ni siquiera te interesen.
Si pudiera algún día encontrar el modo te pediría que al menos de soslayo mires cualquier vidriera y busques una mirada difusa, más allá de maniquíes y de lucecitas.
Allí atrás, en el rincón más sombrío, estarán mis ojos deseando ver los tuyos otra vez.
Sólo una vez...

Detrás del Minotauro...


El día que mi madre me parió, una luz lascerante me guió hasta la entrada indefinida de este laberinto por el que seguiré vagando a tientas hasta el último respiro, que será cuando aspire el acre aliento del final, el de mi propio Minotauro.

De pasillos casi siempre estrechos o amplios y agrestes como una plaza seca, mi laberinto parece adaptarse a mis pensamientos, a mis sentimientos, a mis estados de ánimo. O tal vez sea yo que voy armándolo según me perciba a cada instante. Cambian los colores, las texturas, la luz. Lo que no varía jamás es la incertidumbre de no saber si alguien allí afuera abrirá una esperanza para mí rompiendo una parte del muro o si finalmente confirmaré mi presentimiento de que no hay salida posible y que el final es uno y sólo uno: el Minotauro, al que no imagino como un cuerpo tangible, sino como un misterio. Quizás sea en realidad lo que hay detrás o después de él. Ese es el misterio y eso es lo que lo define.

Lo único que creo saber es que cada día, cada minuto que pasa estoy más cerca de encontrarlo, pero no sé cuánto tiempo demoraré ni al final de cual de los pasillos me estará esperando con su paciencia sin límites y su marmórea certeza...


Exiliada...


En el espacio mínimo que sobrevive entre letra y letra, entre aguaceros de palabras inconexas, perplejas y desilusionadas que se apretujan y se combinan a mi arbitrio, trato de alejarme de la mentira macabra, del odio en limusina y de la absurda insensatez que nada puede justificar ni nadie alcanza a explicar. Allí, entre esos intersticios, sobrevive mi libertad.
Es la pequeña gragea de aire que me alivia de tanto ahogo, para recuperar la soñolienta ternura de la siesta o el tiempo entre tibio y fresco de los otoños, con su nostálgica dulzura y sus ocres que graciosamente zigzaguean hasta descansar sobre el césped bañado de rocío.

Soy, al fin, una burbuja intentando escapar sin éxito de la oscuridad profunda de los mares propios y ajenos, buscando el sol que entibie mi piel y el viento hermano que me seque las mejillas con caricias de lejanías que desearía alcanzar y de historias antiguas y ajenas que quisiera vivir (alguna vez)

A tientas disemino letras en el aire como una ciega que avanza por los estrechos pasillos de un laberinto que parece conducir a todas partes, o a ninguna.
Me aíslo entre metáforas inútiles en tanto que inextricables. Invento y reinvento mundos y rincones, senderos y justificaciones para olvidar el mundo de los senderos sin rincones ni justificaciones.

Soy, al fin, una exiliada de una realidad que no existe. Un misterio para mí misma y, en todo caso, es ese misterio el que me define...


Parte del aire...


Tus versos son parte del aire. Huelen a jardín y aroman las conciencias dormidas.
Sonarán siempre tus rimas como el aleteo febril de un picaflor mensajero de voces y de besos, descorriendo los densos velos del alma, de un horizonte a otro de las emociones.
Son tus letras el sonido mismo de la ternura, elevándose en acordes metafóricos que mientras vibran, colorean la sinfonía eterna que sólo percibe el corazón...

Lo sé aunque nunca los leí, pero sí leí tu vida, sí escuché tu voz; saboreé tu risa, conocí tus lágrimas...


Luces y sombras...


No es la luz la que modela las formas sino que son las sombras, ni es la voz la que identifica a las personas, sino sus palabras, así como no son las palabras las que revelan las personalidades, sino los silencios.

No me espanta lo que ven mis ojos, sino lo que creo percibir desde atrás de ellos...

No es mi destino el que me define, sino mis pasos...


La prisión...


Los barrotes de mi prisión los forjé pacientemente con multitud de dudas resistentes como el acero que el tiempo se encargó de asegurarlos por fuera con candados de miedos oxidados.

Tras los muros de piedra y frío se borraron horizontes y sueños. Las noches dejaron de ser amparo o aquel espacio inabarcable donde expandir el alma y los días se limitaron a contar los minutos con la monotonía exasperante de un mantra desgastado.

Rasguño con desespero cada hendija buscando una línea de luz para mis sombras, un aliento de rosas nuevas, una gota de sal del mar de mis eternos o alguna sonrisa extraviada en la maraña de los olvidos. Buscando ser una vez más...


Sol Negro...


Los días parecen empeñados en expandirse con bifurcaciones alocadas, como los brotes de un árbol embriagado de primavera. Decisiones, elecciones y circunstancias que se entrecruzan sin fin hasta convertirse en una maraña indescifrable de contradicciones.

Son encrucijadas yuxtapuestas y que, tome el camino que tome inevitablemente me llevarán a una nueva encrucijada, diferente pero igual. Más que caminos, parecen desfiladeros angostos que se cierran detrás de mí y me impiden volver atrás.

Pero todo, comprendo al fin, no deja de ser un círculo, un laberinto en el que todos los caminos nacen y mueren en un mismo misterioso punto, el eterno Sol Negro. El punto caótico del origen y del final de todo lo que existe, de todo lo que aún no es y de todo lo que nunca será.


El corazón mirando al sur...


En ese instante sintió que la soledad se le presentaba en sus nortes con largas nostalgias de sures y en la tristeza de aquellos barrios que desde su ventana se hacían más distantes cuando las nevadas boreales los acorralaban en el tiempo.

Ilusiones y desilusiones se habían amontonado en las vitrinas opalescentes de los crepúsculos anodinos y deprimentes, descendiendo sobre mil tejados cargados de hielo y lejanía. Entonces el regreso era sólo un esbozo de deseo que se diluía en la maroma de los dolores más antiguos hasta desaguar quemando por entre los intersticios viscerales del alma.





Bruma y sal...


Echas a vuelo tu esencia pura
con las alas blancas
de mil gaviotas de sal y sol.
Generosa despliegas 
tu larga mirada de azules, 
tan extensa y abarcadora 
como bruma de lo eterno.
Tu vientre es templo vivo
de fertilidad perpetua
y se expande en el murmullo
de lo profundo y lo secreto.

En la amorosa humedad
de tu placenta y sus secretos
se presentan las ausencias,
se proyectan al mañana
y a los tiempos ya sin tiempo.

Sabrás Madre Salitre,
que en tu fecunda esencia 
llevarás por siempre
lo mejor de esta vida
y que en el frío de una noche 
me verás volver
hecha brisa de otoño, 
lágrima de sal y misterio.

Entre tus ciclos y reciclos,
entre tus flujos y reflujos
me irás nutriendo 
una vez y otra más
del amor de los ausentes
hasta que una madrugada
tu sangre inquieta
nos devuelva renacidos
en otras vidas,
en más abrazos.

Espejos y espejismos...


En el punto en que el día se desvanece se evidencia el lado oculto de los espejos y es en ese instante, durante alguna de esas profundidades tangenciales, que imagino percibir una suerte de llamado. Un susurro que aunque es mínimo, llena el ambiente. Se asemeja a voces pequeñas que se superponen o a melodías confusas y difusas que llegan desde muy lejos y que mi mente estructurada y poblada de esquemas de acero no consigue dimensionar.
Me siento en el piso cuidando de no agitar el aire ni las sombras que ya saturan el ambiente. Es el momento en que la oscuridad comienza a adueñarse de todo, como bruma que ahoga.

Quieta y expectante en el rincón más olvidado del cuarto, observo el cristal del viejo espejo de pared heredado de tiempos que ya nadie en la familia recuerda.

De su pulido trasfondo surgen y se expanden mil racimos de ínfimos destellos, como si fueran espejismos de almas encandiladas. Es en ellos que creo descubrir las miradas vivas de mis ausentes.
Busco delinear las formas que se esfuerzan por surgir de las fronteras desdibujadas de los seres aprisionados al otro lado de la realidad. No lo he confesado a nadie, pero sé que están allí, viviendo sus vidas traslúcidas en algún futuro incierto o en algún pasado de mutuas memorias. Un tiempo sin coordenadas que intenta alcanzar un presente que le fue arrebatado.

Son las estelas que dejaron quienes me precedieron, la tenue permanencia de aquellos que me acompañaron hasta algún recodo del camino, hasta una encrucijada que nos llevaría a mundos diferentes y que no supimos descifrar.
Si hasta a veces creo distinguir los matices de luz y sombra de sus voces que en mi imaginación recuerdan risas y llantos, miedos compartidos y los descubrimientos de significados ocultos en memorias antiguas, lejanas, perdidas.

Y así, en medio de mis divagues y contemplaciones, aparece un punto negro que gira en el centro exacto del espejo. Gira mientras late intermitentemente.  Gira y crece en forma de espiral, centrífuga y hambrienta serpiente de la oscuridad que engulle cada partícula de luz y de formas.
De pronto las voces enmudecen. Es en el justo momento en que la serpiente muerde su propia cola, devorándose a sí misma.

Vuelve la quietud y ya no queda ni mi propio reflejo.
La espiral de la noche se ha devorado mis sueños.


Tacones porteños...


"Extraño el taconeo de una mujer en las calles de Buenos Aires", me dijo un día. Sintió que la nostalgia era elástica y que se estiraba al compás de los engranajes oxidados de un calendario inhumano. Una nostalgia que lasceraba y abría surcos en el alma con la implacable precisión de una daga, un filo cercenando sueños empedrados y estos cielos que siempre se le ofrecieron más azules pero que de a poco parecían borrárseles de la memoria de aquellos años ya muy lejanos, aquellos tiempos a los que quizás pudo ir deshojando lenta y trabajosamente de los significados profundos que se mantenían velados a medias hasta para él mismo.

Ahora que el viento se te hizo noche y ya no podés volver a escuchar el taconeo de tus recuerdos, las veredas y los empedrados sólo traducen un murmullo ininteligible de pasos desangelados. Un idioma sin tiempo, sin palabras ni destino; una jeringonza susurrada como en un suspiro desfalleciente.
Nadie supo más qué fue de aquellas melodías de mujer. Sospecho que en un intento de permanecer aunque te fueras, las habrás guardado en un bolsillito del alma.  Aunque creo que es más probable que las hayas soltado a volar a lomo de los vientos cósmicos y hoy que la sal y los misterios profundos te cobijan, las estrellas estarán caminando para vos por todas las galaxias porteñas, con andar luminoso y con sus tacos altos...


Gotas de frío...


Cae la lluvia con la lentitud de la desesperanza.
Casi es una garúa y cada una de sus gotas de frío son penas que se agolpan detrás del murmullo de los dolores enquistados y en ese humedal de sentimientos, la noche está definitivamente hundida en el silencio de lo que ya no es. Quiera o no, se vienen a mí los fantasmas de aquellos ayeres que se rehusan a descansar.

Llueve apenas y duele...

Repiquetea en los tejados y en el jardín desflorado de este invierno. Es un canto parsimonioso e insistente, una monótona melodía que atraviesa  muros y cristales para humedecer mi melancolía y para que la calma sea una ilusión que altera la aburrida convención del tiempo y sus relojes estructuradamente humanos y así, mis párpados se niegan a olvidar que están cerrados. Detrás de las cortinas intermitentes, mis ojos insisten en ver lo que alguna vez vieron. Insisten en instigar las memorias monolíticas y las que creía perdidas.

Afuera alguien apura el paso pero no es quien yo espero...


Fuegos, el fuego...


Tus ojos me enseñaron a encontrar la luz en lo oscuro, a deshacer conjuros y a descifrar las coordenadas de lo cierto. A reconocer que el oro es oro y oropel el engaño.

Comprendí que aquella madrugada no te fuiste sin mí. Sólo te adelantaste para luego contarme cosas nuevas y en estas noches mías de insomnio, te pude alcanzar. Ahora entiendo el corazón de la neblina y percibo las vidas veladas que transitan por el lado oculto de las esquinas.

Tu mirada expandió la mía para ver más allá de las cosas y de los hombres, del amor y del miedo, de la piedad y del espanto. Angeles y demonios se mezclan sin sentido, tambalenado y corriendo de un espejo a otro, tanteando a ciegas las paredes de cristal de los infinitos laberintos cerrados que se replican compulsivamente por toda eternidad.

Y hoy vemos juntos que en el nudo de todo, en el fondo último de las percepciones, arden los cielos del sinsentido consumiendo huesos y sueños, carnes, brazos, vientres, esperanzas.

Es el fuego del final. Es el fuego de los fuegos.


Paisaje interior...


La calle parece contorsionarse en pliegues de cemento y la esquina se hace rincón de las soledades que están de paso.
La ciudad se fragmenta y se astilla en mil lágrimas de acero y de concreto, de vidrios cayendo como luciérnagas hirientes, como mariposas filosas, como gorriones de hielo acechando desde las alturas casi anochecidas.
Los adoquines grises y rígidos de tanta indiferencia incrustada martillan mis pasos vacilantes y en esa maraña de soledades y de miedos me arrebujo en mi pequeño y casi cómodo microcosmos creyéndome segura, tratando inútilmente de mantener indemne el ínfimo jardín ya casi desflorado por tanto otoño apresurado.

Hasta que al fin se abren los ojos neutros e impersonales de la noche que rastrean las almas difusas que le den espesura a la oscuridad, amalgamando tristezas para que no se sientan tan solas.

Y por allí deambula mi alma demasiado cansada de llorar ausencias...



Lágrimas de sal...


Quedamente y en un silencio que emulaba a la eternidad, bajé la mirada hasta mis pies desnudos y pálidos. Los vi hundirse suave y lentamente mientras el agua fría y la espuma de sal los envolvían una vez y otra con la ternura de un beso maternal.

Agua y espuma; espuma y arena; arena y sal y el cachetazo austral del viento en las mejillas. Un viento antiguo, cargado de historias, de memorias demasiado lejanas y de palabras sin tiempo y para siempre. Un aire de dulzura helada que venía desde algún horizonte perdido, desde aquella línea que ni siquiera alcanzaba a imaginar porque se desdibujaba mansamente entre el plomo pesado y denso del cielo macizo, cargado de ausencias que se traducía en lágrimas cristalizadas y el borde último del mar agitado que reconocía y gritaba los dolores inmemoriales del universo y de mí.

Y fue entonces que lloré lágrimas de yodo y de sal...



Tiempo de partir...


Era tiempo de partir.
Lo supe una mañana
y me eché a andar.

Hoy camino calles mudas,
recuerdos renacidos
y los bordes filosos
de una foto que me habla,
que me cuenta,
que me invita
y me reclama.

Mañana saldré a volar
con mis alas de papel
a cabalgar los vientos
borrando horizontes,
buscando abrazos,
esquivando heridas
y ansiando olvidos.

Puertas...


Siempre están allí. Concretas o sugeridas, omnipresentes, pacientes. Imperativas o suplicantes. Por momentos insistentes, desapercibidas, escondidas entre las alienaciones cotidianas y las pequeñas y frágiles ilusiones de los espejismos que crea la razón y que niega el corazón.
Están cerradas, aunque sin llave ni cerrojo. A veces son una tentación, pero siempre dan miedo porque no se sabe qué habrá del otro lado y porque una vez abiertas no hay posibilidad alguna de regreso.
Mil puertas esperan. Misteriosas, tentadoras, inquietantes. No todas se pueden abrir. Tampoco todas se deben abrir pero sí en cambio, todas un día se habrán de cerrar.

Son puertas escondidas, ardidas, baldías. Puertas secretas o con secretos; puertas que decretan o inevitablemente decretadas...

Instantes mínimos...


Desde el fondo opaco y silencioso de mí misma, el agudo alerta de un grillo solitario y perdido en algún laberinto del jardín me devolvió a la vida, a ese estado ilusorio que simulaba poseerme y rodearme cada día y que se deshacía de mí cada noche. Creo que aquel pequeño cantor era una representación del universo mismo que trataba de gritar fuerte que aún me espera, con paciencia pero sin descanso.

Sobre mi cabeza, una legión de mudos espectros luminosos y tambaleantes desplegados como anárquicas luciérnagas parecían moverse con el ritmo del opaco palpitar del corazón. Sentí que me querían proteger extendiendo una mantilla aterciopelada y que con su mutismo milenario me invitaban a guarecerme allí, bajo aquellas miradas de íntimas lejanías.

Fue entonces que me pareció percibir la magia inaccesible de la maternidad, la indescifrable ecuación del alumbramiento de esos instantes mínimos que explican la eternidad...

Vísperas de nada...


Un ácido corre y corroe.
Quema y degrada, corriendo.
Y un hilo de sangre.

El silencio cubre todo,
ahoga el llanto y me adormece.

Un pesado y viejo hastío
anticipa la furia
y la potencia.

Por fuera la nada que aquieta.
Por dentro un hervor que agita.

En la piel se marcan las huellas.
No puede contenerlo todo
y las llagas se ahondan.

Y el ácido quema. Calcina.
Se contraen lo huesos.
Oprimen.

Los ojos muertos brillan, vidriosos.
Los ojos muertos y allá la vida.
La vida muerta, sin ojos.

El limbo...



Es la tarde y el domingo se desliza
por la escueta tangente de las almas
y de las horas ya muertas y enterradas.
Es tan sólo otro domingo que acentúa
esta abulia que de a poco me domina,
este tedio que renace como el Fénix
en el vértice más incierto de mi vida.

Con el último espasmo de cordura
quiero apearme de este día que se fuga.
Las veredas de mi barrio desmayado
se reencarnan como mundos delirados
que no cantan y tampoco ríen
porque lloran sus tristezas de la siesta
en la ochava más gris y más oscura
de este ignoto laberinto de los tiempos.



La Señora...


Me ronda sigilosa y no me toca. Me golpea su presencia. Me descarna, me va vaciando de amores y de lágrimas, pero no me toca.

Me quema ese aliento, cuando su alarido resuena desde el silencio inmemorial hasta que mis huesos vibran y se resquebrajan. Pero no me toca.

Siento sus pasos en derredor. Su presencia invisible y trágica me espanta y me devora las vísceras más sensibles de los afectos, pero no me toca.

Demuele con esmero este pequeño universo de los sentimientos, ese que pude tejer con paciencia y devoción día tras día, caricia tras caricia, beso a beso. Pero no me toca.

Percibo el aire que desplaza su manto oscuro y la se me eriza piel porque sé que pronto me demostrará el poder que tienen sus sombras. Pero no me toca.

A veces se me anuncia en un sueño. En una ensoñación abarrotada de extraños simbolismos, con el vuelo extraño y antinatural de algún pájaro perdido u oculta tras la negra máscara de la tragedia. Pero no me toca.

Siento su mirada en la nuca; obsesiva, insensible, metódica. Pero no me toca.

Me demuestra paciencia y la inclaudicable voluntad de permanecer cerca de mí y de hacerme saber de esa sed insaciable de dolor que la define. Pero no me toca.

Aún no me toca...

El silencio y la nada...


Se contonea el aire
como hembra inalcanzable.
Se desliza mínimo
por pausados acordes
de un vals moribundo.

Los ruidos lejanos caminan descalzos, besan la tierra sin perturbar los sueños que sofocan mi llanto.
Duermen los pájaros porque el cielo está ausente y la luna está echada en la gris azotea.

El silencio contempla
con oscuro mutismo
la rutina inmutable
de un segundo fugaz,
despojado de piel,
de voces y de luz.

En esas ausencias de vida y de aromas, me alcanza la nada con su abrazo de espanto y ahogada en su aliento, lloro a carcajadas.

Una estrella se lame
viejas amarguras,
la perpetua condena
de las almas cansadas.
La tuya y la mía.



De tiza y cartón...


A veces la tarde
parece la muerte
vaciando su hastío
muy dentro del alma.

A veces el tiempo
es sólo un descenso
al fondo del pozo
de los desencantos.

A veces la vida
no más que una cara
de tiza y cartón
y risa pintada.


En tu laberinto...


Fue el tuyo un constante andar y desandar por los interminables pasillos de laberintos y de misterios; un entrar y un salir de tus propias dimensiones y de tus tiempos sin tiempo, fatigando el dolor en intentos de ahogar mil gritos de angustia y de pasión por los engañosos pasadizos de las emociones y de los misterios del destino.

Apenas pude asomarme de perfil y a través de una breve hendija del tiempo a tu desconcertante salón de los espejos. Te encontré y te desencontré muchas tardes y demasiados años. Algunas veces sólo llegué a entrever tu sombra adherida a los muros grises de tantos senderos y de cada recoveco.

Cada vez que imaginé alcanzarte, otro pasillo se abría. Y luego otro, y otro más...

Hace siglos que perdí tu rastro, pero aquí afuera la vida y la muerte permanecen inmutables. Pronto será de noche y más tarde volverá el sol; algún niño vaciará el vientre de su madre al tiempo que una estrella lejana habrá de morir; el domingo la multitud concurrirá al fútbol y alguien conocerá el amor de su vida mientras las guerras siguen en su apogeo de muerte sin sentido.

Entre tanto yo seguiré transitando otros senderos inconclusos porque hoy creo haber entendido que en realidad nunca pretendiste encontrar una salida. No querías escapar de allí sino que buscabas el centro, el meollo, el tercer ojo de tu propio laberinto. La esencia misma de la conciencia universal.

El principio y el final de todas las cosas y de todos los misterios: El Misterio mismo.

Y estoy segura de que al fin lo has comprendido, porque siempre estuvo dentro tuyo...


Dolor animal...


Hoy mi alma es un pantanal porque me siento inundada de injusticia; porque mi parte animal estalla de furia y la furia transmuta en impotencia; porque la envidia de la felicidad ajena me lastima; porque me resulta imposible separar lo propio de lo extraño y hasta me duele la felicidad que no ha sido pensada para mí...

Porque en la catedral de mi espíritu nadie quiso o pudo escucharme rogar y exigir, pedir y maldecir...

Porque reverberan en mi corazón los dolores de quienes amé y perdí, el llanto de quienes se han ido en la soledad de mi amor lejano, distraído y desesperado...
Hoy vibran en mis mejillas, dolorosas e hirientes, mil lágrimas ácidas y destempladas.

Cruje el corazón al comprobar que la divinidad que llevabas dentro terminó abandonándote a tu suerte, al dolor y a la angustia de comprobar que tu lucha y sufrimiento fueron en vano. Nuestras divinidades nos dejaron inmersos en nuestras soledades, instalándonos en limbos tan extraños y distantes, tan tajantes como crueles. Tan en la nada de los vacíos perfectos...

Hoy no puedo cargar con mis angustias porque tal vez sea recién ahora que entiendo mejor tanto amor perdido. Ese amor que repiquetea entre las manos como castañuelas y hace canturrear al corazón. Ese amor que la vida extraña hasta morir...

Hilo de luz...


Un hilo dorado y flamígero se filtró por entre las rendijas de la persiana baja. Parecía provenir de los orígenes mismos del universo, de la nada originaria preñada del Todo. De lo que estuvo por venir y de lo que aún no es...
Delicado y delgado como el cabello de una diosa pagana o como un milagro de amor, pero firme y férreo como el fiero brazo del montañés solitario.

Surcó el aire quieto y ensombrecido de mi cuarto casi dormido como si fuera la frontera final, el límite tajante entre la aletargada ternura onírica y la pétrea y concreta realidad de la vida y sus cuerpos efímeros. Mientras existió, mientras me regaló la vitalidad de su mínima existencia, entre sus bordes bailaron mil diminutas y ondulantes partículas de galaxias que parpadeaban sin cesar, imitando los guiños eternos de las estrellas.

Fue tan solo un instante fugaz, un suspiro del espíritu, un tierno acorde de una dulce canción y entre un tic tac y otro del impávido reloj, terminaron sus arabescos etéreos acurrucándose contra mi pecho, que se encendió de vida otra mañana más...

El relicario...


Hubo un día que en un olvidado altillo de la casa encontré un espejo antiguo y extraño. Está incrustado en un marco que parece intangible, casi transparente y su cristal parece ajado por el tiempo y por los pasajeros que lo poblaron y el ambiente en su interior está nublado de sombras. Es extraño porque cuando lo miro de frente refleja mi espalda y en él mi mano izquierda es también la suya.

Creo percibir que funciona como una suerte de relicario que guarda entre sus penumbras y para la eternidad lo que soy, lo que he sido y lo que seré, para que yo misma me vuelva a encontrar alguna vez. Pero más aún para que él me pueda mostrar cada noche la cara oculta de mi propia luna...

Letanías...


La tarde se extendía imperceptiblemente como un murmullo, como una letanía de monjes clausurados y culposos. Temerosos de sus propias creencias. O tal vez fuera por una callada y voraz vergüenza nacida a la sombra de repentinas dudas que atenazaban sus gargantas...

Nunca lo sabré pues no había allí monje alguno que pudiera ayudar a desvelar el sentimiento que durante todo aquel día me persiguió con férrea persistencia. Aunque a decir verdad, la escurridiza espiritualidad clerical nunca fue algo en lo que haya confiado demasiado alguna vez...

Desde el borde del jardín, mis ojos eran lupas escudriñando cada hoja y toda flor en un intento por descubrir las débiles vibraciones de sus posibles lamentos de amores perfumados de ausencias. Intenté captar los sonidos del íntimo roce de las nítidas nubes blancas con el aire en su viaje por los senderos del viento sur.

Pero fue imposible. Mis oídos eran invadidos por los sonidos rústicos del barrio que no entiende de sutilezas, de lo etéreo ni de lo imaginario devenido en lo más cercano a lo que concibo como la verdad del cosmos.
Me sorprendió una mínima hormiga que desandaba el peldaño marcado de pisadas antiguas, ese trozo de piedra que invita a entrar o a abandonar la casa. ¿Serian sus diminutos pasos los creadores de aquel murmullo de monasterio?
Ella misma me lo negó cuando se sumergió en las galerías secretas de su hormiguero.

El aire, o la nada del todo, aún seguía allí murmurando su dulce y misteriosa canción de amor, de dolor o de placer indescifrable...

Desanimada de descubrir la fuente de aquel arrullo, me quedé muy quieta y calma, como una muerta de corazón caliente. Y justamente creo que fue allí que entendí la muerte. Una hoja reseca y otra tan verde; una flor turgente y otra marchita y maloliente; la ínfima hormiga en el selvático césped o en las catacumbas del hormiguero. Es el susurro de la inmortalidad y el silencio de la ausencia. Es la ida y es también el regreso.
Es la perplejidad ante lo insondable. El estado de gracia de la comprensión universal y al mismo tiempo la indescifrable palabra de lo eterno.
Es la canción de amor de los ausentes y la certera promesa del reencuentro.

Amaneceres...


Cada mañana los senderos se dividen delante de mis ojos como venenosas lenguas de serpientes hambrientas y sin que yo pueda hacer nada. Se separan, se escapan de mis pasos temerosos y quedo atrapada entre mis dudas perpetuas y alguna que otra supuesta certeza y así, lo quiera o no, debo animarme a andar.
Recurro a aprisionar entre mis dedos helados los fetiches que siempre supuse que me socorren o consuelan ante cada encrucijada, cuando la indecisión me paraliza hasta que duele.
Cuando cada mañana abro la caja de mis circunstancias, no encuentro dentro de ella un folleto que detalle las ventajas y las desventajas de estar viva, las indicaciones y las contraindicaciones de abrir las ventanas ni como solucionar los problemas más habituales de los sentimientos encontrados...

Me falta una estrella que me guíe por los horizontes que se expanden y se contraen caprichosamente, ¿o será que necesito un poco de magia blanca que me transporte en un pase imperceptible a otros mundos más dulces y tiernos?
La mirada se me cristaliza con el miedo, con la duda, con la desesperación ante lo incomprensible. Los árboles son simples triángulos de rígidas aristas o círculos que giran y me atraen hacia su oscuro centro, indefinido e incierto. Las calles son sucias y duras rectas y el sol un hexágono que ruge su fuego que calcina impiadoso contra mis pupilas cansadas.

Y en mi obsesiva búsqueda de paz y contención imagino que ya no hay una mano a la que aferrarme, descubro que no hay familia que me ampare ni ilusión que me obligue a andar...

Presente contínuo...


Es aquel
un hombre extraño.
Un ser alado
sin historia ni recuerdos,
sin espectros ni futuros.

Es su cuerpo
un ente enfermo,
seco y descarnado.

Triste sombra demacrada
que jamás pudo volver
porque nunca ha partido.

Son sus alas, esas alas,
sólo un símbolo de nada.