En ese instante sintió que la soledad se le presentaba en sus nortes con largas nostalgias de sures y en la tristeza de aquellos barrios que desde su ventana se hacían más distantes cuando las nevadas boreales los acorralaban en el tiempo.
Ilusiones y desilusiones se habían amontonado en las vitrinas opalescentes de los crepúsculos anodinos y deprimentes, descendiendo sobre mil tejados cargados de hielo y lejanía. Entonces el regreso era sólo un esbozo de deseo que se diluía en la maroma de los dolores más antiguos hasta desaguar quemando por entre los intersticios viscerales del alma.