Un hilo dorado y flamígero se filtró por entre las rendijas de la persiana baja. Parecía provenir de los orígenes mismos del universo, de la nada originaria preñada del Todo. De lo que estuvo por venir y de lo que aún no es...
Delicado y delgado como el cabello de una diosa pagana o como un milagro de amor, pero firme y férreo como el fiero brazo del montañés solitario.
Surcó el aire quieto y ensombrecido de mi cuarto casi dormido como si fuera la frontera final, el límite tajante entre la aletargada ternura onírica y la pétrea y concreta realidad de la vida y sus cuerpos efímeros. Mientras existió, mientras me regaló la vitalidad de su mínima existencia, entre sus bordes bailaron mil diminutas y ondulantes partículas de galaxias que parpadeaban sin cesar, imitando los guiños eternos de las estrellas.
Fue tan solo un instante fugaz, un suspiro del espíritu, un tierno acorde de una dulce canción y entre un tic tac y otro del impávido reloj, terminaron sus arabescos etéreos acurrucándose contra mi pecho, que se encendió de vida otra mañana más...