La tarde se extendía imperceptiblemente como un murmullo, como una letanía de monjes clausurados y culposos. Temerosos de sus propias creencias. O tal vez fuera por una callada y voraz vergüenza nacida a la sombra de repentinas dudas que atenazaban sus gargantas...
Nunca lo sabré pues no había allí monje alguno que pudiera ayudar a desvelar el sentimiento que durante todo aquel día me persiguió con férrea persistencia. Aunque a decir verdad, la escurridiza espiritualidad clerical nunca fue algo en lo que haya confiado demasiado alguna vez...
Desde el borde del jardín, mis ojos eran lupas escudriñando cada hoja y toda flor en un intento por descubrir las débiles vibraciones de sus posibles lamentos de amores perfumados de ausencias. Intenté captar los sonidos del íntimo roce de las nítidas nubes blancas con el aire en su viaje por los senderos del viento sur.
Pero fue imposible. Mis oídos eran invadidos por los sonidos rústicos del barrio que no entiende de sutilezas, de lo etéreo ni de lo imaginario devenido en lo más cercano a lo que concibo como la verdad del cosmos.
Me sorprendió una mínima hormiga que desandaba el peldaño marcado de pisadas antiguas, ese trozo de piedra que invita a entrar o a abandonar la casa. ¿Serian sus diminutos pasos los creadores de aquel murmullo de monasterio?
Ella misma me lo negó cuando se sumergió en las galerías secretas de su hormiguero.
El aire, o la nada del todo, aún seguía allí murmurando su dulce y misteriosa canción de amor, de dolor o de placer indescifrable...
Desanimada de descubrir la fuente de aquel arrullo, me quedé muy quieta y calma, como una muerta de corazón caliente. Y justamente creo que fue allí que entendí la muerte. Una hoja reseca y otra tan verde; una flor turgente y otra marchita y maloliente; la ínfima hormiga en el selvático césped o en las catacumbas del hormiguero. Es el susurro de la inmortalidad y el silencio de la ausencia. Es la ida y es también el regreso.
Es la perplejidad ante lo insondable. El estado de gracia de la comprensión universal y al mismo tiempo la indescifrable palabra de lo eterno.
Es la canción de amor de los ausentes y la certera promesa del reencuentro.