Los recuerdos se acumulan en algún estante del alma, siempre mezclados y expuestos a medias. Un amasijo de rostros y de abrazos, de risas y de llantos, de encuentros y desencuentros, de amores y desamores. De afectos que ya no están, pero que están. Es un desorden que nunca entenderé, pero sé que su caótico y caprichoso barullo guarda una lógica secreta.
Como en las vitrinas y los estantes de un anticuario, van juntando el polvo con que la distancia de los anocheceres acumulados sobre mis hombros intentan deslucirlos.
De tiempo en tiempo alguna brisa piadosa toma la forma de una melodía, de un tango tristón y melancólico y sopla sus nostalgias sobre ellos y así, me los devuelve a la memoria como un suspiro de bandoneón.