Incertidumbre...


Qué son estos pies
sino raíces maltrechas,
gastadas, resecas.
O qué de estos brazos,
mis alas sin alma,
mi alma sin alas.

No soy árbol de otoño
ni ave que emigra.
Tiempo encarnado
tampoco he de ser.

Aspiro con ansias,
con fuerza
y con miedo
el aire dormido
de tantos ausentes.

Hoy grito en silencio
dolores e iras.
Me queman las risas,
me mata el olvido.


Charito se durmió...


Charito es un copo de nieve,
un trozo de cielo escondido.
Un coro de luz cuando llueve,
un lloro en mi cuenta del debe.
Buenos Aires amor baldío,
de besos de concreto y frío,
endulza tu palabra helada
que Charito está cansada,
sin sol, sin fe. Sin paz y sin bríos.

Se durmió como si tal cosa,
las manitas haciendo almohada
y el cruel agobio de frazada.
Baila un sueño de mariposa
por nubes de azúcar y rosas.
Sin hambre ni frío. Sin penas.
Ni una lágrima la encadena
a un mundo de labios marchitos.
Me has dejado sola, Charito,
con mi alma colmada de hienas.

(*) Escrita el 6 de junio de 2004, cuando aún quedaban cientos de chicos durmiendo y muriendo en las calles (como volvemos a ver hoy)


La cuna vacía...


No puedo distinguir las luces de ayer. Las sombras se me adelantaron y se replican incansables; implacablemente.
Y mientras intento desbrozar los recuerdos, el silencio se mece como una cuna vacía, sin niño y sin arrullos. Una cuna que en el frío de su soledad tiene la virtud extraña de reflejar el dolor más intenso o las esperanzas más tiernas.

Hasta que al fin, entre memorias desperdigadas y maltrechas, me alcanza la noche para hacer que descubra que me ha quedado la mirada muda y perdida en el silencio y la voz a oscuras, absorbida por las sombras.

Entonces lloro...


Déjà vu...


Esta partícula del universo sigue girando sin sentido y las tercas agujas del reloj insisten en que el tiempo avanza sin cesar hacia algún lugar. Pero al fin de cuentas no es más que una triste ilusión porque todo seguirá igual, como si nada pasara. Como si cambiara algo para que nada cambie.

Volverá la lluvia, otra lluvia, y regresará el sol, aunque nunca el mismo. Se renovarán los almanaques, las guerras gozarán de buena salud, la historia se reescribirá a los tropezones y cuando se haga domingo, la tele venderá su fútbol. El virus de la maldad se seguirá expandiendo y la humanidad cotizará en baja en las pizarras de mañana.

Y así es como los muertos seguirán muertos, mientras que los vivos continuaremos vagando por nuestros íntimos laberintos, viviendo la propia muerte como en un eterno déjà vu...