Tres minutos...


Fue rehaciendo su vida como le fue posible. Nunca fue capaz de imaginarla sin ella. Jamás lo abandonó la idea de que algún día la volvería a ver pues no podía concebir que algo tan fuerte como lo que habían sentido se hubiera terminado así como así y que no existiera la más mínima probabilidad de disponer de una segunda oportunidad. No era lógico ni justo, se repetía cada mañana al despertar.

Hoy está atado a un sinfin de rutinas que lo desalientan y lo aplastan, Siente que cada día se reducen más los espacios para lo sorpresivo o lo novedoso. El mismo colectivo cada mañana. Años de hacer idéntico recorrido y a la misma hora para hacer las mismas tareas cada día sólo se alivian un poco cuando se abstrae de todo lo que lo rodea y deja que la imaginación lo acerque a circunstancias y lugares más amables o cuando el recuerdo de ella se le instala sin aviso ni permiso.
...

Como le pasa casi siempre, está retrasada y debe apurar el paso. Si no alcanza el colectivo de las 7 y 55 llegará tarde al empleo. Andar a las corridas es parte inseparable de su vida y esto hace que muchas veces, como ahora mismo, se acuerde de todas las veces que llegó agitada a la estación de tren. Entraba precipitadamente al túnel que la depositaría en el andén central donde él la esperaba ansioso desde hacía unos cuantos minutos.

Una vez más se pregunta qué será de su vida y vuelve a fantasear con que algún día se lo encontrará en el lugar menos pensado.

Mira el reloj y se sobresalta. Está atrasada y si no se apura no podrá llegar a tiempo a la parada. Corre todo lo que sus tacos altos le permiten pero es inútil. Sólo alcanza a ver la figura paquidérmica y roja del colectivo que ya está a punto de doblar por la esquina de la avenida. Por primera vez en varios años llegará tarde al trabajo. Eso la enoja y hace que aquellos recuerdos se esfumen por hoy. No será una buena mañana, piensa mientras mira con impaciencia el reloj.
Tres minutos más tarde ve aparecer el siguiente colectivo al fondo de la calle. Le hace señas con la mano derecha a la vez que levanta la izquierda para volver a comprobar la hora.

El colectivo comienza a detenerse. Los frenos a aire sisean y las tres puertas de la mole se abren al mismo tiempo para repetir una vez más la ceremonia del ascenso y descenso de los adormilados pasajeros.

El colectivo retoma la marcha. Él se apresta a cruzar la calle y comprende que la esperanza de una sorpresa quedará para el regreso, mientras que ella hace equilibrio frente a la máquina expendedora de boletos al tiempo que trata de encontrar en su bolso las monedas que había dejado preparadas.