Es una sensación, difícil de definir y de describir. Podría decir que son como esferas que se acercan y se tocan apenas en un punto para luego alejarse, aunque nunca se distancian tanto como para intentar resistir la fuerza de la atracción que los mantiene unidos. Como planetas desiertos obligados a moverse a un mismo ritmo pero separados, aunque formando una unidad indisoluble. Atrayéndose y repeliéndose rítmicamente y para siempre.
Afloran en mi espacio delicadamente, como pompas de jabón esparcidas por el viento, multicolores, contorneándose y expandiéndose hasta que parece que pueden abarcarlo todo.
Vuelan, flotan, se atraen y se repelen; chocan, se rozan y estallan. Mueren y renacen.
Visto desde cierta perspectiva, todo parece caótico pero luego me doy cuenta de que es un desorden ordenado. Nada se rige por el azar, aunque eso podría parecer.
Así son, o así percibo a los sentimientos. Una delicada y progresiva tormenta interior, colorida, moviéndose blandamente dentro de mi y que afloran cuando ellos así lo deciden, entre sus luces y sus sombras, atravesando la claridad y lo sombrío de mis profundidades.
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