Quisiera estar libre de tu recuerdo perpetuo, pero no puedo. Quizás porque si eso pasara dejaría de ser yo.
Me entristece no entender las palabras que insinúa el viento a mis espaldas y que en un capricho de la nostalgia y del desconsuelo suenan como las remebranzas que tengo de tu voz y de tu piel, pero tan lejanas y tenues que al fin termino dudando a pesar de mis certezas.
No quiero vivir así; no puedo vivir así.
Esa imperturbable nostalgia por tu ausencia maquilla mis ojos de angustia y oscuridad. Y así lucen, como golpeados por un destino impiadoso.
No existe el olvido y si alguna vez se me nublara tu memoria, sólo será un fallo momentáneo en la correcta alineación del alma.
Cada mañana la mente guía mis pasos hacia vos y ellos van desorientados y sin rumbo, porque la bruma te oculta de mí.
Cuando alguien se pierde en el horizonte no hay nadie que pueda llenar esa silueta que se aleja. Sólo queda un vacío que permanecerá por siempre, aunque haya quien se esfuerce por volverlo a habitar.
No quiero pensar, pero es inevitable.
No deseo imaginar, porque el dolor es impiadoso.
No espero un presentimiento, porque le temo a la incertidumbre.
Me consuelo con tu reflejo en cada espejo, detrás de mi con tu sonrisa casi tímida. Transparente e incorpóreo, pero llenando todos los espacios de un alma herida, de un corazón anhelante y ya casi resignado.
Todavía canto, todavía sueño, todavía espero...
Y al fin, me asfixio en la melancolía.
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