No hay camino cierto por el que transcurre el tiempo, sólo una encrucijada tras otra, desvíos, pasillos sin salida, pasajes sin entrada.
El tiempo, si es que existe, sería entonces un laberinto o un desfiladero que se cierra en sí mismo y que nos obliga a volver atrás y empezar una y otra vez.
Quizás, incluso, existan laberintos o pasillos que en algún momento son paralelos, para luego alejarse en dirección contraria y después de incontables vueltas y curvas, terminen encontrándose de nuevo en alguna de las múltiples encrucijadas.
Como una pila de papeles que el viento arrastra hacia adelante y cada hoja se va deteniendo en la misma dirección, pero en lugares diferentes... hasta que otro viento las vuelve a mover para depositarlas en una nueva dirección una y mil veces, hasta que lo único que queda es un desorden incomprensible. En algún momento dos o más hojas de papel podrán volver a cruzarse o hasta puede ocurrir que luego de viajar sin un sentido aparente a merced de los vientos que les toque, vuelvan a reunirse todas en una pila, en un orden aleatorio o incluso exacto. Las probabilidades están, aunque sean ínfimas.
Así me da la impresión que se mueve el tiempo en nuestras mentes. De atrás hacia adelante, hacia arriba, hacia abajo, de un costado a otro o arremolinándose como el agua que se escurre por el embudo de la memoria...