La copa rota...

 

Soy esos recuerdos que he olvidado recordar intentando olvidar aquellos que sin querer había recordado.
Y así se formaron estas lágrimas que ahora sostienen mi piel, las que le dan el húmedo brillo a mis ojos nublados de penas y despedidas.

Y llega la hora, ya llega...

Bajo la mirada y escucho cada ínfima melodía de las risas ausentes.
Agudizo el oído y percibo el remotísimo crepitar de las estrellas perdidas.
Cada lágrima canta sus tristezas en las mejillas temblorosas.
Las paredes se elevan, se ensanchan, se expanden y así la soledad se queda más sola, la tristeza más triste y el alma es una piedra quebrada y molida. Un castillo de arena en el desierto...

Y llega la hora, ya llega...

En cada noche desalunada el espejo reboza de sombras. En su lúgubre superficie las líneas de mi rostro se esfuman como volutas de humo desgajadas por la brisa de un suspiro y las voces que tanto amé se extravían por los recovecos secretos de los papeles apretujados y arrojados a un rincón.

Es que llega la hora, ya llega...

Si apenas puedo sostener la copa entre mis dedos ateridos.
Si cada burbuja que escapa hacia ninguna parte parece la grotesca carcajada de la muerte.
Si cada palabra que se atora en mi garganta tiene el filo de una daga.
Si cada recuerdo es arena en las pupilas.

Es que llega la hora, ya llega...

Y al fin estrello en el piso la copa de mis pesadillas...