pero mi garganta,
acongojada y agria,
se agrietó con un quejido.
Quise bailar
y mi cuerpo doliente
estaba estático y rígido,
como oxidado.
En cambio
giraban con frenesí
los fríos muros.
Me succionaban fuerte
hacia la nada,
como un remolino infinito
silencioso y oscuro.
Hasta que al fin
también quise amar,
pero me alcanzó la memoria
y sólo pude llorar.
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