Desde lejos, como testigo privilegiada y angustiada, percibo la abulia y la desesperación de hoy y la resignación de mañana.
Lo que aún no alcanzo a comprender es si se trata de una ilusión o de un mal sueño; de un presentimiento enfermizo o de un presagio macabro. Lo único que tengo por cierto es que esta tierra casi agonizante se encamina a convertirse en un páramo transitado por los fantasmas de los que fueron, de los que aún somos y de los que no podrán ser, porque nada de lo que existe permanecerá ni nada de lo que vaya a existir perdurará. Tal vez sólo resista aquello que los sentidos no captan y que podrían ser lo eterno, el amoroso combustible del universo.
Pero por estos días lo que me desconsuela es no saber adónde se habrán ido los gorriones de mi infancia.