"Extraño el taconeo de una mujer en las calles de Buenos Aires", me dijo un día. Sintió que la nostalgia era elástica y que se estiraba al compás de los engranajes oxidados de un calendario inhumano. Una nostalgia que lasceraba y abría surcos en el alma con la implacable precisión de una daga, un filo cercenando sueños empedrados y estos cielos que siempre se le ofrecieron más azules pero que de a poco parecían borrárseles de la memoria de aquellos años ya muy lejanos, aquellos tiempos a los que quizás pudo ir deshojando lenta y trabajosamente de los significados profundos que se mantenían velados a medias hasta para él mismo.
Ahora que el viento se te hizo noche y ya no podés volver a escuchar el taconeo de tus recuerdos, las veredas y los empedrados sólo traducen un murmullo ininteligible de pasos desangelados. Un idioma sin tiempo, sin palabras ni destino; una jeringonza susurrada como en un suspiro desfalleciente.
Nadie supo más qué fue de aquellas melodías de mujer. Sospecho que en un intento de permanecer aunque te fueras, las habrás guardado en un bolsillito del alma. Aunque creo que es más probable que las hayas soltado a volar a lomo de los vientos cósmicos y hoy que la sal y los misterios profundos te cobijan, las estrellas estarán caminando para vos por todas las galaxias porteñas, con andar luminoso y con sus tacos altos...