Tiempo de partir...


Era tiempo de partir.
Lo supe una mañana
y me eché a andar.

Hoy camino calles mudas,
recuerdos renacidos
y los bordes filosos
de una foto que me habla,
que me cuenta,
que me invita
y me reclama.

Mañana saldré a volar
con mis alas de papel
a cabalgar los vientos
borrando horizontes,
buscando abrazos,
esquivando heridas
y ansiando olvidos.

Puertas...


Siempre están allí. Concretas o sugeridas, omnipresentes, pacientes. Imperativas o suplicantes. Por momentos insistentes, desapercibidas, escondidas entre las alienaciones cotidianas y las pequeñas y frágiles ilusiones de los espejismos que crea la razón y que niega el corazón.
Están cerradas, aunque sin llave ni cerrojo. A veces son una tentación, pero siempre dan miedo porque no se sabe qué habrá del otro lado y porque una vez abiertas no hay posibilidad alguna de regreso.
Mil puertas esperan. Misteriosas, tentadoras, inquietantes. No todas se pueden abrir. Tampoco todas se deben abrir pero sí en cambio, todas un día se habrán de cerrar.

Son puertas escondidas, ardidas, baldías. Puertas secretas o con secretos; puertas que decretan o inevitablemente decretadas...

Instantes mínimos...


Desde el fondo opaco y silencioso de mí misma, el agudo alerta de un grillo solitario y perdido en algún laberinto del jardín me devolvió a la vida, a ese estado ilusorio que simulaba poseerme y rodearme cada día y que se deshacía de mí cada noche. Creo que aquel pequeño cantor era una representación del universo mismo que trataba de gritar fuerte que aún me espera, con paciencia pero sin descanso.

Sobre mi cabeza, una legión de mudos espectros luminosos y tambaleantes desplegados como anárquicas luciérnagas parecían moverse con el ritmo del opaco palpitar del corazón. Sentí que me querían proteger extendiendo una mantilla aterciopelada y que con su mutismo milenario me invitaban a guarecerme allí, bajo aquellas miradas de íntimas lejanías.

Fue entonces que me pareció percibir la magia inaccesible de la maternidad, la indescifrable ecuación del alumbramiento de esos instantes mínimos que explican la eternidad...