Siempre están allí. Concretas o sugeridas, omnipresentes, pacientes.
Imperativas o suplicantes. Por momentos insistentes, desapercibidas,
escondidas entre las alienaciones cotidianas y las pequeñas y frágiles
ilusiones de los espejismos que crea la razón y que niega el corazón.
Están
cerradas, aunque sin llave ni cerrojo. A veces son una tentación, pero
siempre dan miedo porque no se sabe qué habrá del otro lado y porque una
vez abiertas no hay posibilidad alguna de regreso.
Mil puertas
esperan. Misteriosas, tentadoras, inquietantes. No todas se pueden
abrir. Tampoco todas se deben abrir pero sí en cambio, todas un día se
habrán de cerrar.
Son puertas escondidas, ardidas, baldías. Puertas secretas o con secretos; puertas que decretan o inevitablemente decretadas...