No somos nosotros los dueños de las palabras, no nos pertenecen. Ellas sólo vienen generosamente en nuestra ayuda y nos permiten jugar a que las gobernamos y las moldeamos. Que las combinamos a voluntad...
Las palabras no pueden ser escritas ni dibujadas, aunque eso creamos. Ni siquiera se puede decir que son pensadas, buscadas, elegidas o inventadas…
No se las puede recluir en un papel o en un tintero. Ellas existen aunque no las invoquemos. Se presentan como espíritus que hablan en silencio y van corriendo de página en página de un libro, de un cuaderno o del corazón. Y nos acarician, aún sin darnos cuenta… Y cuando están seguras de haber embebido nuestra piel con la sustancia de su lejana sabiduría, con el perfume de sus paisajes inventados, se alejan sin que nos demos cuenta a poblar otras historias…
No se las puede recluir en un papel o en un tintero. Ellas existen aunque no las invoquemos. Se presentan como espíritus que hablan en silencio y van corriendo de página en página de un libro, de un cuaderno o del corazón. Y nos acarician, aún sin darnos cuenta… Y cuando están seguras de haber embebido nuestra piel con la sustancia de su lejana sabiduría, con el perfume de sus paisajes inventados, se alejan sin que nos demos cuenta a poblar otras historias…