Para volar...


Buscó mil formas de volar para llegar a alturas que nadie hubiera alcanzado jamás…

Y pensó mil y una maneras. Y miles más…

Finalmente, un día descubrió que para alcanzar los infinitos sólo hacía falta cerrar los ojos e imaginar…


Sombra de mí...


Vive adherida a mí. Es un ser opaco, sinuoso, amoral. No conoce el bien ni conoce el mal.
Anda por la vida prendida a mis pies, me imita y se burla de mí. Sabe bien que puedo hacer lo que sea o lo que quiera, pero jamás seré capaz de desprenderme de ella. Me limita y siempre se las compone para hacerme quedar en evidencia.
Sin embargo sé que a ella le disgusta la certeza de que depende y dependerá de mí por siempre. Únicamente yo le puedo dar vida...

Es mi compañera permanente, adaptable e indiscreta y lleva una carga muy pesada, que es saber que no podría existir si no hubiera en mí una mínima luz...


Señales...


Busco una señal que me indique tu presencia, que me libre de esta pena, que me diga qué hago aquí...

Escucho el viento y miro al cielo; sigo el viaje de las aves y nada cambia.
Es la rutina de un universo indiferente, insensible a los deseos y a las penas recurrentes, al dolor de lo que fue, a la nostalgia extraña de lo que no ha se ser...

Se deshoja el calendario y las lágrimas corren lentas, las sombras se hacen largas y la ausencia me rodea de barrotes esta vida...



Salgo a caminar...


Puesta a imaginar, creo.
Creo en cielos absolutos,
más negros que lo negro
y un trigal a pura estrella
donde no falte ninguna.

Puesta a saber, deseo
que lo irreal sea tangible
al romper este corset,
con la vista que se eleve
más allá de cualquier muro
y de todos los temores.

Puesta a desear, sé.
Sé que todo habrá de ser
si yo creo que es posible.
Que no existe un sólo tiempo,
un espacio tabicado
ni una única verdad.

Puesta a creer, imagino
una cita impostergable
en un valle,
en la esquina de la noche
o en auroras inventadas.

Y en el beso postergado
seré una y multitud.
Serás yo y seré vos.


Noches de soledades...


Era la noche el críptico refugio
de indiscreciones sin destino,
de los pasos extraviados
en las calles boquiabiertas.

Estaba la noche acongojada
por tanto amor en cautiverio,
amor sin descendencia.
Suicidado.

Ella cruzó de nuevo la ciudad
con el difuso e incierto rumbo
de una lágrima en la mejilla:
hacia el sur de todos los olvidos,
hacia el norte de los recuerdos malheridos
por dos eclipses y siete penas.

Quizás nunca pudo saber
que él siempre la buscó.
Tantos días, cada noche
entre sábanas y almohadas,
en las quietas sombras del silencio
y en la viscosa agonía del insomnio.

Y una noche llegó aquel sueño
(sólo uno y ninguno más)
en que al fin se cobijaron
en el vértice de una esquina
que se habían inventado.

Se miraron a los ojos
para amarse sin pudores
hasta que ese grito cruel
de sus rígidos relojes
destrozaron los cristales.